Una pincelada costumbrista en la Fundación Bancaja
La institución cultural presenta Escenas y paisajes en la pintura valenciana. Siglos XIX y XX, una muestra compuesta por más de un centenar de obras, muchas de ellas inéditas, que contempla la idea del ruralismo. La exposición estará abierta al público hasta el próximo 14 de septiembre.
Entre 1850 y 1940 muchos artistas valencianos sucumbieron al imaginario rural y ensalzaron la figura del campesino. Entre ellos Joaquín Agrasot, Vicente Castell, Ignacio Pinazo, Joaquín Sorolla o Antonio Muñoz Degrain. Esta particular mirada hacia lo bucólico es la que teje la exposición de la Fundación Bancaja.
En Escenas y paisajes el hombre de campo se convierte en el protagonista, no solo por su aparición en los cuadros, sino también por ser la figura que mejor encarna una identidad en vía de extinción, ante el avance de la sociedad moderna valenciana.
El recorrido comienza planteando la posibilidad de que los pintores fuesen cronistas de su tiempo. Porque ellos fueron los primeros en retratar a una sociedad fundamentalmente agrícola en sus lienzos. Lo vemos, por ejemplo, en obras como El tribunal de las aguas de Valencia de Bernardo Ferrándiz o La visita del novio y Fiesta valenciana de Salvador Martínez Cubells.
A partir de aquí surge una nueva pintura de género costumbrista que va desde el análisis psicológico y la autonomía plástica de Ignacio Pinazo, al realismo más anecdótico de José Benlliure. Esta vertiente naturalista se termina de asentar con Joaquín Sorolla, que abre las puertas hacia la pintura social. De él podemos ver Cosiendo las velas o Retrato de la señora Simarro vestida de valenciana.
En paralelo a esta aproximación a la realidad local, se produce el redescubrimiento de la diversidad paisajística. En este contexto, tiene especial importancia dentro de las primeras generaciones la aportación de Antonio Muñoz Degrain, de quien se muestra La sierra de las Agujas, tomada desde la loma del Cavall-Bernat.
El recorrido pone el foco también en las figuras de los labradores y los huertanos. Unas veces aparecen trabajando la tierra y otras en retratos individualizados, como se aprecia en los modelos de Agustín Alamar, Antonio Fillol, Teodoro Andreu o José Benavent, entre otros.
En el caso de los retratos de labradoras valencianas, hay que mencionar que esta figura encarna la imagen de mujer abnegada ligada a una doble labor: la agrícola y el mantenimiento del hogar. En este contexto, debemos destacar que el traje de la huertana entra en una fase decorativa que se hace visible en muchas composiciones regionalistas. Tanto la vestimenta como el peinado y las joyas, son objeto de una minuciosidad extrema.
Las expresiones regionalistas también ocupan su espacio en la cartelería festiva que, lejos de ser algo estereotipado, asume las aportaciones de los nuevos lenguajes vanguardistas del art déco.
En cierto momento, todo este universo bucólico se intercala con el hedonismo, de la mano de creadores como José Mongrell, Julio Vila Prades, Luis Beut o José Benavent. La escenificación de los campesinos como sátiros y ninfas juguetonas contribuye a una visión placentera de la vida huertana, que con frecuencia se muestra como una Arcadia feliz.
La exhibición traslada al público de estas sensaciones plácidas a la espuma de las olas del mar. La vuelta de la pesca de Sorolla tiene especial relevancia en las telas vinculadas a esta temática, donde la atención se pone en la representación del mundo del trabajo popular dentro del entorno natural, sobre todo en las playas y La Albufera.
Finalmente, de la devoción por el paisaje marítimo pasamos a la fe religiosa, expresada en el lienzo a través de gestos íntimos, rituales compartidos y escenas de recogimiento que forman parte del día a día. Aquí cobran protagonismo las misas, las procesiones, los monaguillos o los rezos familiares. Los cuadros expuestos en esta sección comprenden un imaginario donde lo espiritual y lo comunitario se funden.
En Escenas y paisajes en la pintura valenciana el espectador tendrá la sensación de estar recorriendo cada palmo –o pincelada– del costumbrismo valenciano. Desde un rincón en el interior de un templo, donde los fieles siguen una misa o cantan el coro, hasta el horizonte finito que se dibuja en la cordillera de una montaña o la cresta de una ola. Nerea Méndez Pérez