Luis Paret, protagonista indiscutible en su ciudad natal
Madrid recupera la figura de uno de sus artistas más ilustres, gracias a la presentación de ‘Una celestina y los enamorados’, una reciente adquisición del Prado que ya puede verse en la sala 93 de la pinacoteca, y a la monográfica centrada en dibujos que le dedica la Biblioteca Nacional a partir del viernes.
“Algunos dicen que es la acuarela más importante del siglo XVIII”. Así de contundente se mostraba José Manuel Rodríguez Matilla, Jefe de Conservación de Dibujos y Estampas del Museo del Prado, el pasado lunes, mientras presentaba a la prensa Una celestina y los enamorados, la aguada sobre papel verjurado firmada por Luis Paret y Alcázar que la pinacoteca acaba de colgar en la sala 93. Se trata de una de las adquisiciones más recientes de la institución, que desde ayer se exhibe con orgullo entre el resto de obras del pintor madrileño.
Ciertamente, la acuarela resulta excepcional por tres motivos: el tamaño, el asunto representado y la factura (de extraordinaria calidad). “En esta composición aparecen muchos de los temas presentes en Goya y su futura serie de Los Caprichos. La anciana-celestina está evidentemente inspirada en el personaje de Francisco de Rojas –en la biblioteca de Paret se encontraba su tragicomedia, un libro prohibido entonces–, pero también en una estampa, El tacto, del grabador francés Jean Baptiste Le Prince”, explicó el Jefe de Conservación de Dibujos y Estampas del Museo.
La precisión en el trazo, la abundancia de objetos antiguos y la riqueza de elementos esotéricos como la planta de dormidera, el murciélago o la gata, convierten esta aguada en una obra fascinante. Asimismo, revela la maestría de Paret como dibujante, además de como pintor.
Una celestina y los enamorados (1784) es una de las tres últimas piezas incorporadas a la colección y también una de las recién llegadas a las salas. Feliz noticia, ya que no siempre todas las nuevas adquisiciones se muestran al público. En el caso concreto de este paret, lo podremos disfrutar solo temporalmente, pues la fragilidad del soporte –papel– impide su exposición permanente.
Cabe destacar el origen de la pieza, procedente de la colección particular de José Milicua. Sus herederos pidieron el permiso de exportación a la Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes del Patrimonio Histórico para venderla en el extranjero, pero el Estado ejerció su derecho de compra y la adquirió por 130.000 euros.
Aunque la operación tuvo lugar en 2017, como adelantamos el pasado mes de enero, no ha sido hasta ahora cuando se ha mostrado al público. ¿La razón? Entre otras, la coincidencia con la inauguración de la primera monográfica de Paret en su ciudad natal: Dibujos de Luis Paret (1746-1799) de la Biblioteca Nacional que reúne 118 piezas entre dibujos, pinturas, grabados, libros y manuscritos.
Una compra semejante sucedió con la segunda obra presentada el pasado lunes en el Prado. San Juan Bautista en un paisaje (hacia 1610) de Juan Bautista Maíno es otra pequeña joya, como el dibujo de Paret, y también fue adquirida tras una petición de permiso de exportación. Después de dos años de conversaciones, la operación se cerró en 375.000 euros.
El óleo sobre cobre del artista de Pastrana ha pasado por el taller de restauración y ya se exhibe con el resto de pinturas del autor. Este sí quedará instalado de forma definitiva en la sala 7, para disfrute de los visitantes.
Leticia Ruiz, Jefa del Departamento de Pintura Española del Renacimiento del Museo del Prado, destaca cómo la composición “está primorosamente pintada y firmada”, detalle este último digno de mención, sobre todo teniendo en cuenta que el artista apenas rubricó cinco de sus pinturas (la ausencia de la palabra“fray” en la firma invita a pensar en una fecha anterior a su ordenación como dominico).
La pequeña escena muestra al santo recostado entre las rocas, delante de un paisaje cargado de detalles como unos ciervos bebiendo agua, los pájaros volando o la abundancia de hojas en los árboles. Todo un alarde pictórico, un capricho de gabinete, muy en consonancia con los gustos de los coleccionistas italianos que solían demandar este tipo de cobres.
La última y tercera incorporación que el público podrá encontrar durante su visita al Prado la encontrará en la sala 16A, junto a una pintura de Francisco Rizi. Se trata de una lámina de cobre grabada a buril por Gregorio Fosman, que representa la escena del Auto de Fe celebrado en la Plaza Mayor de Madrid.
Esta plancha, adquirida con fondos propios a Palau Antiguitats por 6.000 euros, ilustra a la perfección quién es quién de la muchedumbre que asiste al mencionado Auto de Fe. Supone, además, el punto de partida de la pintura homónima de Ricci, realizada tres años después. El montaje de la plancha recién llegada, acompañada de su estampa conservada en la Biblioteca Nacional y de la pintura italiana, potencia precisamente la contemplación de las tres obras, de forma que se puedan comparar.
Este trío de piezas expuestas pretende así recordar el IV centenario de la Plaza Mayor, una efemérides a la que también se suma el Museo de Historia de Madrid, con la muestra Plaza Mayor: espejo y máscara de Madrid que se inaugura el jueves.
La particularidad de la pieza recién presentada en el Prado reside, no obstante, en la parte que no se ve. Y es que el dorso posee una copia de la Madonna zingarella de Correggio, actualmente en el Museo de Capodimonte. Dicha rareza ha sido, muy probablemente, la razón por la que la plancha de cobre de Fosman se ha conservado, pues lo habitual era fundir las láminas tras su estampación. Sol G. Moreno