Los reinos olvidados de Hititas y Arameos en el Louvre
El Museo del Louvre en el Hall Napoleón acoge hasta el 12 de agosto una exposición enigmática: Reinos olvidados: del imperio hitita a los arameos, con préstamos procedentes no solo del gran museo francés, sino también del Museo Británico, del Museo de Pérgamo de Berlín y de otros que atesoran piezas arqueológicas de estos sitios míticos de las civilizaciones olvidadas del pasado y más en concreto de los estados neohititas y arameos, que se desarrollaron en lo que hoy conocemos como Oriente Próximo. No conviene olvidar que el imperio hitita mantuvo una gran rivalidad con el antiguo Egipto, dominó Anatolia y ejerció una gran influencia en lo que se denominó el Levante hasta el año 1.200 a.C. Su desaparición fue dando lugar a los reinos neohititas y arameos, que estaban ubicados en la actual superficie de Turquía y Siria, y por tanto heredaron gran parte de las tradiciones políticas y culturales de los hititas.
La exposición, comisariada por Vicent Blanchard, del departamento de Antigüedades de Oriente Próximo del Museo del Louvre, presenta, por primera vez en Francia, los vestigios de Tell Halaf, un importante yacimiento del patrimonio artístico sirio. El barón alemán Max von Oppenheim realizó excavaciones en este lugar, ubicado cerca de la actual frontera turco-siria, entre 1911 y 1913, y allí descubrió el palacio del rey arameo Kapara. Las esculturas monumentales que adornaban este palacio fueron devueltas a Berlín y expuestas en 1930. Durante la Segunda Guerra Mundial, estas zonas fueron muy dañadas por los bombardeos. Un increíble proyecto de conservación llevado a cabo por el Museo Pérgamo de Berlín en la primera década del siglo XXI, permitió rehabilitar estas esculturas con los 27.000 fragmentos recuperados.
En la entrada a la exposición en el Hall Napoleón, se exhibe una obra del artista contemporáneo libanés Rayyane Tabet, titulada ORTOSTATOS. Este artista es bisnieto de Faek Borkhoche, que fue secretario de Max von Oppenheim, el gran arqueológo alemán. En su innovadora propuesta podemos contemplar 32 calcos de los 194 ortostatos -esas grandes placas de piedra caliza y basalto que contenían fantásticas decoraciones de animales, deidades, escenas de guerra y caza- descubiertos en el palacio occidental de Tell Halaf. El loable intento del joven creador libanés nos permite recuperar toda una gestualidad e iconografía de una tradición espiritual que a lo largo del tiempo y debido a numerosos conflictos se han ido perdiendo o han sido destruidos o están dispersados en numerosos museos de todo el mundo.
Y tanto la exposición como ese poético preámbulo subrayan el esfuerzo que numerosos museos e investigadores están haciendo para preservar el patrimonio y la memoria del patrimonio que está en peligro de extinción, especialmente en aquellos lugares que están azotados por la guerra o por desastres naturales, algo que cada vez moviliza más a la comunidad internacional.
La muestra, que cuenta con un montaje cuidado y una iluminación que profundiza en la revelación de una exhibición tan ambiciosa, se estructura en varias salas y en ellas se exhibe en orden más o menos cronológico el ascenso y caída del imperio hitita, rival de Egipto pero también de Babilonia. A finales del segundo milenio a.C los hititas eran una gran potencia, prueba de ello fue que el rey hitita Mursili saqueó Babilonia en 1.595 a.C, y puso fin al reinado de los últimos sucesores de Hammurabi. En 1.274 a.C, los hititas se enfrentaron con Ramsés II en la famosa batalla de Kadesh, relatada en los grandes cuentos narrativos egipcios y el poema de Pentauro, del cual el Museo del Louvre posee una copia en papiro.
La importancia que tuvo el imperio hitita se evoca a través de las principales obras de la época imperial, provenientes de las tierras hititas y las colonias sirias: Ugarit o Emar, entre otras. Finalmente, como muchos imperios de la antigüedad, se produjo su caída en un período histórico muy convulso de la civilización palaciega, desde el Levante hasta el final de la Edad del Bronce.
