Redescubierto un Pantoja de la Cruz en el MNAC
El Museo Nacional de Arte de Cataluña conserva un lienzo que representa Los condes de Ayala y sus hijos con la Sagrada Familia (225 x 188 cm, nº de catálogo 024611-000). Adquirido en 1905, en el catálogo del año siguiente ya aparece atribuido a Juan de Roelas, filiación que ha perdurado hasta la actualidad. No obstante, el colorido, la pincelada y los tipos venecianos propios de Roelas -derivados de Tintoretto-, no se corresponden con lo que vemos en el cuadro de Barcelona. TEXTO: Antonio Romero Dorado.
Por el contrario, debemos relacionarlo con la manera de Juan Pantoja de la Cruz, en una línea iconográfica similar a sus conocidos retratos a lo divino. Nos referimos a El Nacimiento de Cristo (P1039) y a El Nacimiento de la Virgen (P1038) conservados en el Museo del Prado, firmados y fechados en 1603.
En ellos, el pintor plasmó el rostro de los familiares de la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III, a petición suya y con destino a su oratorio del Palacio Real de Valladolid, situado junto a la capilla palatina. La misma idea vemos en La Comunión de la Virgen de las Descalzas Reales, con los retratos de la familia del archiduque Carlos de Estiria, padre de la reina.
Desde el punto de vista formal, es pertinente la comparación del Niño Jesús de Barcelona con el presente en El Nacimiento del Prado, aunque en esta obra, de patrocinio real, se observe un mayor esmero en el acabado.
También se aprecian concomitancias entre los ángeles de nuestra obra y los presentes en otras de Pantoja de temática religiosa, como en La Imposición de la casulla a San Ildefonso, del Prado (P005424).
En Los condes de Ayala y sus hijos con la Sagrada Familia vemos que representa a esta última en el portal de Belén, acompañada por la mula y el buey. El fondo está dividido por un elemento arquitectónico situado en el centro. En la parte izquierda se muestran dos ángeles, que se asoman a la escena, y cinco querubines, que revolotean entre nubes.
En la parte derecha, se ve la figura de un pastor que lleva un carnero a cuestas, respaldado por un paisaje. La Virgen, con la mirada baja, levanta el paño que tapa al Niño para que pueda ser contemplado, mientras que san José, de ojos abstraídos, señala el cuerpo desnudo del recién nacido.
En primer término, delante del pesebre, se sitúan cuatro personajes vestidos de forma anacrónica, a la moda del reinado de Felipe III. Representados a modo de donantes, se trata de un matrimonio noble que aparece arrodillado ante la sagrada escena, acompañados por sus hijos, que están de pie.
A la izquierda, el caballero está vestido con rica armadura, gregüescos follados, cuello y puños de apretada lechuguilla. A ambos lados de su cintura asoman las empuñaduras de su espada y puñal.
La armadura es similar –aunque menos rica–, a la que Felipe III lleva en el retrato realizado por Bartolomé González, conservado en el Palacio Real de El Pardo. A la derecha, la dama lleva traje negro, con ricos botones y holgada lechuguilla en el cuello y los puños.
El cabello está recogido por una cadena y sartas de perlas. Luce pendientes, pulsera, anillo y cinto, así como una cadena al cuello, que sostiene un joyel romboidal a la altura del pecho. Las joyas son de oro, esmeraldas, perlas y esmalte rojo.
Entre el matrimonio se sitúan sus dos hijos. El padre reposa su mano sobre la cabeza de su heredero, un gesto que aúna el afecto y la autoridad. El infante, por su parte, viste saya y ofrece al Niño Jesús un cofre, decorado con escudos por fuera y forrado de rojo por dentro. Su interior está lleno de alhajas, entre las que se distingue un medallón con cadena de oro y piedras engastadas.
La niña, vestida de blanco y engalanada con pendientes de perlas, parece sostenida por su madre, que agarra con firmeza su mano, con que la niña ofrece al recién nacido un gran colgante, en forma de escudo, que cuelga de varias ristras de perlas.
Se trata de las armas de su linaje, la familia Ayala, cuyo blasón es el siguiente: De plata, dos lobos pasantes de sable colocados en palo, bordura de gules cargada con ochos aspas de oro.
La presencia de este elemento heráldico ha sugerido que los protagonistas de la escena podrían ser el I conde de Ayala, D. Antonio de Fonseca, su esposa, Dª Mariana de Ulloa, y sus hijos mayores, Antonio y María de Fonseca. Esta identificación encaja con la aparente cronología de la obra.
Tengamos en cuenta que el condado de Ayala fue concedido por Felipe III el 31 de enero de 1602, que los retratos a lo divino de la familia de la reina están fechados en 1603, que el conde de Ayala murió en 1605 y que Pantoja falleció en 1608.
Si lo habitual en la alta nobleza era que imitara a la monarquía, no debe extrañarnos que así lo hiciera la recién titulada. Por ello, tras la concesión del condado y remedando lo que la reina hiciera en 1603, los Ayala debieron de encargar a Pantoja el lienzo que analizamos, que proponemos datar entre ese año y 1605, antes de que el conde muriera.
No obstante, aunque el modelo fuera el real, los Ayala se alejaron del “retrato a lo divino” en sentido estricto, pues la pareja apela al espectador, dirigiéndole su mirada, actitud que acentúa el carácter retratístico de la obra.
De este modo, la interacción de los comitentes con los personajes sagrados apenas se limita al heredero, que ofrece el cofre, y a la hija de los condes, que mira al Niño Jesús.
Pantoja optó aquí por una modalidad híbrida entre el retrato a lo divino, el retrato de aparato y la tradicional representación de donantes arrodillados, sin olvidar –como ya apuntó Joan Yeguas–, cierto prurito de ostentación, propio de “recién llegados”, al incluir suntuosas joyas relativas a su linaje y un ave exótica: una amazona de Cuba.
En efecto, fueron años de especulación y epifanías, llenos de oportunidades y desengaños, derivados del traslado de la corte, desde Madrid a Valladolid, entre 1601 y 1606, obrada por el duque de Lerma, el todopoderoso valido, que –como recientemente ha señalado Campos Perales–, colgó un retrato pictórico suyo en la sacristía del vallisoletano convento de San Pablo, que también pudo hacer Pantoja y que podría identificarse con uno recientemente localizado en colección particular.
Aunque esa será otra historia y, de momento, nos quedamos ante el retrato de los Condes de Ayala, atribuyéndolo con firmeza a Juan Pantoja de la Cruz y tratando de enriquecer, con ello, el interesante discurso sobre arte renacentista y barroco del Museo Nacional de Arte de Cataluña. Antonio Romero Dorado.