Una buena selección de Arte Vasco en la Colección BBVA
El edificio de San Nicolás, primera sede del Banco de Bilbao en la capital vizcaína en 1857, acoge hasta el 18 de septiembre la exposición Analogías. Arte vasco en la Colección BBVA, que reúne 40 obras de una treintena de artistas, abarcando más de un siglo de historia, desde las últimas décadas del siglo XIX hasta finales del siglo XX. BBVA cuenta con una gran colección de arte nacional e internacional de diferentes disciplinas y durante muchos años ha querido conservar y difundirla a las nuevas generaciones mediante diferentes exposiciones dentro y fuera de España como la que ahora se presenta en Bilbao.
En esta selección de obras de artistas vascos o vinculados al País Vasco se pueden destacar los hermanos Arrúe, Arteta, Marta Cárdenas, Eduardo y Gonzalo Chillida, Menchu Gal, Anselmo Guinea, Mari Puri Herrero, Iturrino, Losada, Luzuriaga, Oteiza, Regoyos, Ucelay, Urzay, Vázquez Díaz, Zubiaurre, Zuloaga o Zumeta, entre otros. Probablemente esta selección resuma los centenares de piezas vinculados con lo vasco en la Colección BBVA, ya que comienza con la pintura regionalista y llega hasta la visión lírica del paisaje, pasando por la conformación de la modernidad, la recepción de las vanguardias, los inicios de la abstracción, la nueva figuración y el pluralismo moderno.
Como escribe Javier Viar, exdirector del Museo de Bellas Artes de Bilbao y recientemente fallecido, en un luminoso texto del catálogo sobre los fondos de arte vasco en la Colección BBVA: “Esta historia artística abarca a románticos costumbristas y académicos de mediados del siglo XIX, impresionistas y puntillistas, fauves, noventayochistas, modernistas, novencetistas y etnógrafo-costumbristas y simbolistas anteriores a la Guerra Civil; también a figurativos pospicassianos, abstractos geométricos y expresionistas, pops, neofigurativos, hiperrealistas, neogeométricos y conceptuales, así como a figurativos que no se adhirieron a las vanguardias y que llegaron a crear una especie de tradición propia acudiendo básicamente a una iconografía vasca y persistente”.
La muestra, dividida en siete secciones, comienza con La pintura regionalista, que incluye obras que expresan desde diferentes ángulos un sentimiento nostálgico por la pérdida de algunas tradiciones. Desde la visión nocturna del Puerto de Bilbao y sus Altos Hornos de José Echenagusia, ejecutada con preciosismo, al paisaje de Pablo Gonzalvo para fijar la desembocadura de la ría en el Abra de Bilbao, pasando por Ofrenda en una ermita (1910) de Valentín de Zubiaurre, que refleja el simbolismo de la tradición popular de lo vasco.
Sin dejar de mencionar el regreso de la fiesta de Anselmo Guinea, de dibujo cuidado y paleta equilibrada, la escena en la calle de José Arrúe para captar una instantánea de la vida en la ciudad frente a la sede del Banco de Vizcaya en 1920 o el magisterio con el pastel de Manuel Losada en El Sitio, que tal vez se inspiró en una fotografía, para subrayar un momento histórico importante para la ciudad como fue El Sitio de Bilbao, captado en el edificio de San Nicolás en 1874.
Tanto los artistas vascos como algunos que se movían en ese entorno cultural ayudaron a impulsar La configuración de la modernidad, algo que también ayudó por los cambios e innovaciones que se produjeron en otras sociedades europeas durante el paso del XIX al XX. Y en esa segunda sección encontramos El Puerto de Bilbao (1908) captado por Darío de Regoyos con ese estudio de la luz que le llevó a conseguir una armonía lumínica; dos piezas de Iturrino como Tarde de fiesta, de pincelada fluida y gran libertad compositiva y Mujeres en el río con esas mujeres semidesnudas; tres de Aurelio Arteta, desde el simbolismo de La pereza y el trabajo (1909-1910) a la tradición y modernidad de Descargadores de carbón en la ría (1923) o ese boceto de pescadores de Bermeo, en sus últimos años de vida; mismo tema abordado por Alberto Arrúe o la elegancia de Ignacio Zuloaga en Retrato de Mr.Halley-Schmidt (1923), donde nos ofrece un ejemplo de su magisterio para retratar a personajes como este odontólogo norteamericano a su paso por París.
En La recepción de las Vanguardias un artista destaca por su fuerza e influencia en otros como Daniel Vázquez Díaz, del que se exhiben Ventana sobre Portugal (1922-1923) y Ventana de la Rábida (1929). El pintor onubense, tras su estancia en la capital francesa y conocer a diferentes vanguardistas, supo hacer una interpretación personal del cubismo y así en la primera composición vemos esas arquitecturas desnudas a través de una ventana, una pecera de cristal y sobre todo esa gama cromática azulada con matices, mientras en la segunda consigue una armonía entre la estructura y el color.