A esta caída le sucedieron los estados neohititas y arameos, que fueron entidades políticas nacidas de las ruinas del imperio en Anatolia y en Siria, de las cuales las más cercanas al poder anterior, políticamente hablando, eran Karkemish y Malatya. La ciudad de Karkemish, colonia hitita más importante en tierras sirias, situada junto a Alepo, fue uno de los dos reinos del imperio. Al comienzo de la Edad del Hierro, los antiguos gobernadores se convirtieron en reyes. En las magníficas decoraciones urbanas se reflejan la gran pericia técnica en ese conjunto escultórico expuesto, sobre todo por la generosidad del Museo Británico que ha cedido un grupo de moldes de relieves monumentales, que estuvieron instalados junto a la carretera procesional de Karkemish, una ciudad de suma importancia desde el tercer milenio hasta su destrucción en el año 605 a.C por el rey de Babilonia. Nabucodonosor. Además Malatya era una ciudad neohitita, dependiente de Karkemish, que posee decoraciones esculpidas (de un estilo cercano al período imperial), sacadas a la luz en particular por las excavaciones del arqueólogo francés Louis-Joseph Delaporte (1874–1944).
Y ya en territorio de Anatolia con Tabal (sucesor del antiguo reino hurriano de Kizzuwatna), Gurgum (ubicado en el sitio de Marash, en la actualidad, donde se descubrieron varias estelas funerarias, incluida la impresionante estela de Tarhunpiyas), y Tell Tayinat (la antigua ciudad de Kunuluwa). La escritura jeroglífica de Luwian fue la favorita en los grandes relieves sirio-anatolios, porque Luwian provenía del nombre de un pueblo que vivía al oeste del pueblo de Hattian.
El origen de este sistema de escritura, creado entre el final del tercer y el comienzo del segundo milenio, continúa siendo un misterio hasta hoy, ya que no presenta ninguna relación con la escritura jeroglífica egipcia. Más al sur se encontraban los reinos gobernados por soberanos arameos, que se convirtieron en sedentarios durante este período, reclamando el legado de los hititas de la Edad de Bronce y los sirios como propios. Los sitios principales fueron Zincirli, cuya impresionante fortaleza fue la fuente de muchos relieves, que hoy se encuentran en Estambul y Berlín; el próspero reino de Til Barsip, cuya estela dedicada al dios de la tormenta está en manos del Louvre; y por último, Hama, donde la cultura hitita continuó a través de la tradición aramea, al descubrirse las primeras inscripciones en los jeroglíficos de Luwian.
Durante el recorrido nos encontramos con la figura del barón Max von Oppenheim, descubridor de Tell Halaf, y es fundamental resaltar que sus hallazgos arrojaron luz sobre la memoria la antigua ciudad de Guzana, capital del reino de Bit Bahiani; el reinado del rey Kapara, que hizo construir una ciudadela con dos palacios, hacia el 890-870 a.C. Uno de ellos era el Palacio Occidental, cuyas imponentes esculturas fueron descubiertas por Von Oppenheim.
Las cámaras funerarias ubicadas cerca de la puerta sur de la ciudadela también contenían vestigios magníficos, como la gran estatua ancestral que el arqueólogo alemán denominó su Venus. Además, descubrió 194 ortostatos allí, cuya función principal era proteger la base de las paredes de ladrillo de los edificios. La decoración mostraba el legado del arte sirio-anatolio y mesopotámico, con la alternancia de losas de piedra caliza pintadas de rojo y basalto negro.
Por último, las potencias vecinas de los estados neohitita y arameo (Urartu o Fenicia, entre otras) tenían características culturales y artísticas comunes. Asiria, también heredera de estos reinos, fue la principal causa de su desaparición. Los asirios conquistaron uno a uno los estados neohititas y arameos y los absorbieron en su imperio. La cultura asiria estuvo marcada por la de los estados neohititas y arameos, ya que influyó en la concepción del arte monumental y en los ornamentos mobiliarios y en los diseños de joyas y amuletos. El idioma arameo también se extendió por todo el imperio, y se convirtió en el más hablado en Oriente Próximo durante este período y los siglos posteriores. Los grandes ortostáticos asirios de los palacios de Nimrud, Khorsabad y Nínive reflejaron el legado de la escultura monumental sirio-anatolia, que luego fue influida por el arte asirio en los siglos previos a la conquista asiria y la destrucción de estos reinos. Julián Hernández