‘Caravaggio en Roma’ en el Art Institute de Chicago
La sala 211 del Art Institute of Chicago (AIC) alberga una exposición íntima, Entre amigos y rivales: Caravaggio en Roma, que incluye dos préstamos excepcionales de Michelangelo Merisi da Caravaggio (Milán, 1571- Porto Ercole, 1610) -de las siete pinturas que se conservan en los Estados Unidos- como son Los tahúres y Marta y María Magdalena, procedentes del Museo de Arte Kimbell y del Detroit Institute of Arts, respectivamente, que se exhiben junto a tres caravaggistas tan notables como Baglione, Manfredi y Buoneri de la propia colección del museo de Chicago. La muestra, comisariada por Rebecca Long y Shirley Ryan, permanecerá abierta hasta el 31 de diciembre.
El estilo cautivador de Caravaggio y la originalidad de sus composiciones durante su estancia romana atrajo la mirada de numerosos artistas y coleccionistas, que le encargaban obras y admiraban sus pinturas. En esa sala 211 del AIC cuelgan obras de artistas españoles como Sánchez Cotán, Francisco de Zurbarán, Ribera, Juan de Zurbarán e italianos como Luca Giordano o Guido Reni, además de sus apasionados seguidores como Giovanni Baglione- uno de sus rivales-, Bartolomeo Manfredi y Francesco Buoneri que tanto le siguieron.
En su composición de 1598, Marta y María Magdalena, el pintor milanés introdujo efectos contrastados de luz y sombra y como siempre utilizó personas corrientes como modelo. En este caso representó a Marta, hermana de María, vestida modestamente, que parece estar reprochando a su hermana su conducta descarriada y quizás esté enumerando con sus dedos los milagros de Cristo. Caravaggio supo manejar la luz que ilumina a la Magdalena, confiriéndole un brillo sobrenatural en una especie de revelación divina.
La obra que pintó Caravaggio tres años antes, hacia 1595, Los tahúres, invita a que miremos de un modo lento de cómo era el juego de cartas a finales del siglo XVI; una escena de la vida civil en la que supo reflejar una atmósfera teatral. Esta composición, que forma parte de Caravaggio en Roma, influyó en pintores como Georges de La Tour, del que el Museo Kimbell posee un buen ejemplo con la misma temática.
Los tahúres fue adquirido por el cardenal Francesco Maria del Monte, quien además ofreció al artista alojamiento en su palacio. Caravaggio se introdujo así en la élite de la sociedad eclesiástica romana, que pronto le brindó su primera oportunidad significativa de trabajar a gran escala y para un foro público.
En esa obra maestra, que desprende elegancia, los jugadores participan en una partida de primero, precursor del póquer. A la izquierda, el incauto está absorto en sus cartas, sin darse cuenta de que el tahúr mayor le hace señas a su cómplice con la mano enguantada y levantada (las yemas de los dedos están al descubierto, mejor para palpar las cartas marcadas).
A la derecha, el joven tramposo está mirando expectante hacia el muchacho y se lleva la mano derecha a la espalda para sacar una carta oculta de sus calzones. Caravaggio ha tratado este tema no como una caricatura del vicio, sino de un modo novelesco, en el que la interacción del gesto y la mirada evoca el drama del engaño y la inocencia perdida en los términos más humanos.
En el resto de las composiciones observamos cómo su admirador y a la vez rival, Giovanni Baglione, muestra el extásis de San Francisco en una escena de gran dramatismo; mientras que Bartolomeo Manfredi en Cupido castigado (1613) plasma una escena de gran verismo; y Francesco Buoneri en La Resurreción ((hacia 1619-1620) introduce una luminosidad intensa en la parte superior del cuadro.