El Museo de Bilbao recibe en donación obras de Zuloaga, Guinea y Barrueta
Unai Rementeria, diputado general de Vizcaya y presidente del Patronato de la Fundación Museo de Bellas Artes de Bilbao; Miguel Zugaza, director del museo; Javier Novo, coordinador de Conservación e Investigación; y Miriam Alzuri conservadora de Arte Moderno y Contemporáneo, presentaron esta mañana las últimas donaciones aprobadas por el Patronato del Museo en diciembre pasado. Tres obras de los pintores vascos Ignacio Zuloaga, Anselmo Guinea y Benito Barrueta, que pasan a formar parte de su colección, gracias a la generosidad de los coleccionistas Plácido, Maite y Francisco Arango García-Urtiaga, Carmen de Icaza Zabálburu e Ignacio Marco Gardoqui, respectivamente.
Las tres nuevas obras que se expondrán en la planta 0 hasta el 27 de marzo son un óleo de Ignacio Zuloaga (Eibar, Guipúzcoa, 1870- Madrid, 1945), titulado Picador gitano; un paisaje de Anselmo Guinea (Bilbao, 1855-1906), La salla del maíz; y el Autorretrato, de Benito Barrueta (Bermeo, Bizkaia, 1873-1953). Tres piezas que complementarán las ya presentes de esos autores en la colección del Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Picador gitano, un cuadro datado en 1903, supone incorporar la temática taurina a la colección del museo, un tema abordado recurrentemente en la producción de Zuloaga y en su exitosa proyección internacional. Se sabe que esta pintura fue adquirida en Venecia y después formó parte de colecciones en Fráncfort y Madrid hasta que apareció en el mercado en época reciente y fuera adquirida por el coleccionista Plácido Arango, cuyos herederos la han donado al museo en su memoria. Zuloaga como otros grandes pintores como Goya, Picasso o más recientemente Miquel Barceló siempre admiró el mundo taurino, no solo en su trayectoria plástica sino también en la biográfica cuando se inscribió como alumno en la escuela del diestro Manuel Carmona en Sevilla, en cuya plaza llegó a matar novillos con el apodo de “El pintor”.
El pintor eibarrés capta a ese picador joven, sobre un fondo monocromo que recuerda a los de Velázquez. El modelo está sentado de medio lado sobre una silla de madera y enea, a la que se aferra mientras dirige su mirada a un plano fuera del alcance del espectador. Su postura parece algo forzada y con su gesto intenso trasmite un instante de tensión psicológica. El modo de introducir la luz resalta el blanco de la camisa y los rosas del forro de la chaquetilla, la faja y las cintas del calzón y el adorno del sombrero. Además extrae nuevas luces en los botones, los bordados de hilo de oro y la decoración pintada de la silla también animan la composición, en un claro ejemplo de un Zuloaga maduro artísticamente. En este tipo de obras Zuloaga supo transmitir un prisma humanista a los actores secundarios de la fiesta taurina.
La salla del maíz (1893) de Anselmo Guinea es una obra importante en su producción y en la plástica vasca. La pintó tras la vuelta de su primer viaje a París y representa la incorporación de Guinea a la modernidad defendida por su colega Adolfo Guiard, que le introdujo en la estética impresionista. En esa composición representa a una serie de personajes arrancando cardos y malas hierbas de un sembrado de maíz. Pertenece a una serie de obras fechadas en esos mismos años en las que Guinea representa labores del campo como esta, la siega o la cosecha de la manzana.
El paisaje se localiza en la localidad de Murueta (Vizcaya), en lo que hoy conocemos como la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, con la ría de Guernica, los caseríos y montes al fondo, y el sembrado en el que se afanan cinco hombres, dos mujeres y un mozo sentado sobre un canasto de castaño, en primer plano. El formato horizontal refuerza la planitud amable del estuario, que Anselmo Guinea iluminó suavemente, gracias a una paleta de azules y grises que son los que ayudan a describir la obra, también tamizado con los verdes de los árboles, el maíz y la vid, que tiene un contrapunto cromático en las txapelas de los hombres y las pañoletas de las mujeres. A Guinea le gustaba pintar al aire libre como se observa en esta obra.
Por último, el Autorretrato de Benito Barrueta, fechado en 1905, al que dota de cierto intimismo. El artista de Bermeo compañero de generación de los pintores Ángel Larroque, Juan de Echevarría, Aurelio Arteta y Valentín de Zubiaurre, y del escultor Quintín de Torre. Tuvo vocación temprana y se formó gracias a una beca en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid. En el Museo del Prado fue copista y descubrió la gran pintura de la escuela española, que ejerció gran influencia en su carrera. En 1900 se trasladó a París, donde se relacionó con la colonia artística internacional de Montmartre, y expuso en los Salones de Otoño de 1906, 1907, 1909 y 1910, y en la galería Druet en 1912 con una muestra individual. En 1914, debido al inicio de la Primera Guerra Mundial, regresó a Bermeo, donde compaginó su trabajo como profesor de dibujo de la Escuela de Náutica y de Artes y Oficios con su carrera artística. Durante la Guerra Civil española se exilió en Francia y en 1941 regresó, primero a Bilbao, luego a Durango, para establecerse durante la última década de su vida en Bermeo.
En su representación aparece sobriamente vestido, de busto y de frente, mostrando un espeso bigote curvado hacia arriba que, junto con el pañuelo al cuello, le confiere un aire bohemio y mira al espectador componiendo la imagen de un hombre resuelto que se está adentrando en la madurez. No parece que quisiera dar información de a qué se dedicaba, aunque el fondo monocromo acentúa que el espectador se fije en el modelo. Barrueta tenía una pincelada suelta y en esta obra usó una gama cromática de ocres y betunes para dosificar la luz en el rostro y resaltar la mirada del modelo, sin utilizar artificios para dotarla de un gran lirismo.