Picasso y su arraigo a la tradición del arte español
Tras su paso por el Museo de Bellas Artes de Sevilla ahora el Museo Picasso Málaga acoge hasta el 26 de junio una exposición de gran densidad: Cara a cara. Picasso y los maestros antiguos, organizada por ambos museos y que cuenta con el patrocinio de la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el Arte (FABA) y Eeckman Art & Insurance, y la colaboración del Museo de Málaga. En esa selección de obras de artistas como El Greco, Pacheco, Caracciolo, Zurbarán o Gijsbretchs, entre otros, junto a otras de Pablo Picasso, cedidas por FABA y por el Museo de Málaga se descubren los vínculos que el genio malagueño tuvo con los pintores del pasado.
El arraigo que tuvo Pablo Picasso con la tradición pictórica española se manifestó desde su formación como artista y ese apego fue creciendo en su larga trayectoria porque además de innovar supo ahondar en lo que aconteció en la cultura española de los siglos precedentes, sobre todo en su observación del barroco. A través de esa mirada conectada con el pasado supo extraer técnicas, géneros y modelos para emular y a la vez transformar la tradición y revolucionar el arte del siglo XX, en torno al retrato, al realismo ilusionista y a la reflexión sobre lo efímero de la existencia.
El comisario Michael FitzGerald, profesor de arte moderno y contemporáneo en el Trinity College de Hartford(Connecticut), ha seleccionado una serie de emparejamientos para tejer un hilo entre la composiciones de artistas clásicos con obras de Picasso, donde partiendo de la emulación llegaba a transformar la realidad representada. Una de las más claras quizá sea cuando enfrenta el Retrato de Jorge Manuel Theotocópuli (ca. 1600-1605) de El Greco con dos obras de Picasso, Busto de hombre (1970) y Cabeza de mosquetero (1968), en las que el autor de Guernica exagera la técnica del pintor cretense en una singular reconstrucción del rostro humano.
O cuando contrapone Olga Khokhlova con mantilla (1917) y Cabeza de hombre (1971) de Picasso con un óleo de Francisco Pacheco Retrato de dama y caballero orantes (1623), donde se manifiesta el apego de Picasso a la tradición realista de la retratística española. Y qué decir del humor sombrío que desprenden su Composición (1933) y su Naturaleza muerta con gallo y cuchillo (1947), junto al óleo Salomé con la cabeza del Bautista (ca. 1630) de Giovanni Battista Caracciolo.
Frente a la elegante Vanitas de Cornelius Norbertus Gijsbretchs la celebración de Restaurante (1914), un homenaje al bodegón español; y en la dupla de El niño de la espina (ca. 1645) de Francisco de Zurbarán, frente a Hombre observando a una mujer dormida (1922) donde Picasso se aproxima a la tradición grecolatina o la novedad que plantea de nuevo el genio malagueño en Busto de hombre (1970) en contraposición al Retrato del Infante don Felipe (1729-1735) de Bernardo Lorente Germán, ambos de porte distinguido.