¿Qué pasaría si el arte fuese solo un experimento? Los pulpos y cítricos de Shimabuku
El artista japonés inaugura en el Centro Botín de Santander su exposición más completa, con fotografías, vídeos y esculturas que van desde 1990 hasta la actualidad, incluidos los tres nuevos proyectos hechos expresamente para la ocasión. Es un autor obsesionado por los pulpos al que le gusta trabajar “people specific” y plantear situaciones que responden al interrogante: ¿Y si…?
El trabajo de Shimabuku (Kobe, Japón, 1969) es tan extraño como curioso, porque casi nunca crea obras ni piezas físicas, sino acciones que originan situaciones fuera de lo común. Podríamos decir que es un investigador, más que un creador propiamente dicho. Sus propuestas se desarrollan a través de experimentos con humanos y animales dentro de espacios naturales.
Todo parte de una misma premisa: ¿Qué pasaría si…? ¿Sacamos a un pulpo de su habitat? ¿Tratamos de meter nuestro cuerpo dentro de una goma elástica? ¿Viajásemos en barco con una patata en busca del pez con el que completar un suculento Fish&Chips? El artista se plantea cada una de estas dudas, a menudo anecdóticas, como un reto. Y luego observa.
Contempla cómo los pulpos se meten en vasijas bajo el lecho marino de Santander, o de qué manera la comunidad local se alía para volar un centenar de cometas humanas sobre el anfiteatro del Centro Botín, incluso lo que ocurre cuando introduces naranjas dentro de recipientes llenos de agua.
Es la suya una mirada espontánea e infantil que pretende captar el interés del público, siempre y cuando esté dispuesto a volverse un poco niño para jugar. Porque si hay algo que caracteriza el trabajo de Shimabuku es el sentido del humor y la anécdota, así como la invitación constante a observar nuestro entorno de una forma diferente. Ahora su trabajo recala por primera vez en el Centro Botín con el críptico título de Pulpo, cítrico, hombre (hasta el 9 de marzo de 2025). Tres elementos aparentemente inconexos que, sin embargo, tienen que ver con la peculiar forma de ver la vida del autor: calmada, tranquila y llena de interrogantes un tanto curiosos. ¿Se comunican los pulpos? ¿Flotarán los cítricos?
El recorrido por la muestra incluye vídeos, fotografías, esculturas, instalaciones y sobre todo muchos textos explicativos del propio autor, que ayudan a entender por qué diablos se le ha ocurrido llevar a cabo todos esos experimentos.
Según cuenta, su interés por los pulpos empezó en una habitación de San Francisco en 1990, cuando compartía piso con un compañero que le había prohibido meter en el frigo cualquier tipo de pescado, «y sobre todo, ¡no metas un pulpo!» Así que un día quiso comprobar qué pasaba si lo hacía. El resultado fue de lo más absurdo: «Pensé que tal vez se pondría furioso, pero lo único que hizo fue llamar a un amigo. Los dos se pusieron a abrir la nevera alternativamente sin parar y gritando ¡Ah!. Aquello fue una exposición en un frigorífico», escribe socarrón el artista.
Aquel surrealista episodio fue el punto de partida de una obsesión que se ha mantenido en todo su trabajo. Desde entonces, ha echado canicas al mar y observado cómo interactúan los cefalópodos con ellas, les ha creado esculturas para que ‘jueguen’ y otras locuras más presentes en sus obras Encuentro entre un pulpo y una paloma o Atrapando pulpos con vasijas de cerámica hechas por mí.
Otro de los proyectos de Shimabuku presentes en el Centro Botín tiene que ver con unos monos macacos que fueron trasladados de las montañas de Kioto al desierto de Texas en 1972 a modo de experimento científico. ¿Se adaptaron los monos más rápido que las personas a su nuevo entorno? ¿Y se acordarían las nuevas generaciones de primates de las montañas nevadas?
«Me entraron ganas de ir allí a conocerlos», escribe el artista. «Finalmente, fui a verlos en 2016. Me parecieron un poco americanizados. Son un poco más grandes de tamaño y habían empezado a comer cactus. Pasé varios días con ellos bajo el sol de Texas y decidí hacerles una montaña de hielo, para comprobar si todavía se acordaban de las montañas nevadas».
Por si todo esto fuera poco, la exposición incluye tres nuevas obras producidas por la propia Fundación Botín. Una de ellas es Gente volando (Santander), son cometas hechas a mano por un centenar de habitantes locales en colaboración con el autor. Aquellos papeles se exhiben ahora como recuerdo de lo que vivieron, junto al vídeo que documenta la acción.
Fátima Sánchez, directora del centro, destaca el interés del artista por implicarse en la comunidad local, trabajando no tanto site specific como «people specific»; es decir, con la gente de Santander. Por su parte, la directora de exposiciones, Bárbara Rodríguez, considera que su trabajo «tiene mucho humor y osadía».
Ciertamente, hay propuestas osadas, como la nueva instalación creada para la que probablemente sea la sala más bonita del edificio creado por Renzo Piano. Algo flota/algo que se hunde está compuesta por una serie de tanques con agua donde los cítricos flotan, se hunden o incluso nadan. Porque todo puede pasar en esta exposición llena de curiosidades, juegos y nuevas miradas. Sol G. Moreno