Un fantasma en busca de venganza
El Museo Reina Sofía inauguró la semana pasada en el Palacio de Cristal del Retiro la instalación El cristal es mi piel. Este trabajo, producido por Pauline Boudry y, transita entre lo imaginario y lo real; entre la visibilidad y la opacidad. Humo, superficies espejadas y música articulan un discurso que tiene que ver con sus intereses artísticos: la revisión de la herencia cultural, los discursos de género y la teoría queer.
“Imagino cómo un fantasma busca algún tipo de venganza en este espacio”. Quizás sean estas palabras de Renate Lorenz, una de las comisarias de la propuesta del Reina, las que más llamaron la atención durante la presentación de El cristal es mi piel a los medios el pasado 7 de octubre. El espacio es el Palacio de Cristal del Buen Retiro, un edificio construido en 1887 para acoger la Exposición General de las Islas Filipinas con el objetivo de conocer mejor la vida y cultura de la por entonces colonia española; el fantasma, alguno de los colonos que pasaron por allí y que, para las artistas, encarna el dolor y el sufrimiento del antiguo colonialismo. Este tiene además una presencia semitangible a través de la música compuesta por Aérea Negrot.
Pero vayamos por parte. Lorenz y Boudry no son unas desconocidas dentro de las colecciones del MNCARS. En 2009 produjeron Salomania, una impresión digital fotográfica sobre papel donde ya estaban todas las características que las definen: la danza, lo performativo, binario, queer o lo escenográfico. En ella, como ahora, se comprueba cómo su trabajo revisita materiales de épocas pasadas para recuperar lecturas marginadas o ignoradas, produciendo instalaciones que coreografían la tensión entre la visibilidad y la opacidas Acostumbradas a desarrollar sus producciones en espacios oscuros, cerrados, sobre los que proyectan y surgen sus ideas, El cristal de mi piel ha sido todo un desafío para ellas.
La impresión que les causó el monumental y traslúcido Palacio de Cristal, como señala, Pauline Boudry, les hizo replantearse cómo podían crear algo nuevo dentro de él. Para ello, han creado seis escenarios repartidos a lo largo del edificio, en distintas posiciones y tamaños, cubiertos por una película espejante donde el espectador se puede reflejar.
Son estos, en los que se refleja también la estructura de metal y cristal, los que generan un estadio intermedio entre la ficción y la realidad (“el palacio también es reflejado y es el propio performer”, señala Boudry). Todo ello se potencia a través de chorros de humo que surgen de cada uno de los escenarios –una tramoya teatral en toda regla– para generar, a su vez, distintos tiempos; donde el espectador aparece y se desvanece, creando su propia coreografía. Esta “danza” caprichosa se potencia además gracias a la grabación sonora creada para la ocasión por la compositora e intérprete Aérea Negrot. Su voz se mueve por el Palacio a través de 17 altavoces distribuidos por el espacio y los espectadores son obligados a transitar si desean seguir la canción. Aquí surge una nueva dualidad, porque si bien las personas pueden moverse entre la neblina, también tienta a la desobediencia.
Además de lo puramente arquitectónico, la historia colonial que guarda el edificio les proporcionó el componente, diríamos, “anímico” que caracteriza a todas sus producciones. En este caso, oculta y a la vez da visibilidad a la explotación colonial de los tiempos pasados, donde se juega con la transparencia del edificio, que encarnaba una nueva forma de mirar a los colonos de entonces, frente a la explotación y a la hiper-exposición de los mismos. El escenario permite así reivindicar el dolor del pasado y nos enfrenta a nuestra propia vulnerabilidad.
Para todos aquellos que quieran sumergirse en esta experiencia, El cristal es mi piel podrá visitarse en el Palacio de Cristal del Buen Retiro de Madrid hasta el 9 de abril de2023.