Debo reconocer que la escultura del reconocido francés François Pompon (1855-1933) nunca fue santo de mi devoción. Puestos a hacer esculturas figurativas de animales, prefiero la contundencia en bronce de los trabajos de Rembrandt Bugatti o incluso la ligereza de los de Diego Giacometti, teniendo muy claro que por encima siempre estará la abstracción esencialista de Constantin Brancusi. Lo cual no quita en absoluto el mérito de Pompon en su camino hacia una forma cada vez más abstracta, más genérica -en unos años de vanguardia donde también su lenguaje se acercaba a esos presupuestos-, reacción tras su formación más expresiva al lado de Auguste Rodin y Camille Claudel.
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