El goya que el Prado se quiere quedar

El goya que el Prado se quiere quedar

La pinacoteca madrileña exhibe en la sala 66 del Edificio Villanueva La última comunión de san José de Calasanz, un lienzo de altar que el maestro aragonés pintó el mismo año en que se inauguró el museo y que la Orden de las Escuelas Pías ha cedido excepcionalmente para el bicentenario.    


Permanecerá durante todo un año en el museo, «prorrogable otro», según afirman en el Prado. Pero no se quedará para siempre como les gustaría. Al menos, no de momento. «Estamos encantados de poder mostrar la obra aquí, pero el lienzo se encargó para una iglesia [la de san Antón], ese es su lugar natural y queremos que regrese», manifestó el padre Daniel Hallado, representante de la Orden de las Escuelas Pías de la provincia de Betania, durante la presentación de La última comunión de san José de Calasanz.

La flamante «obra invitada» ha abandonado su silencioso hogar de Gaztambide para exponerse junto a una de las colecciones más completas del pintor de Fuendetodos, de modo que será un testigo de excepción del 200 aniversario de la institución.

La selección de esta pintura en concreto para el programa anual que habitualmente patrocina la Fundación Amigos del Museo del Prado no es casualidad, pues la coincidencia quiere que la fecha de ejecución del cuadro y la de inauguración del museo sean la misma: 1819. De ahí la necesidad de conseguir este cuadro goyesco precisamente para 2019.

Francisco de Goya. "La última comunión de san José de Calasanz". 1819. Óleo sobre lienzo. 303 x 222 cm. Colección Padres Escolapios, Madrid.
Francisco de Goya. "La última comunión de san José de Calasanz". 1819. Óleo sobre lienzo. 303 x 222 cm. Colección Padres Escolapios, Madrid.

La última comunión de san José de Calasanz fue pintada en 1819 para la iglesia de San Antón del colegio de las Escuelas Pías de Madrid, dos años después de las Santas Justa y Rufina de Sevilla. Se trata del último lienzo de altar que hizo Goya, además de su última obra pública.

En la composición, el artista hace gala de su habilidad con el pincel y retrata decenas de gestos entre los personajes, que no son sino la metáfora de las edades de hombre (desde los niños que contemplan absortos la escena, hasta el anciano moribundo que comulga por última vez). Se cree que el autor pudo utilizar la máscara funeraria del propio José de Calasanz, fundador de la primera escuela pía en 1597 en Roma, para perfilar los rasgos de este último personaje. 

Manuela Mena, experta en Goya, destaca «la magia de los pinceles y el magisterio» del artista en este cuadro, especialmente en las manos. «Se dice que no sabía pintarlas pero no es cierto, aquí se ven unas manos que tienen la perfección de Durero». Uñas, venas, nudillos y falanges que demuestran la fuerza mental y física del pintor, que en el momento de concebir la tela tenía ya 75 años.

Nada se sabe de su relación con los escolapios durante ese periodo, al margen de la creencia popular de que estudió en las Escuelas Pías de Zaragoza, lo cual no está probado. Tampoco hay datos sobre la razón del encargo. Sin embargo, sí se sabe que estaba destinado a uno de los altares laterales del templo y que el maestro percibió 8.000 reales por ese trabajo. En el momento de la entrega del dinero, y como homenaje al santo, Goya decidió devolver las tres cuartas partes de sus honorarios (además regaló al prior la Oración en el Huerto).

El maestro percibió 8.000 reales por ese trabajo. En el momento de la entrega del dinero, y como homenaje al santo, Goya decidió devolver las tres cuartas partes de sus honorarios.

Aprovechando la presencia de esta obra religiosa, se exhibe también un dibujo preparatorio que el propio Goya regaló a su ayudante Felipe Arroyo. Muestra una cabeza que quizá podría ser la su amigo fray Juan Fernández de Rojas, fallecido en 1817.

La incorporación temporal de esta pintura a las colecciones del museo resulta primordial para contextualizarla dentro de la producción del maestro –descansa junto a las pinturas negras–, y es una pieza que completa la representación de pintura religiosa de Goya, junto a los cuadros de devoción privada que en los últimos años ha adquirido el Museo del Prado, desde la temprana Santa Bárbara, a un par de Sagradas FamiliasTobías y el ángel, o un San Juan Bautista niño en el desierto. Lástima que la recién llegada tenga que marcharse en unos meses. Sol G. Moreno