Un museo alemán devuelve un cuadro expoliado por los nazis y luego lo compra
La Bayerische Staatsgemäldesammlungen de Múnich ha restituido La Puerta de Saint Martin en París del pintor realista Albert Schwendy a los herederos de Rudolf Hofmann, el legítimo dueño de la obra en 1934. Esta devolución es resultado de una investigación exhaustiva que ha permitido identificar a su primer propietario, un director judío de banco retirado que se vio obligado a vender sus bienes antes de ser condenado a trabajos forzados. Tras la devolución, el museo ha adquirido la pintura.
La historia de este cuadro no es nueva: una pintura que fue expoliada por los nazis y acaba de ser restituida a los herederos de sus legítimos propietarios. Desde luego, es un relato que se ha repetido decenas de veces en los últimos años, con un matiz: en este caso lo que se restituye es también la memoria, el recuerdo de un episodio que había quedado enterrado entre los escombros de la casa donde murió su dueño.
Rudolf Hoffman era un director de banco jubilado que había llegado a Múnich en 1933, procedente de Turingia. Él era judío y su mujer cristiana, tal vez por eso habían bautizado a sus hijos como protestantes. En 1934, y en medio del clima antisemita, decidió vender parte de sus posesiones en una galería judía regentada por Hugo Helbing, el mejor marchante de la época del sur de Alemania.
Este ofreció los 45 objetos de valor entre la primavera y el otoño de ese mismo año, pero entonces La Puerta de Saint Martin en París no se vendió. De modo que la pintura de Albert Schwendy quedó en calidad de depósito, mientras aparecía un nuevo dueño. No dio tiempo a que eso ocurriese, porque ese mismo año se promulgó una ley que prohibía de facto a los comerciantes judíos realizar subastas. Por si esto fuera poco, durante los pogromos de noviembre de 1938, Helbing fue atacado de manera tan brutal, que terminó falleciendo a causa de las graves lesiones. Finalmente en 1941 la Gestapo expropió los bienes de la galería y se quedó con todo.
¿Qué había sido, mientras tanto, de Hoffman, el propietario de la obra? ¿Por qué no la había reclamado? Pues porque él también vivió su propio calvario. Poco después de vender sus bienes perdió la casa y en 1941 fue obligado a hacer trabajos forzados en el campo de concentración de Milbertshofen. En 1942 quedaría recluido en una casa del gueto judío de Múnich, donde moriría tres años después junto a una de sus hijas, como consecuencia de un bombardeo aéreo.
Con el dueño y el marchante fallecidos, fue fácil perder la pista a la procedencia original de la pintura, que acabó en la Bayerische Staatsgemäldesammlungen. Es cierto que en los archivos figuraba como «propiedad no aria» pero, al desconocerse la identidad de sus dueños judíos, no pudo devolverse cuando se iniciaron las restituciones una vez acabada la guerra.
La obra se registró en la Base de Datos de Arte Perdido en 2019 y ha permanecido como de origen desconocido hasta ahora, cuando por fin se ha conseguido completar el puzle, descubriendo el nombre de su primer propietario. Tras restituir la tela a los herederos de Hoffman, el museo alemán la ha comprado para mantenerla en sus colecciones. Eso sí, con su historia y su procedencia completa.