Carlos Nadal y su alegría de vivir
Una treintena de obras del artista nacido en París se exhiben en la galería Jordi Pascual de Barcelona hasta el 30 diciembre. Son composiciones que reflejan perspectivas únicas de playas, interiores o paisajes urbanos del autor, que descubrió los efectos del color en la pintura cuando llegó a Bruselas.
Jordi Pascual transforma su galería de Enric Granados en un espacio multicolor gracias a las pinturas de Carlos Nadal, pintor español que perteneció a la escuela fauvista. La muestra, titulada La alegría de vivir, recoge parte del legado de este artista nacido en París que vivió entre Barcelona y Bruselas. Es un recorrido por las típicas escenas del autor, de perspectivas inconfundibles, a través de paisajes, escenas de playa, interiores hogareños o composiciones urbanas. Siempre con el color como seña de identidad, convirtió sus lienzos en azules marinos, cielos borrascosos, verdes bosques o grises rascacielos.
Carlos Nadal (1917-1998) iluminó el siglo XX con sus deslumbrantes obras fauvistas. Nació en París, pero a los cuatro años viajó con su familia a Barcelona. Trabajó de aprendiz en el taller de su padre, diseñador comercial. Fue ahí cuando aprendió a pintar y tuvo ocasión de conocer a creadores de la talla de Matisse o Dufy. En 1948 se casó con la escultora belga Flore Augusta Zoe Jori y poco después se mudaron a Bruselas.
Su vida transcurrió entre París, Bruselas y Sitges, ciudades que le inspiraron decenas de cuadros. Entre sus temas recurrentes, los interiores, las marinas, los teatros llenos de público y los paisajes (ya fuesen urbanos o campestres).
La alegría de vivir trata de recoger, precisamente, la variedad de aquellas composiciones en una retrospectiva que abarca toda la vida del autor. Asimismo, deja constancia de la importancia del color en la obra de Nadal, cuyas pinceladas inundan de vitalidad cada rincón de sus lienzos.
El título de la muestra es un homenaje al fauvismo y su lema «joie di vivre». Tanto Nadal como el resto de creadores del movimiento quisieron que sus cuadros fuesen un canto a la vida, una visión optimista del mundo; de ahí las escenas de conciertos, teatros, restaurantes y regatas.
Aunque nuestro artista no perteneció directamente al grupo, sí que compartió con ellos su obsesión por los tonos vibrantes, el dominio de la luz –cuyos efectos descubrió en Bruselas, según él mismo confesó– y la actitud positiva frente a las secuelas de la Segunda Guerra Mundial (en su caso también la Guerra Civil española).
«El arte no representa nada material, solo la emoción humana», dijo. De modo que los colores evocan en el espectador una sensación de alegría. Nadal nos invita así a explorar una realidad alternativa centrada en los placeres de la vida.