William Eggleston: el hombre que inventó el color
La nueva muestra del centro KBr de la Fundación Mapfre de Barcelona indaga en la carrera del fotógrafo pionero en el uso de la imagen a color, mostrando desde sus primeros trabajos a las series que le consolidarían como artista, haciendo hincapié en su interés por plasmar la cotidianidad americana.
Para William Eggleston, el supermercado es un buen sitio para experimentar con la fotografía, seguramente porque allí suceden muchas cosas al mismo tiempo: niños que acompañan a sus madres a regañadientes, cajeras que sueñan con tener un trabajo mejor, universitarios comprando los ingredientes para elaborar los pocos platos que saben cocinar, familias que hacen la compra semanal… Y lo que es más importante para el estadounidense, hay colores vivos y estridentes por todas partes.
Por eso en 1965 el fotógrafo se dirigió hacia Montesi’s, el establecimiento que había en su propia calle, dispuesto a probar en sus fotografías un nuevo sistema que consistía en sobreexponer la película para conseguir en la toma una mayor amplitud de colores. Tal y como él afirma al contar la anécdota, «¡Oh Dios! Todo funcionó». El resto, como suele decirse, es historia.
En la primera de las instantáneas que tomó aquel día se ve a un chico pelirrojo cogiendo un carrito de la compra en la puerta del establecimiento. Nada en la escena parece preparado para ser inmortalizado: el joven no mira a la cámara y una mujer con gafas de sol se cuela al fondo del encuadre. Sin embargo, aquella fotografía lo cambiaría todo, pues con ella Eggleston iniciaría Los Álamos, su primera serie en color, que se extendería entre los años 1965 y 1968. Después la retomaría entre 1972 y 1974.
Fue justo en esa época, mientras impartía clases en la Universidad de Harvard, cuando descubrió un nuevo sistema de transferencia de tintes que le permitiría alcanzar niveles de saturación de los tonos que ninguna otra técnica lograba alcanzar, dándole así a su trabajo esa estética tan personal por la que hoy se le reconoce.
Poco a poco, abandonaría el trabajo en blanco y negro iniciado en los suburbios de Memphis cuando, en su época universitaria, conoció la figura de Henri de Cartier-Bresson y su concepto de «el instante decisivo». Con el paso del tiempo, acabaría convirtiéndose en el primer fotógrafo en realizar una exposición íntegramente en color en el MoMA, elevando así a la categoría de arte unas instantáneas que en la década de los 60 se consideraban poco serias, relegadas únicamente a las fotografías caseras de bodas, viajes y escenas familiares.
Parte de su trabajo se muestra ahora en el centro KBr Fundación Mapfre de Barcelona y El misterio de lo cotidiano, que puede visitarse hasta el próximo 28 de enero. Es un recorrido exhaustivo por la carrera del autor, desde sus primeras tomas monocromáticas hasta aquellas cargadas de saturación que lo convirtieron en pionero, no solo por su uso del color, sino también por las temáticas que abordaba.
Eggleston retrató aquello que parecía demasiado corriente para protagonizar una obra de arte, buscando la belleza en los objetos cotidianos: los guardabarros de los coches, la basura de la calzada, las mesas de las cafeterías atestadas de migas… Todas ellas imágenes aparentemente espontáneas que, sin embargo, están medidas y preparadas con sumo cuidado por el artista.
De este modo, junto a autores como Lee Fredlander o Garry Winogrand, comenzó a liberar a la fotografía ‘artística’ de sus múltiples normas y convencionalismos, ampliando el campo de lo que podía considerarse digno de ser inmortalizado, más allá del ámbito privado o doméstico.
Por todo ello, William Eggleston se convirtió en lo que es hoy en día, a sus 84 años: una leyenda viva de la fotografía y, al mismo tiempo, un retratista lo cotidiano del sur de Estados Unidos. Captó los avances tecnológicos de la segunda mitad del siglo XX, las tensiones raciales y sociales, la transformación de un país, y todo ello cargado de color, de tonos vibrantes y, en muchos casos, también de humor e ironía. Sofía Guardiola