Rafael vuelve a brillar en Roma
Cinco siglos después de su fallecimiento, Roma dedicaba una gran exposición conmemorativa a uno de los mayores genios de la historia del arte de todos los tiempos que la habitó, Rafael Sanzio (Urbino, 1483-Roma, 1520). La crisis del covid-19 obligó a su cierre temporal pocos días después de su inauguración, pero esto no es obstáculo para que nos adentremos en ella desde un enfoque diferente. Por este motivo, desde Ars Magazine os proponemos ahondar en las dos obras cedidas por el Museo del Prado para la misma: La Virgen de la rosa y la Visitación.
Toda exposición de calado debe contar con un buen leitmotiv, y la muestra conmemorativa, en le Scuderie del Quirinale, de los 500 años de la muerte del gran pintor de Urbino no iba a ser menos. Y aunque a priori creamos que se trata de un error, Raffaello 1520-1483 es el epígrafe de este gran acontecimiento que ahora ha quedado en suspenso. La razón de la inversión de las fechas de nacimiento y muerte del artista es ya toda una declaración de intenciones, tal como declaró su comisaria, Marzia Faietti, durante el acto de inauguración el pasado 5 de marzo. Porque la exposición se articula de atrás hacia adelante; de la muerte a la infancia; desde Roma, en suma, como centro capital de las artes del momento. Precisamente por ello, la primera obra que nos introduce es una réplica de su sepulcro, sito en el Panteón de Agripa.
El pintor llegó a Roma entre finales de 1508 y principios de 1509 por orden del papa Julio II para decorar, junto a Pietro Perugino, Lorenzo Lotto o El Sodoma, algunos de los aposentos del palacio apostólico. Sólo una década más tarde, se había convertido en el eje central de la vida artística de la ciudad. Pintor, poeta ocasional, arquitecto, cartonista de tapices y un largo etcétera, a su muerte, el 6 de abril de 1520 y con tal solo 36 años, Rafael había asumido bajo su control no sólo la decoración de buena parte de los aposentos papales, sino también la conservación de las antigüedades de Roma. Durante este periodo realizó algunas de sus obras capitales. Algunas fueron pintadas enteramente por su mano; otras quedaron a cargo de sus mejores discípulos, que reprodujeron con pulcritud los dibujos del maestro.
Las dos pinturas que ha prestado el Museo del Prado para la exposición, fechadas ambas hacia 1517, ejemplifican muy bien lo último que acabamos de señalar, de ahí su elección. Mientras que la Sagrada Familia con San Juanito, más conocida como Virgen de la rosa (P203) se considera enteramente de su mano, la Visitación (P300) se atribuye hoy a la colaboración entre Giulio Romano y G. Francesco Penni. Más allá de su indiscutible calidad, ambas obras encierran una dilatada trayectoria histórica que ahora os contamos.
El interés por Rafael en España (1) corre paralelo al del resto de Europa. Pero fue con Felipe IV (1605-1665) cuando alcanzó su auge. Durante su reinado ingresaron en las colecciones reales la mayor parte de las pinturas del italiano, bien destinadas al Alcázar de Madrid –como El Pasmo de Sicilia–, bien al monasterio de El Escorial. El soberano incluso llegó a tener un autorretrato suyo, hoy perdido, que situó junto al de Tiziano en la Galería del Mediodía del Alcázar. Y a pesar de los avatares históricos, la mayoría de ellas se conservan hoy en el Museo del Prado.
Existen varias teorías sobre la procedencia de la Virgen de la rosa, desde quienes creen que ya estaba en nuestro país a finales del XVI; pasando por aquellos que opinan que fue regalada al rey por el conde de Monterrey en 1654; hasta quienes la consideran entre las adquiridas por Alonso de Cárdenas, a instancias del primer ministro de la monarquía, don Luis de Haro, en la Almoneda de Carlos I de Inglaterra (1649-1654). Sea como fuere, sí sabemos con seguridad que fue una de las seleccionadas por Velázquez para la remodelación decorativa de El Escorial, donde figura, en 1667, en el Capítulo Prioral.
Por su parte, la Visitación fue enviada desde Nápoles a Madrid hacia 1655 por el virrey don García de Avellaneda, II conde de Castrillo. Al igual que la anterior, Velázquez le otorgó un puesto de honor en El Escorial, nada menos que la Sacristía, junto a La Perla y al Lavatorio de Tintoretto. Allí es descrita en 1657 en la primera edición de la descripción del Padre Santos.
Ambos cuadros permanecerían en el monasterio hasta principios del siglo XIX. Entre 1809 y 1810, en plena contienda de la Guerra de la Independencia, Fréderic Quilliet desmanteló por completo el edificio, trasladando por orden de José Bonaparte las mejores pinturas al Palacio Real de Madrid (2). Así, en el las distintas estancias que componían el Cuarto de la Reina, fueron dispuestas la Visitación, La Perla o la Virgen del pez (P297). No hay constancia de dónde fue situada la Virgen de la Rosa, pero no cabe duda de que viajó a también a Madrid. Poco tiempo duraría esta situación, pues algunas de ellas serían muy pronto trasladadas fuera de nuestras fronteras, primero al palacio de Mortefontaine (3). De ahí fueron diseminadas por distintas localidades francesas con el fin de ocultarlas. La Visitación acabó en Tours y no sería restituida a España hasta 1818. Fue durante este periodo cuando, seguramente a causa de su deterioro ante los continuos traslados en condiciones nada favorables para su conservación, cuando se transfirió de la tabla original al lienzo.
Dos siglos después y en un excelente estado de conservación, ambos cuadros brillan en todo su esplendor. Y en esas condiciones tan favorables, han regresado, aunque sólo sea temporalmente, a la ciudad en la que fueron pintados hace 500 años.
(1) Sobre este asunto sigue siendo de referencia el estudio de Ruiz Manero, José María. «Pintura italiana del siglo XVI en España II: Rafael y su escuela». Cuadernos de Arte e Iconografía, tomo V, nº 10, 1992, pp. 7-233.
(2) Rodríguez Rebollo, Ángel. «Frédéric Quilliet y la pérdida de cuadros en el Patrimonio Real». En Pita Andrade José Manuel y Rodríguez Rebollo, Ángel (dirs.). Jornadas de Arte e Iconografía sobre la Guerra de la Independencia. Madrid: Fundación Universitaria Española, 2009, pp. 149-176.
(3) Fernández Pardo, Francisco. Dispersión y destrucción del patrimonio artístico español (1808-1814). Guerra de la Independencia. Madrid: Fundación Universitaria Española, 2007, p. 434.