La visión de Paul Durand-Ruel y los postimpresionistas en la Fundación Mapfre
El impresionismo en la segunda mitad del siglo XIX y el postimpresionismo en los últimos años de esa centuria y la primera década del siglo XX fueron dos movimientos que cambiaron las reglas del mercado artístico. Ahora la Fundación Mapfre en sus salas de Madrid presenta hasta el 5 de enero Paul Durand-Ruel y los últimos destellos del impresionismo, comisariada por Claire Durand-Ruel Flavie, que incluye alrededor de 80 obras – entre ellas los paneles que hicieron Albert André y Goerges d’Espagnat- no demasiado conocidos en España pero de un gran virtuosismo pictórico. Y sobre todo la figura de Paul Durand-Ruel (París, 1831-1912), galerista, coleccionista y uno de los marchantes más decisivos en la escena cultural francesa durante seis décadas.
Paul Durand-Ruel vivió una larga vida de más de ocho décadas en una época para el arte de grandes cambios estéticos y se convirtió en uno de los grandes defensores del arte moderno. No en vano fue un gran protector y amigo de muchos de los grandes pintores franceses de la segunda mitad del siglo XIX, que comenzó con su apoyo a los paisajistas de la Escuela de Barbizon, más tarde en su impulso a los impresionistas como Monet, Pisarro y Renoir, con el que tenía una especial sintonía, y por último con algunos postimpresionistas como los que protagonizan la muestra. El recorrido comienza con un retrato de Durand-Ruel pintado por Renoir en 1910, donde capta la serenidad de un hombre en plena madurez, sentado en un sofá y que mira al horizonte y no al pintor que le extrae la satisfacción de un galerista pleno.
La exposición en la Fundación Mapfre se centra en su última apuesta por los herederos del impresionismo, cinco artistas que fueron más allá cultivando el paisaje y las marinas en los casos de Henry Moret, Charles Maufra y Gustave Loiseau, junto a los más jóvenes y además amigos: Georges d’Espagnat y Albert André, a los que también protegió Auguste Renoir y el propio Durand-Ruel como lo hizo con los tres anteriores.
El postimpresionismo aglutinó a numerosos artistas, con visiones muy diferentes, desde las investigaciones de Signac y Seurat, lo analítico en Cézanne, la búsqueda del color en Van Gogh o de otro modo en Gauguin, pero también los procesos de búsqueda de los cinco pintores que se exhiben en Madrid, todos ellos muy afines al impresionismo aunque ahondando en un lenguaje propio que cultivaron desde 1880 hasta bien avanzado el siglo XX, donde ya comenzaban a despuntar las vanguardias artísticas.
Y en ese periplo plástico tuvo una influencia extraordinaria la personalidad de Paul Durand-Ruel, que además de apoyarles como mecenas comprándoles numerosas obras iba organizando exposiciones para darles a conocer a los coleccionistas y aficionados al arte, lo que contribuyó en cierta medida a su éxito posterior en sus galerías de París y Nueva York. Un marchante audaz, que supo detectar las necesidades y preocupaciones que tenían esos pintores y a los que acompañó durante un largo período para que pudieran desarrollar su talento.
Los paisajistas y marinistas como Gustave Loiseau, Moret y Maufra forjaron una gran amistad. Loiseau se desplazó de París a Pont-Aven en la Bretaña y allí se relacionó con Gauguin y Émile Bernard, aunque él prefirió decantarse por una pincelada vibrante y una apuesta por el color, simplificando el modelado, como se aprecia en su modo de plasmar el río Sena en Tournedos -sur-Seine (1899), esa atmósfera brumosa que consiguió en Étretat, L’Aiguille y la Porte d’Aval (1902), o cuando capta el bullicio de la vida urbana en París y Ruán como en esa mirada a la Avenida Friedland, pintada en 1931, con el Arco del Triunfo al fondo.
El caso de Maxime Maufra, que quedó deslumbrado por la obra de Turner durante un viaje de juventud a Londres, tiene cierto hilo de continuidad con los espacios pintados por Loiseau: Bretaña y Normandía. Tenía una gran capacidad para estructurar sus composiciones, en los que en ocasiones aparece la figura humana como esos hombres en la playa en El barco en la costa, Morgat (1902); en esos óleos que fijan la representación en las rocas y el mar: Los tres acantilados de Saint- Jean-du-Doigt (1894) y en Rocas en Belle-île-en.Mer (1905), sin olvidar su síntesis de la modernidad de vida nocturna en París con motivo de la Exposición Universal de 1900.
Y qué decir del paisajismo que cultivó Henry Moret, influido por su contacto con Gauguin en Pont-Aven, con una apuesta colorista, a través de esa rica variedad de verdes que caracterizan muchos de sus cuadros. En muy pocos incluye personajes como ocurre en Pescadores de gambas, Larmor Plage (1889) y en Esperando el regreso de los pescadores (1894), más matizado de luz, pero en muchos otros la naturaleza ocupa un lugar central en esos paisajes que hizo en Bretaña y donde su pincelada se fue fragmentando en una clara apuesta por el color, visible en La isla de Groix (1898) y El puerto de Brigneau (1905), entre otros.
Albert André y Georges d’Espagnat fueron muy amigos y gozaron del aprecio de Renoir y eso les facilitó la relación con Durand-Ruel. André era polifacético: pintor, decorador, ilustrador y conservador de museo. Optó por las escenas de género y por la pintura decorativa como puede observarse en Mujer con pavos reales (1895), aunque también en escenas de la vida cotidiana en Mujeres cosiendo (1898), Mujer aseándose (1901) e Interior con piano y violín (1925-1930) Posteriormente plasmó paisajes mediterráneos y otras escenas de la vida cotidiana donde predominaba una gama cromática con verdes y rosa pastel como en El cenador (1926). Incluso Joseph Durand-Ruel, hijo del mecenas, le encargó las puertas del comedor de su apartamento en París y que también se exhibe casi al final de la muestra.
Y el amigo de André, George d’Espagnat, pintor autodidacta lo que le confería gran libertad compositiva, que se inclinó por escenas de género y de interiores utilizando colores vivos e intensos, algo cercano a los fauvistas. Más tarde su paleta se fue suavizando y su pintura se hizo más íntima. Entra las obras expuestas destacan La estación de las afueras (1896-1897), Cala en le Lavandou (1899) y Las riendas (1899), sin dejar de mencionar las puertas que le encargara el hijo de Durand-Ruel para el apartamento parisino, uno de los primeros conjuntos de obras que cuelgan al comienzo de la exposición.