Un velázquez en Roma
La Galería Borghese acoge desde hoy y hasta el 23 de junio una obra temprana del pintor sevillano en su Sala del Sileno. Sirvienta con cena de Emaús procedente de la Galería Nacional de Irlanda se expone junto a varias pinturas de Caravaggio, en un duelo entre maestros barrocos.
Sirvienta con cena de Emaús, también conocida como La mulata, es una de las primeras obras que se conocen de Velázquez, maestro del barroco español. Y ahora se expone junto a otro maestro del Seicento, esta vez italiano: Caravaggio. Ambos se miden en la Galería Borghese gracias al préstamo excepcional de la Galería Nacional de Irlanda, que permite reunir obras tempranas de dos de los mayores referentes del siglo XVII en Europa.
La comparación entre la tela de Velázquez, instalada en la denominada Sala del Sileno, y las pinturas de Caravaggio presentes en la colección permanente, supone una oportunidad para profundizar en la producción de ambos maestros del Barroco.
Asimismo, se presta a lecturas que revelan nuevas perspectivas críticas, situando esta exposición en la línea dedicada a la mirada de artistas extranjeros sobre la Ciudad Eterna que lleva desarrollando la Galería Borghese en los últimos años.
Esta vez le ha tocado el turno a Diego Velázquez, el mayor exponente del Siglo de Oro español. Visitó Roma dos veces en su vida y, al igual que Rubens, tuvo una relación privilegiada con Italia. Pertenece a ese grupo de creadores europeos que se embarcaron en el Grand Tour para dibujar, aprender y dejarse inspirar por la Ciudad Eterna y sus maestros.
Sirvienta con cena de Emaús (La mulata) es una de las obras más tempranas del autor español. La pintó hacia 1617-1618, cuando acababa de salir del taller de Francisco Pacheco. Era su etapa sevillana y su paleta estaba llena de claroscuros que podrían acercarle a Caravaggio.
Pero la pintura de Irlanda no es la única versión que se conserva autógrafa de Velázquez, ya que hay otra en el Art Institute de Chicago y una tercera –más reducida– conservada en el Museum of Fine Arts de Houston. Se trata de una escena cotidiana que se enmarca dentro del género del bodegón, pues aunque la protagonista es una joven criada faenando en la cocina, la composición se completa con toda una suerte de cacharros y utensilios cotidianos.
El artista juega además con la idea del cuadro dentro del cuadro al introducir una segunda escena pictórica sobre la esquina superior derecha: la cena de Emaús (que permaneció oculta por los repintes durante años hasta que, en 1933, una restauración permitió recuperar la composición original). No era la primera vez que el artista utilizaba el recurso de la doble pintura, pues ya en Cristo en casa de María de la National Gallery de Londres hace lo mismo.
La tela ofrece, por tanto, una doble vertiente cotidiana y religiosa, al unir dos escenas tan dispares. Precisamente esa misma dualidad se aprecia en la producción de Michelangelo Merisi da Caravaggio, donde composiciones aparentemente simples adquieren tintes espirituales. Así sucede en Autorretrato como Baco (1593), una de las primeras pinturas conocidas del milanés, cuyo racimo de uvas marchitas con hojas secas se ha leído de acuerdo a significados alegóricos y morales.
Ahora esta obra temprana de Caravaggio –y muchas otras– se miden con la tela también prematura de Velázquez. Una ocasión perfecta para comparar los inicios pictóricos de dos maestros del Barroco. SGM