Ameztoy ‘regresa’ al Círculo de Bellas Artes antes de ir al Museo de Bilbao
Hoy se abre al público en la sala Goya del Círculo de Bellas Artes de Madrid la primera retrospectiva dedicada a Vicente Ameztoy (San Sebastián, 1946-2001), coorganizada con el Museo de Bellas Artes de Bilbao, institución a la que viajará posteriormente y que contará con el patrocinio de la BBK. En la capital vizcaína serán casi 60 obras las que se exhibirán, una veintena más de las que cuelgan en Madrid. El objetivo de esta muestra necesaria, comisariada por Javier Viar y por Miriam Alzuri, es permitir al público que pueda acercarse a la evolución de un creador plástico complejo, desde sus inicios en los años 60 hasta su muerte a comienzos del nuevo milenio. La pintura de Ameztoy teñirá de naturaleza y clorofilia Madrid hasta que se clausure el próximo 26 de enero, por esa pasión que puso por el paisaje y las personas.
Autodidacta e influido por la literatura, la fotografía, el cine y buen conocedor de artistas clásicos antiguos y modernos, Ameztoy fue un original contador de historias, con una notable capacidad narrativa y un estilo muy personal y sofisticado dentro de la figuración que se hizo en el País Vasco y en España durante la cuatro últimas décadas décadas del siglo XX, pero sobre todo a finales de los sesenta y los años setenta. En muchas de sus composiciones se rastrean influencias de El Bosco, Magritte, Paul Delvaux y de Cornell.
En la presentación el director del Círculo de Bellas Artes, Juan Barja, resaltó la calidad pictórica de Ameztoy y que fuera un creador antimoderno, que escapaba de las cronologías y del concepto de temporalidad, mientras que Miguel Zurgaza, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao dijo que la retrospectiva encajaba muy bien con el programa expositivo del Círculo porque esta institución ha ido revelando trazos ocultos del arte contemporáneo español y en este caso de un pintor de culto, de producción corta, que siempre fue muy apreciado en círculos restringidos. Y añadió que Juana Mordó supo ver la calidad y el talento de Vicente Ameztoy al que presentó en una colectiva cuando el pintor vasco tenía 18 años.
En ese sentido Miriam Alzuri desveló que Ameztoy a pesar de su precocidad en exponer con solo 18 años no fue un pintor conocido porque estuvo muy alejado de los circuitos expositivos. Y aunque pasó fugazmente por la Academia de San Fernando fue recogiendo paulatinamente numerosas fuentes de la historia del arte. Y apostilló que aunque cultivó la obra gráfica y produjo una serie de originales cajas, la retrospectiva ha centrado su mirada en su pintura, a través de esa serie de paisajes y personajes que inquietan y hacen reflexionar al espectador.
Por último, Javier Viar, profundo conocedor y admirador de su obra disertó sobre la trayectoria de Ameztoy, contextualizando su trabajo junto a una serie de artistas figurativos como Andrés Nagel, con el que realizó algunas piezas, Isabel Baquedano o Mari Puri Herrero y añadió que quizá la figura paterna fuera Antonio López, quien tuvo una importancia extraordinaria para muchos de esos pintores en ese realismo mágico, sin dejar de lado al citado Magritte, y a algunos de los artistas pop británicos como Peter Blake. Y concluyó diciendo que en sus paisajes encontramos ironía, rasgos de humor, detalles de vegetalismo, y sobre todo la relación simbólica entre el hombre y el paisaje. Curiosamente los valles y los montes, y no el mar que tenía frente a su casa.
El montaje de la exposición es muy limpio y hace posible la contemplación de esa serie de paisajes, donde no faltan elementos o rasgos del surrealismo, con un punto de vista subjetivo que confiere algo insólito a esas escenas de naturaleza en las que va introduciendo triángulos, manos, ojos, una boca, o esas siluetas humanas sin rostro, a veces de homenaje y recuerdo a su amigo Juan Luis Goenaga, al crítico José Ayllón o a Jaime de Armiñán rodando una película. Y esa mezcla termina perturbando al espectador y distorsionando la realidad representada. En esos cuadros vuelca dosis de imágenes de la conciencia, estableciendo ese juego de dualidades: lo humano y lo vegetal, el género y la identidad sexual y lo sagrado y lo profano.
Riguroso y exigente consigo mismo, no solo cultivó la pintura, sino también la obra gráfica y las formas escultóricas y los carteles. Supo ser coherente y vio que su forma de trabajar no seguía los tempos productivos que el mercado del arte y las galerías demandaban. Su fina observación le permitió introducir rasgos humanos en muchos de sus paisajes, sin necesidad de ser explícito. E incluso entre 1994 y 2001 creó siete óleos sobre tablex para la ermita de Nuestra Señora de Remelluri en Labastida (Álava), que representaban a seis santos relacionados con dicha ermita y su entorno, junto a una visión del Paraíso. Me llamó la atención un original Autorretrato de 1977-1978, donde el pintor vasco parece emerger de la exuberante naturaleza como un creador renacentista, con esa mirada franca y llena de perplejidad. Julián H. Miranda
- Círculo de Bellas Artes de Madrid. Hasta el 26 de enero
- En el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Del 12 de febrero al 17 de mayo