El Nápoles hispano del 1500
Hay exposiciones alimenticias, destinadas a llenar titulares de la prensa generalista; y otras que son fruto de años de investigación de una etapa o pintor que, aunque parezcan menores, dejan poso y novedades en la historia del arte. Sé que ambos tipos de muestras pueden coincidir, pero desgraciadamente no siempre ocurre. Otro Renacimiento. Artistas españoles en Nápoles a comienzos del Cinquecento es de las segundas; se refiere a una etapa del arte español, aunque tuviera lugar en suelo hoy italiano, que muchos citaban pero que muy pocos conocían. TEXTO: FERNANDO RAYÓN
La muestra surge de un trabajo de investigación de Andrea Zezza, profesor de la Università degli Studi della Campania, Riccardo Naldi, docente de la Università degli Studi Napoli L’Orientale, y Manuel Arias, Jefe de Departamento de Escultura del Museo del Prado. Organizada por la institución madrileña y el Museo Real Bosco di Capodimonte de Nápoles, gracias al patrocinio de la Fundación BBVA, Otro renacimiento plantea un recorrido por el Renacimiento español en la Italia meridional. Una época –los primeros años del siglo XVI– y una ciudad como Nápoles, que concentró a pintores y escultores españoles e italianos tan extraordinarios como Pedro Machuca, Bartolomé Ordoñez, Diego de Siloé, Pedro Fernández o Alonso Berruguete. Sus esculturas, retablos, pinturas y libros son una auténtica sorpresa –magnífica sorpresa– por la calidad y belleza de las piezas reunidas.
La exposición está compuesta por 75 obras: 44 pinturas, 25 esculturas, cinco libros y un retablo, que se exhiben en un espacio arquitectónico –quizá el mejor montaje de Francisco Bocanegra hasta la fecha en el Prado– que evoca las construcciones napolitanas de la época.
La historia que cuenta comienza en 1503, cuando Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, derrota al ejército francés y entra triunfante en Nápoles para incorporarla a los territorios de los Reyes Católicos. Para la ciudad, que había vivido en las décadas anteriores un gran auge cultural, aquella pérdida de su independencia política no supuso un paréntesis sino una oportunidad para desarrollar un arte propio y, posteriormente, conseguir la difusión de la cultura renacentista italiana en la península ibérica.
La sección primera está dedicada a Nápoles en el umbral del siglo XVI. Entonces tenía más de 100.000 habitantes, era la urbe más poblada después de París y había congregado a humanistas como Gioviano Pontano –del que se muestra un bronce a la antigua– o el naturalista Jacopo Sannazaro (del que puede verse un excelente retrato).
La incorporación de Nápoles a la Corona hispana centra el discurso del apartado segundo. El viaje de Fernando el Católico a sus nuevas posesiones (1506-1507) coincide con la estancia en la ciudad de dos artistas: el llamado Maestro del Retablo de Bolea y Pedro Fernández, originario de Murcia, pero que en Lombardía se había empapado del estilo y formas de Leonardo. De este segundo pintor se ha podido reconstruir su extraordinario Retablo de la Visitación, incluido su San Juan Bautista que la Fundación Norton Simon de Pasadena (Estados Unidos) ha prestado excepcionalmente.
La influencia de Leonardo y Giorgione, Miguel Ángel y Rafael continúa en la siguiente sala con esculturas de Andrea Ferrucci y pinturas de Cesare da Sesto; pero sobre todo se deja ver de manera más clara en la sección cuarta, al coincidir con los años de gobierno del virrey Ramón Folch de Cardona (1509-22), etapa de un extraordinario florecimiento artístico.
La llegada desde Roma de la Virgen del pez de Rafael influyó en escultores como Diego de Siloé y Bartolomé Ordóñez. Ambos desarrollaron un original estilo al combinar la poética de los afectos de Da Vinci con la gracia del autor de Urbino y el poder expresivo de Miguel Ángel. En la pintura es Pedro Machuca, futuro arquitecto del Palacio de Carlos V en Granada, quien ofrece –gracias a varios cuadros muy poco conocidos– una interpretación originalísima de las formas de los grandes maestros. El pintor Polidoro da Caravaggio y el escultor Girolamo Santacroce completan la representación hispana de manera fantástica.
El último capítulo de la muestra está dedicada a Las águilas del Renacimiento español. Los artistas que trabajaban en Nápoles a principios del siglo XVI regresan a España y consiguen cambiar el panorama artístico en el Península. Bartolomé Ordóñez trabajó sobre todo en Barcelona, aunque murió en Carrara (Italia) a finales de 1520. Diego de Siloé trabajó, tras su regreso, en Burgos y Granada; Pedro Machuca repartió su producción entre Jaén, Granada y Toledo; y aunque la estancia de Alonso Berruguete en Nápoles no esté confirmada, trabajó entre Valladolid y Toledo a su regreso de Italia.
Comparar las obras que todos ellos hicieron en Italia con las que produjeron a su regreso a España es el gran hallazgo de esta muestra. Sorprenden muchas de las esculturas –por apenas conocidas– presentes en el Prado, de la misma forma que sirven para calibrar la calidad de estas cuatro águilas –término que acuñó Francisco de Holanda– que solo ahora se pueden ver en su contexto y con sus trabajos posteriores.
Así las cosas, tampoco debe sorprendernos la aparición de un nuevo artista, Gabriel Joly, tallista originario de Picardía (Francia) que trabajó en Aragón y del que se muestran tres piezas extraordinarias (una de ellas atribuida durante décadas a Diego de Siloé y que en realidad tapaba el óculo central del retablo de la catedral de Teruel).
Una gran exposición por su novedad y por el trabajo de investigación que incluye pero, sobre todo, por la belleza de unas piezas que, con absoluta seguridad van a sorprenderles. Abierta hasta 29 de enero de 2023.