Pintura y fotografía: historia de una relación estrecha
Desde el Academicismo de mitad del XIX hasta exposiciones tan recientes como Fantasías del Prado de Alberto García-Alix, dos disciplinas como la pintura y la fotografía se han encontrado, retroalimentado o inspirado la una a la otra. Así podemos verlo en algunos fotógrafos contemporáneos que, de distintas formas, incorporan el mundo pictórico en sus instantáneas.
La fotografía a La fotografía academicista nació en la segunda mitad del siglo XIX como respuesta a la idea generalizada de que esta disciplina debía servir meramente como testimonio de la realidad o documento en lugar de poder ser, además, una modalidad artística. Un claro ejemplo de estos conceptos, compartidas sobre todo por las elites intelectuales, quedó plasmado en una frase de Baudelaire, que escribió:
La poesía y el progreso son dos ambiciosos que se odian con un odio instintivo, y, cuando coinciden en el mismo camino, uno de los dos ha de valerse de otro. Si se permite que la fotografía supla al arte en algunas de sus funciones pronto, gracias a la alianza natural que encontrará en la necedad de la multitud, lo habrá suplantado o totalmente corrompido. Es necesario, por tanto, que cumpla con su verdadero deber, que es el de ser la sirvienta de las ciencias y de las artes, pero la muy humilde sirvienta, lo mismo que la imprenta y la estenografía, que ni han creado ni suplido a la literatura.”
Ante esto, la fotografía solo supo reaccionar imitando la pintura y buscando capturar la realidad, si bien no siempre resultaba tan sencillo como parecía (requería de laboriosos procesos, tanto antes y durante, como después de tomar la imagen). Para lograr dicho objetivo, artistas como Henry Peach Robinson comenzaron a simular en sus instantáneas la pintura del momento, realizando tomas de inspiración mitológica o histórica.
Para conseguirlo, era preciso realizar en primer lugar unos bocetos y, en segundo lugar, buscar el atrezzo necesario con el que ambientar la imagen, construyendo elaboradas escenografías donde las modelos posaban según las precisas instrucciones del fotógrafo. Posteriormente, llegaba el momento del revelado. Entonces era cuando se llevaban a cabo los procesos de positivo combinado, para lo que colocaban unos negativos sobre otros, que podrían considerarse los primeros fotomontajes de la historia.
De este modo, demostraban la capacidad creativa de la fotografía, pues requería de un proceso mental previo, y no de una simple acción mecánica. Asimismo, dejaban patente que su estética podía ir mucho más allá de la sencilla mimesis o copia de la realidad. Un claro ejemplo serían las imágenes de Julia Margaret Cameron, en las que los niños se convierten en ángeles, rodeados de un aura onírica que poco tiene que ver con el estudio donde fueron tomadas.
Desde el momento en el que la fotografía buscó en la pintura para ganarse el derecho a ser considerada un arte hasta nuestros días, ambas disciplinas se han mezclado. También se han alterado la una a la otra, sin descanso. Baste citar el pictorialismo –conocido como fotografía impresionista por ese carácter ligeramente desenfocado–, las vanguardias de principios del siglo XX, nacidas en parte porque el arte figurativo perdió importancia cuando la realidad pudo plasmarse de forma fidedigna a través de una cámara, o multitud de artistas que se han dedicado a las dos disciplinas, como Degas, Man Ray o David Hockney.
En la actualidad, las relaciones entre arte y pintura siguen siendo estrechas, además de fructíferas. Hay muchos fotógrafos que se inspiran en el lienzo para crear sus piezas, así como artistas plásticos que se valen de la cámara para ayudarse a componer sus obras.
Alberto García-Alix, por ejemplo, ha trabajado en una serie de imágenes realizadas mediante dobles exposiciones de instantáneas tomadas a cuadros del Museo del Prado, como aquella en la que su rostro se funde con el león retratado por Rosa Bonheur. Actualmente, esta serie participa en la exposición Fantasías del Prado que puede contemplarse hasta el 28 de agosto en el Jardín Botánico, dentro del programa de Photoespaña.
Otra artista que como García-Alix ganó el Premio Nacional de Fotografía y fue protagonista de la Movida Madrileña es la recientemente fallecida Ouka Leele. Ella también relacionó íntimamente su trabajo con la pintura.
De hecho, según confesaba en una entrevista a este medio, sus imágenes tenían mucho más trabajo de pintura que de fotografía, pues aquella fue su verdadera pasión desde niña, además del único medio que encontró para añadir algo subjetivo a una técnica que, en principio, consiste en crear un simple testimonio de la realidad, como dirían los detractores del XIX.
El autor cuya técnica e intereses se parecen más a los del academicismo es quizá el holandés Hendrik Kerstens. Abrazando la tradición de sus antepasados, retrata a su hija con una tipología y un tratamiento de la luz típicos de pintores como Rembrandt o Vermeer, pero introduciendo en muchas ocasiones elementos contemporáneos –a menudo sorprendentes–, como tocados compuestos por una bolsa de plástico o una gorra de los Yankees de Nueva York.
De forma similar, el francés Pierre Gonnord concibe retratos con un fuerte carácter social, muchas veces protagonizados por personajes marginados que recuerdan, tanto en la iluminación como en la carga psicológica, a los bufones de Velázquez y los mendigos de Ribera,
Sin abandonar la inspiración pictórica y una cierta búsqueda de la imitación, pero de un modo más renovador y personal, se encuentra el trabajo del británico Tom Hunter. Este recrea cuadros famosos en sus fotografías, pero llevándolos a la esfera de la cotidianidad. De este modo, obras tan famosas como la Ofelia de John Everet Millais, Joven leyendo una carta de Vermeer o Christina’s World de Andrew Wyeth se transladan a un ambiente urbano, muchas veces incluso marginal, y pasan a ser espacios protagonizados por personas corrientes, en ocasiones cercanas al propio fotógrafo. En el caso de la imagen que recrea el cuadro de Vermeer, nos encontramos con una joven que lee una carta de desahucio del juzgado.
Otras veces, la influencia que los pintores ejercen sobre los fotógrafos se manifiesta de un modo más sutil. En esa línea se encuentra el estadounidense Gregory Crewdson, donde la obra de Edward Hopper parece mezclarse con el lenguaje cinematográfico. El resultado son personajes solitarios en actitudes melancólicas, aislados incluso aunque se encuentren en lugares públicos o habitados. En muchos casos estas composiciones extrañan e inquietan, resultan incomprensibles para quien las contempla. Pues nos hacen preguntarnos qué ha ocurrido justo antes de la toma de la imagen o qué contexto rodea a esos seres retraídos que parecen esconder una historia detrás, como si fueran el fotograma congelado de una película. Sofía Guardiola