Su influencia fue visible en algunas pinturas de Gaspar Montes Iturrioz como la bahía de Txingudi, en ese eje del río Bidasoa entre Fuenterrabía, Irún y Hendaya, y en cierto modo en la visión de Puerto de San Sebastián (1970), una obra esquemática de pincelada suelta y cuidadas manchas de color. Por ultimo, Danzas suletinas (1956), con ese naturalismo intimista de José María Ucelay de una composición de grupo con luz crepuscular donde el pintor terminó haciendo un estudio etnográfico de la cultura popular vasca.
El ecuador de la exposición se dedica a Los inicios de la abstracción, centrado en los años 50 del siglo pasado, donde el informalismo y el expresionismo abstracto hicieron que se desarrollara un nuevo lenguaje alejado de la figuración. Los principales artistas de este período fueron Jorge Oteiza, del que se ha elegido Fraile franciscano (1952), una escultura en bronce patinado ligado al proyecto ambicioso realizado en el santuario de Aránzazu, un ejemplo más de su afán investigador en torno a la expresividad del vacío.
Prácticamente a la par destacar la figura de Eduardo Chillida, con esa tensión entre la materia, el volumen, el espacio y el vacío, tanto en su escultura como en sus obras sobre papel como en los dos grabados elegidos para la exposición: Aundi II (1970), donde desarrolló una poética de los opuestos, o en Euskadi VII (1976), en la que alude al entorno y a luz fría del Cantábrico en esa atmósfera abstracta del juego de los contrarios. Y no olvidar la labor de Gonzalo Chillida, hermano de Eduardo, que desde la pintura y el grabado supo reinterpretar en clave abstracta el paisaje vasco como denotan las dos litografías de finales de los años 60: Gran paraíso de acumulada libertad interna y Tú eres solo el más solo de lo todo.
Nuevamente se abrió camino La nueva figuración con la obra de dos artistas de generaciones diferentes. Por un lado, José Ramón Luzuriaga, del que se han elegido Ría de Bilbao (1973) y Gabarra en Zorrozaurre (1974), en los que el pintor bilbaíno demuestra su pericia como paisajista y representa abocetado el ascensor de Begoña y de un modo refinado el ambiente industrial de la ría, a través de una gama de grises y con cuidados efectos lumínicos. Por otro, la fuerza de Jesús Mari Lazkano en dos piezas: Two cities as one (1989), una pintura realizada durante su estancia en Nueva York en la que domina la arquitectura urbana de la gran manzana con esa panorámica aérea de los tres puentes que unen Manhattan con Brooklyn salvando el East River, que tal vez se inspiran en las fotografías de Berenice Abbott; o Mecánica de la arquitectura (1990), donde captó uno de los hitos de la arquitectura urbana de Bilbao con una mirada nostálgica del ascensor de Begoña.
Durante las décadas de los años 70, 80 y principios de los 90 se dio un momento de pluralismo y eclecticismo como lo demuestra una obra de Bonifacio Alfonso, Triángulo azul, expresionista abstracto y colorista con ecos de De Kooning y Matta; una pieza sin título de Carmelo Ortiz de Elgea, donde interactúan los colores y se ordenan las formas; el sentido de lo orgánico en una composición de José Luis Zumeta; o la influencia del Pop Art y de Gordillo en Aralar (1982), obra de Daniel Tamayo, que tiende a cierta fantasía surrealista. Y qué decir del modo de trabajo, difícil de clasificar de Darío Villalba del que se ha escogido un collage sobre papel, y de Cabeza de atleta (1993), una escultura en yeso de Juan José Aquerreta, de estructura clara y sintetizados rasgos.
Y retornamos nuevamente al paisaje y su visión más lírica con dos pinturas de Gonzalo Chillida, Arenas (1978), en la que explora el horizonte en esa línea fina entre el mar y el cielo, y Una marina (1991) de gran sutileza cromática. Una obra de Ignacio García Ergüin, que desprende elegancia y acentuado lirismo. Y un díptico de Darío Urzay, Super Skin I y II (1990), donde ahonda en las diferentes capas de la piel en ese difícil equilibrio entre ocres y marrones, con esas llamas anaranjadas que iluminan el cuadro.
Y mencionar el trabajo de dos grandes protagonistas de la abstracción vasca contemporánea presentes en la muestra. Marta Cárdenas en Río (invierno), 1987, consigue una composición libre donde la pincelada y el color fluyen para captar los cambios lumínicos y la relación que ella mantiene con la naturaleza, no exento de misticismo hasta lograr la gestualidad necesaria del entorno que observa; y de Mari Puri Herrero, una pieza como Caput mortuum. La ría en el Abra (1987-1988), donde late lo efímero y fugaz del paisaje en una reflexión sobre la vida. La pintora vizcaína ejecuta con precisión esa visión de una naturaleza agitada a través de trazos precisos y una gama cromática donde predominan los ocres rojizos.