La evolución plástica de Margarita Azurdia en el Museo Reina Sofía
Hoy se abre al público en el Museo Reina Sofía la primera exposición en nuestro país de la artista guatemalteca Margarita Azurdia (1931-1998), cuya selección de obras por parte de Rosina Cazzali, comisaria de la muestra, permite ver la evolución durante más de tres décadas de una creadora inquieta, transgresora, que ha sido importante en la plástica del país centroamericano en la segunda mitad del siglo pasado. La muestra permanecerá abierta hasta el 17 de abril de 2023.
A comienzos de la década de los años 60 esta artista multidisciplinar guatemalteca se trasladó a Palo Alto, California, impregnándose de lo que veía en los museos norteamericanos y asistiendo a talleres creativos que le ayudaron a acercarse al mundo de la abstracción.
En 1963 regresó a su país natal y comenzó a exponer individualmente una serie de pinturas de composiciones expresionistas y óvalos concéntricos de colores contrastados.
Precisamente el óvalo ha sido una forma recurrente, asociada a la cosmología, que remitía al origen del universo y al lugar que las personas ocupan en el mismo. El simbolismo de esos óvalos enlaza con las teorías del filósofo, paleontólogo y teólogo jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin relativo al concepto del ‘punto omega’, que enlaza con el modo de vivir la espiritualidad, una constante en obras posteriores.
A mediados de la década de los 60 esta creadora cambió su nombre por el de Margot Fanjul, pero previamente realizó una serie de pinturas de gran formato que denominó Geométricas, que eran diseños sintéticos a base de rombos y líneas para sugerir una dinámica óptica aunque, como indica Rosina Cazzali, se inspiró en los textiles indígenas, tanto en los colores como en las formas, «marcando un momento de inflexión en la trayectoria de su obra, así como en el incipiente ideario de una modernidad propiamente guatemalteca».
En 1968 dos artistas locales, fundadores de la Galería DS, le ofrecieron la posibilidad de exponer por el diseño novedoso de sus telas y poco después también las exhibió en la Galería Cisneros de Nueva York.
En el recorrido de la exposición por la planta tercera del edificio Sabatini del Museo Reina Sofía vemos su versatilidad, tanto en las pinturas como en esculturas y diseños textiles, o su apertura a disciplinas como la danza y el body art, su dedicación a la poesía o el dibujo, algo que coincidió durante su larga estancia en París, ciudad en la que vivió ocho años (1974-1982). Un periodo donde hizo varios libros de artista, algunos tan relevantes como Rencontres, donde se entremezclaban imágenes y poemas, entre ellos 25 dibujos y textos que nos hablan de su experiencia en la capital francesa, primando la sencillez en el trazo.
Hay una serie titulada Homenaje a Guatemala (1971-1974) en la que artesanos locales interpretaban los dibujos de Margarita Azurdia y, posteriormente, esta intervenía dichas tallas con patrones geométricos que evocan de forma innovadora los altares del altiplano, poniendo el foco en la diversidad identitaria y en el sincretismo cultural y religioso que forman parte del acervo sociocultural del país centroamericano (aunque con elementos de la actualidad de aquel tiempo, como fusiles y botas que denuncian los años de la contrainsurgente en Guatemala). También hay que mencionar el relevante papel de la mujer. No llegó a presentar esta serie hasta 1993 en su casa estudio de Ciudad de Guatemala.
En otro libro, titulado Des flashbacks de la vie de Margarita par elle même (1980), incluyó algunos dibujos que ilustraban aspectos de su vida personal, así como su acercamiento a la danza contemporánea y a su interés por las posibilidades que ofrece el movimiento corporal para expresar emociones, así como su tendencia a jugar con las palabras.
Desde mediados de los años 80 Azurdia manifestó una tendencia acusada por reflejar aspectos de su personalidad, tanto en Iluminaciones (1993) como en El libro de Margarita (1987), en los que se observa un grado de espiritualidad elevado en esa interacción con la naturaleza y los seres vivos. En este sentido, quizá sean algunas de sus últimas obras: Altares I y II (1998), firmados como Margarita Anastasia –en ese constante juego de cambios de identidad–, que son dos armarios artesanales en los que reúne fragmentos de catálogos y fotografías de proyectos anteriores como los rituales y ceremonias.
En sus collages durante la década de los 90, reunió fotografías personales sacadas de su pasaporte y cartas de identidad, instantáneas de fotomatón de su etapa parisina, pero donde lo verdaderamente importante es su modo de representar deidades femeninas que representan a la Diosa Madre en el planeta Tierra. Esta es una idea que desarrolló en otro proyecto donde quiso reflejar la relación histórica de las mujeres con la naturaleza y la Diosa Gaia, que en buena medida ya hacían alusión a la ecología y su preocupación por el medio natural.