Una revisión radical de Dieric Bouts en Lovaina
El M Museum de la ciudad flamenca acoge la exposición Dieric Bouts. Creador visual en la que rompe con estereotipos contemporáneos sobre la obra y figura del pintor del siglo XV. Ni «pintor del silencio» ni genio aislado del resto de disciplinas creativas, el comisario Peter Carpeau presenta a un Bouts con los pies en la tierra y un gran talento para concebir imágenes.
Tenemos un problema con la palabra artista. También con la palabra genio, que suele equipararse. Pero aunque esta última resulte más irritante, es la primera la que inunda nuestro vocabulario últimamente. Desde un punto de vista determinado –y muy actual–, todos somos artistas.
Parece que las actividades creativas tienen que elevarse a la categoría de arte para que las tengamos en cuenta. Diseñadores, ilustradores, escenógrafos… los museos suelen decirnos que trascienden esas clasificaciones cuando su trabajo es verdaderamente valioso. También lo hacen ellos mismos ¿pero podemos culparles por ello?
Artista es la corona de laurel que recibes si tienes la ocurrencia de dedicarte a crear algo de la nada. Que te priven de ella individuos –como el que escribe– convencidos de que aunque sea valioso lo que haces, no eres un artista, es intolerable.
Pero argumentaría que meter en un mismo saco todas estas actividades no les da mayor fuerza, sino todo lo contrario. El problema no es pensar que un ilustrador no pueda ser un artista –que puede serlo– sino estar convencido de que si no se le denomina como tal, su trabajo es automáticamente menos valioso. Hemos puesto un parche lingüístico donde existe un problema de fondo, de esnobismo frente a disciplinas que no se han englobado tradicionalmente en las Bellas Artes.
Y esta interpretación no solo afecta a los creativos contemporáneos. Recuerdo al catedrático de Historia del Arte de la UAM, Agustín Bustamante –ya fallecido–, preguntarnos el primer día en su clase de Renacimiento «¿qué es una obra de arte?».
Es la cuestión maldita de la disciplina, pero desde la necesidad de hacernos entender la idiosincrasia de los pintores y escultores del siglo XV y comienzos del XVI la respuesta era sencilla: una mercancía.
No hay que avergonzarse en el uso de este término y si aplicar conceptos románticos acerca de la creación es tan poco productivo en la actualidad, lo es más aún para un momento anterior al nacimiento de esas ideas.
Esta es la cuestión radical que ha querido demostrar el M Museum de Lovaina con la exposición Dieric Bouts. Creador visual (que permanecerá abierta al público hasta el 14 de enero).
Durante la presentación a prensa –una que estuvo llena de una elocuencia muy poco habitual– el comisario de la muestra, Peter Carpeau lo explicó claramente: «Con Bouts debemos olvidarnos del «arte» y el «artista». Cuando ignoramos su significado romántico, surgido en el siglo XIX, nos damos cuenta de que él fue un profesional que trabajó en un medio visual. Es entonces cuando podemos entender lo que hacía».
Pero seguir los consejos de Carpeau es más difícil que entender su propósito. Bouts es una figura aún alejada del gran público, como dijo Marjan Debaene, la jefa del departamento de maestros antiguos del M Museum: «es el más conocido de los artistas desconocidos».
Por eso era tan importante para la ciudad que lo acogió durante la mayor parte de su carrera –y que celebra ahora su trayectoria con el festival New Horizons– que los visitantes de la exposición conociesen a fondo su obra.
Esto es posible gracias a que se han reunido el mayor número de obras de Bouts bajo un mismo techo (algunas, como el impresionante tríptico del Descendimiento de la Cruz de la Capilla Real de Granada, han viajado por primera vez en siglos). No obstante, los asistentes se irán con algo más que un conocimiento enciclopédico del maestro.
El M Museum no es una institución al uso, sus colecciones se extienden desde la prehistoria hasta lo contemporáneo, pero su visión no es histórica. En palabras de su director, Peter Bary, su enfoque es «radicalmente transhistórico».
Esto conlleva dejar de lado la intención de ponernos en el lugar de un coetáneo de Bouts para entender su obra. En vez de eso, debemos traer sus pinturas al presente. Es siguiendo esa lógica por lo que al número sin precedente de tablas reunidas del maestro le acompañan bocetos de Erik Tiemens para Star Wars, fotografías de Steven Meisel o, en la sala más emotiva de la exposición, una proyección de El Evangelio según Mateo de Pasolini.
Las comparaciones de este estilo no son inauditas, pero a menudo resultan forzadas. A algunos aún les costará reconciliar la idea de un Ecce Homo con un retrato del ciclista Eddy Merckx, pero en este caso no será porque no sea temáticamente apropiado, sino por costumbre. Las obras de Bouts siguen siendo las indiscutibles protagonistas de la muestra y de la comparación salen fortalecidas tanto las obras del siglo XV como las del XX y XXI.
El público podrá ver con ojos renovados pinturas tan sutiles como el Tríptico del martirio de san Erasmo, La predicación de san Juan Bautista o Los bienaventurados camino del Paraíso. Pero también algunos tan retorcidos como la pareja de este último: La caída de los condenados.
Gracias a la nueva perspectiva, que se adopta progresivamente con el paso de las salas, se puede apreciar que ese par de obras quizá tiene en sus respectivos puntos de vista una predicción para el fiel que los contemple.
Ante la tabla del infierno somos unos meros espectadores, hemos topado con la tortura y el castigo eternos, vemos a los demonios de frente. En cambio, en el Paraíso miramos a la espalda del ángel que guía a las almas de los bienaventurados, como si fuésemos una más, que le sigue de cerca a la salvación.
La exposición se cierra con el Tríptico de la Última Cena, la que la ciudad de Lovaina tiene como la obra maestra de Bouts. En la muestra está arropada por unos cortinajes aterciopelados y rojos muy teatrales, que sirven para realzarla.
No obstante, quizá esos esfuerzos en la escenografía son vanos cuando la penúltima sala contiene el mencionado Tríptico del Descendimiento de la Cruz de la Capilla Real de Granada acompañado de la proyección de Pasolini.
A pesar de la muy necesaria restauración de las tres tablas –que, de hecho, van a ser intervenidas por el KIK-IRPA en Bruselas antes de volver a España– su monumentalidad y calidad quitan el aliento. Sin querer pecar de chovinista, la mejor obra de Bouts la hemos tenido mucho más cerca de lo que pensábamos. Héctor San José.