La mirada humanista de Nicolás Muller en la Real Academia de San Fernando
El pasado jueves 28 de noviembre se abrió al público en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando la exposición Nicolás Muller: belleza y compromiso, en torno a la figura del fotógrafo húngaro que nació en 1913 y murió en Asturias en el año 2000. De este modo continúa la Real Academia su labor de dar a conocer a los grandes fotógrafos de los siglos XIX y XX. La muestra, que permanecerá abierta hasta el 2 de marzo en la planta tercera del Museo, reúne 13 obras de Muller que forman parte de la colección de la Academia, junto a material bibliográfico y fotográfico de la colección Pedro Melero y Marisa Llorente, así como un retrato del propio Muller ante una escultura de Pablo Serrano, que ha cedido Ana Muller.
En la presentación estuvieron presentes el director de la Real Academia de San Fernando, Tomás Marco; el académico delegado del museo, Víctor Nieto Alcaide; y Publio López Mondéjar, académico, foto-historiador y uno de los autores del ejemplar Nicolás Muller. Maestros de la fotografía en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en el que también participan Manuel Vicent, Ana Muller y Pilar Rubio que se va a publicar con motivo de la exposición.
Nicolás Muller (Hungría, 1913-Asturias, 2000) fue, junto a Catalá-Roca, el más grande e influyente fotógrafo español de la España autárquica. Miembro destacado del privilegiado grupo de fotógrafos húngaros de su generación como Robert Capa, Georges Brassaï, Laszlo Moholy-Nagi o André Kertész, entre otros. Como muchos de ellos tuvo que abandonar su país huyendo del nazismo en 1938, para establecerse en París, donde colaboró activamente en los célebres semanarios France Magazine, París-Match y Regard. De origen judío, la ocupación alemana le condenó a un nuevo y precario exilio en Portugal, país del que fue detenido y expulsado por la PIDE, la policía política de la dictadura de Salazar. Finalmente, su larga travesía de judío errante le condujo a Tánger, ciudad abierta en la que vivió y trabajó hasta 1947.
En Tánger estableció un estudio de retratos, que pronto se convirtió en el más prestigioso y visitado de la ciudad. En pleno Protectorado Español de Marruecos, Muller colaboró con el diario España y publicó dos de sus mejores libros, Estampas marroquíes y Tánger por el Jalifa, que venían a añadirse a los editados en Hungría y que mostraban a un fotógrafo en plena madurez, culto, delicado, comprometido y profundo conocedor de todos los secretos de su oficio.
En 1944, de la mano de su gran amigo Fernando Vela, cofundador de la Revista de Occidente y director de España, se acercó por primera vez a Madrid donde expuso sus fotografías en el hotel Palace. Tres años después abandonó definitivamente Tánger, para trasladarse a Madrid. Tras su paso por dos estudios de retratos, en 1947 se instaló en una luminosa galería de la calle Serrano, a un paso de la Puerta de Alcalá.
Durante varios años por su estudio o por los rincones de Madrid pasaron intelectuales y artistas como Baroja- a quien retrató paseando por el Retiro-, Azorín, Laín Entralgo, Lorenzo Goñi, Fernando Vela, Gabriel Celaya, Dionisio Ridruejo, Rodrigo Uría, Xavier Zubiri, Gerardo Diego, Pío y Julio Caro Baroja, Ignacio Aldecoa o María Zambrano, así como su inclinación a unirse a la tertulia conocida en el Café Gijón de poetas y pintores, integrada por Martínez Novillo, Benjamín Palencia, Pablo Serrano- con esa fotografía en su estudio junto a sus esculturas-, Zabaleta, Pancho Cossío, Paco García Pavón, Gabriel Celaya y Cristino Mallo. Su afición por el retrato nos ha legado un friso de imágenes de una época y de un país, lo cual le confiere un lugar de honor en la historia de la fotografía española y universal.
Nicolás Muller, que coincidió en Madrid con otros colegas como Gyenes, Amer Ventosa o Ibáñez, pero a diferencia de ellos además de su trabajo en el estudio su curiosidad le llevó a conocer España, como ya hiciera en Marruecos, retratando sus pueblos, su patrimonio monumental, su paisaje natural y su paisanaje.
Fruto de aquel titánico trabajo nos ha dejado libros y un conjunto de imágenes, algunas presentes en la exposición como las que hizo en el País Vasco en 1966; en las Palmas de Gran Canaria con esos operarios pintando un barco en 1964; una toma de Cudillero en 1965 para retratar la soledad o un grupo de monjas en Lanzarote, pero también visitó Cantabria, Andalucía y La Mancha, entre otros lugares de España.
En 1980, después de una vida profesional azarosa y bien vivida, en la que llegó a penetrar en la raíz del desconsuelo, de los exilios sucesivos, del amor, de la amistad y la melancolía, dejó su estudio madrileño en manos de su hija Ana Muller, una excelente profesional, y se retiró a su pequeña patria de elección, en Andrín, Asturias, a la orilla del mar, donde murió hace 24 años.