Pamplona homenajea a Juan José Aquerreta
El Museo de Navarra acoge, hasta el 3 de septiembre, Aquerreta… y semejanza. Heian Shodan, una exposición antológica del pintor y escultor nacido en Pamplona en 1946 y Premio Nacional de Artes Plásticas 2001. TEXTO: Jorge Latorre.
El profesor de Historia del Arte de la Universidad Rey Juan Carlos escribe sobre la exposición que puede verse actualmente en el Museo de Navarra y que reúne más de 90 obras entre dibujos, pinturas y esculturas de Aquerreta (algunas de ellas procedentes de sus propios fondos).
La parábola evangélica del grano de mostaza podría servir para hablar de esta muestra de Aquerreta en Pamplona, que dará mucho que hablar, aunque ahora solo esté sembrando futuro en un presente incierto. Este relato bíblico viene a cuento porque se trata de un arte moderno inspirado por la belleza humilde del cristianismo franciscano, que nutre no solo los temas religiosos de este artista, sino también sus paisajes, bodegones, retratos y autorretratos.
En realidad todos estos asuntos, incluidos los iconos, son autorretratos; huellas de la vida del autor y de su entorno más íntimo. Es el caso de los retratos y bodegones, de la soledad de su estudio y las clases en la escuela de artes y oficios, o en diferentes talleres, también los que imparte en un asilo de ancianos.
Lo mismo sucede con sus paisajes de las periferias urbanas y las afueras olvidadas de Pamplona y otros pueblos de navarra. Para Aquerreta son siempre imágenes del paraíso, y por tanto serían también iconos. Según sus propias palabras, “el paisaje y la persona se funden hasta que la persona puede descansar en su mirada. En esta fusión busco la armonía de mi carácter; en lo milagroso de cada cosa, paisaje, persona u objeto. Ahí está la paz que busco en mi trabajo, para devolvérsela a los demás”.
Un sobrecogedor díptico abstracto de la fe nos recibe en la antesala de la exposición. Muestra un icono del Salvador, que observa desde la esquina superior para abarcar mejor la estancia, como es frecuente encontrar en los hogares orientales de rito griego.
Por eso Malévich disponía en sus exposiciones futuristas y suprematistas, también en la esquina superior de la sala, ese icono del humanismo ateo que es su famoso negro sobre blanco de 1915.
Más de cien años después, Aquerreta sacraliza de este modo también revolucionario, tan a contracorriente, las salas del museo. Se trata de una revolución más humilde, pero que ha influido enormemente en lo que Moreno Galván denominó ya hace 40 años la “escuela de Pamplona”, toda una generación de pintores del silencio como dijo J. Manuel Bonet, que escribe en el catálogo de la exposición.
En esta misma dirección escribe otro de los aquerretistas pioneros, el fallecido Francisco Calvo Serraller, unas profundas reflexiones que aparecen también en el catálogo: «Aquerreta hace un arte cuyo destino es ir hacia atrás sin moverse mucho de su sitio». Ese sitio, no cabe duda, es Pamplona y alrededores. Pero su arte es universal, como esa metáfora que escuché a Eduardo Chillida sobre el árbol que lanza ramas más lejanas cuanto más profundiza en sus raíces.
Según el comisario Pedro Luis Lozano, «El arte de Juan José Aquerreta nace del dolor. El sufrimiento ha sido una constante en este pintor y de ahí surge una relación con la filosofía de Schopenhauer: «Toda vida es dolor». Ahora bien, frente a la agonía atea del filósofo alemán, Aquerreta encuentra en la fe en Cristo un proceso de redención. Esto da sentido no solo a su trabajo pictórico sino a todo su existir, y le permite ponerse en marcha en el camino de la serenidad y la paz. Ahí surge la segunda parte del título de la muestra, Heian shodan [Paz y tranquilidad], primer kata de karate Shotokan, deporte practicado por Aquerreta durante años, en el que ha alcanzado el cinturón negro».
No quisiera terminar estas líneas sin animar a visitar, además de la exposición del Museo de Navarra, la obra que Aquerreta ha realizado en la ciudad de Pamplona, como el monumento a las víctimas del terrorismo.
Y sobre todo el sagrario que acompaña al imponente díptico del Martirio de San Esteban de la iglesia parroquial de Gorraiz, expuesto ahora en el museo para ser observado en detalle que precisa su trabajo minucioso, propio de un iconógrafo puntillista, dotado tanto de amor como de infinita paciencia.