La ensoñación recuperada de Rosario de Velasco en el Thyssen
Resultó emocionante contemplar ayer el esfuerzo del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, y de todas las personas que lo han hecho posible, la recuperación para las nuevas generaciones del talento de una pintora y dibujante como Rosario de Velasco (Madrid, 1904- Barcelona, 1991), una artista figurativa no demasiado conocida para los aficionados al arte, a pesar de que alguna de sus obras se exponga en la colección permanente del Museo Reina Sofía o del Bellas Artes de Valencia e incluso del Centre Pompidou de París. Y por eso esta exposición, que estará abierta hasta el 15 de septiembre, supone un rescate del olvido y la posibilidad de ahondar a una trayectoria plena de interés de una creadora como ella.
La muestra, comisariada por su sobrina nieta, Toya Viudes de Velasco, y Miguel Lusarreta, reúne alrededor de 60 obras, entre pintura, dibujos, acuarelas e ilustraciones de libros, del período 1924-1944. Estará abierta hasta el 15 de septiembre.
Cuenta con el apoyo de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento de Madrid, que estuvieron representados en la presentación a los medios por Luis Martín Izquierdo, viceconsejero de Cultura, Deporte y Turismo, y por María José Barredo, coordinadora de Cultura de la ciudad de Madrid, respectivamente.
También les acompañó el director del Museo de Bellas Artes de Valencia, Pablo González Tornel, coorganizador de la exposición, e institución que acogerá la muestra desde el 7 de noviembre y hasta el 16 de febrero de 2025.
Toya Viudes de Velasco comentó que la exposición surgió a partir de las obras que poseía la familia de Rosario de Velasco y que se ha organizado en un tiempo récord, poco más de un año. «Lo más difícil ha sido localizar las obras, que estaban muy dispersas, y nos hemos ayudado de las redes sociales y de correspondencia con instituciones para lograrlo», dijo.
Y Miguel Lusarreta sugirió que hasta ahora ninguna institución se había atrevido a organizar una exposición amplia por la dispersión, aunque Rosario de Velasco trabajó con las mejores galerías de su época: Biosca, Salas Paret y Gaspar, entre otras, pero muchos compradores no fueron fáciles de contactar. Con esta iniciativa han localizado cerca de 300 obras, de las que se han seleccionado las 63 que figuran en la exposición de una artista singular, buena conocedora del arte de su tiempo y también del pasado, con algunos creadores que influyeron en su trayectoria.
Rosario de Velasco, nacida en el seno de una familia tradicional de principios del siglo XX, dibujaba y pintaba desde que tenía seis años. Su formación académica se inició a los 15 años en la academia de Fernando Álvarez de Sotomayor, que fue director del Prado en dos ocasiones y miembro de la Academia de San Fernando. Ese comienzo influyó en que pintara en mediano y gran formato, algo poco habitual en las artistas de su tiempo.
Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza, en una presentación breve pero esclarecedora, situó las obras más conocidas de Rosario de Velasco con su contexto artístico del período de entreguerras pero también con las influencias que tuvo en sus composiciones de pintores del Quattrocento y del clasicismo del siglo XVII. En el caso de Adán y Eva (1932), hoy en el Reina Sofía, una imagen pastoral de huida de la ciudad, que interacciona con Bañista . Retrato de Joan Xirau (1924), de Dalí y con Marina Roesset y su Isla del tesoro, (1928), o incluso con Zoología (1928) del italiano Cagnaccio di San Pietro.
Rosario de Velasco supo ir más allá de la tradición que conocía bien y se abrió a las nuevas tendencias y vanguardias, gracias a una apertura de mente y a su curiosidad, que la llevó a entablar relación con pintoras como Maruja Mallo o escritoras como Rosa Chacel o María Teresa León o figuras tan relevantes como Concha Espina o Lilí Álvarez, campeona de tenis y de la que se exhibe un retrato de 1938, con la que compartía aficiones deportivas e intelectuales. Un grupo de mujeres pioneras que viajaban y se abrieron a nuevos conocimientos.
Su pintura resulta muy original por el modo que tenía de manejar la perspectiva, a vista de pájaro, lo que le permitió juegos visuales tanto en sus escenas cotidianas, en el género del retrato, sobre todo de su familia más cercana: su autorretrato (1924); el que hizo de su padre un año más tarde, bastante sobrio; o ese otro de su hermano Luis de Velasco (1933), leyendo un libro, con una ventana a su izquierda y con la mirada de concentración, junto a las cosas que tenía el doctor en su despacho, y que no deja de ser como afirmó Guillermo Solana una evocación clasicista del Quattrocento o esa más reciente de Ubaldo Oppi y sus Tres cirujanos (1926).
Precisamente las cosas están muy presentes en el recorrido de la exposición: su óleo Cosas (1933), con esos libros, pergaminos, carpetas de dibujo, un pisapapeles y cajas con canicas, que siendo objetos figurativos tendían un poco hacia la abstracción al trastocar ese espacio junto a un balcón, lo que convertía a esta pintura en rupturista y algo poscubista. Y esa misma impresión tienes al observar El cuarto de niños, del mismo año y donde la figura humana, algo escultórica, vista desde arriba parece ser un elemento más en ese entorno moderno y a la vez misterioso.
Sus niñas con juguete, las maternidades de 1933 que tanto recuerdan a las de los pintores italianos del XV como el veneciano Jacopo Bellini. O dos de las pinturas fundamentales de la muestra: Lavanderas (1934), donde esas mujeres parecen estar en movimiento armónico, casi bailando, y donde encontramos reminiscencias de Botticelli en La primavera, aunque también de Ghirlandaio y un poco menos de Piero della Francesca, al que tanto admiraba Rosario Velasco, o incluso de Verrochio; y Matanza de los inocentes, pintada antes de que estallara la Guerra Civil, y que resultó premonitoria de la barbarie que se vivió en España desde julio de 1936 hasta el final de la guerra en 1939 y que como dijo Solana enlaza con una obra del mismo título de Guido Reni del siglo XVII, donde las figuras humanas desbordan el espacio del lienzo y se vislumbra el horror.
El mundo de la máscara está muy presente en algunas acuarelas y ceras de 1936 pero sobre todo en Carnaval (pintado antes de 1936), un óleo donde hay ecos de Verbena (1928) de Maruja Mallo, pero también del belga James Ensor y algo menos de José Gutiérrez Solana, mucho más sombrío.
Y su visión en Gitanos (1934) con el hombre durmiendo boca abajo mientras la mujer se mesa los cabellos mirando hacia afuera con ese modelado escultórico de la figura femenina con un paisaje idealizado.
La última sala de la exposición se dedica a su labor como ilustradora en varios libros de autoras como María Teresa León en Cuentos para soñar (1927), Cuentos a mis nietos (1932) de Carmen Karr o Mi libro ideal (1933), en los que demostró una gran versatilidad con la acuarela y con la tinta sobre papel, cuyos dibujos originales los guardaba la familia del editor burgalés González Rodríguez.
No hay que olvidar que Rosario de Velasco fue una artista de éxito en su tiempo pero que después cayó en el olvido, y por eso esta muestra la rescata del paso del tiempo y nos vuelve a situar ante la ensoñación que desprenden sus composiciones.