Oteiza y Chillida juntos en la Fundación Bancaja

Los dos escultores vascos dialogan por vez primera en esta muestra compuesta por un centenar de obras que datan de los años 1950-1970 y que proceden de diversas colecciones nacionales públicas y privadas, incluidas las fundaciones que gestionan sus respectivos legados.


Se trata de un diálogo inédito entre dos autores con personalidades bien distintas que coincidieron en el tiempo, en la disciplina, en intereses e incluso en el espacio (ambos son del País Vasco). Un duelo entre maestros cuyas trayectorias trascurrieron a mediados del siglo pasado, antes de convertirse en figuras clave de la escultura europea. Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60 reúne más de un centenar de piezas que recorren los pensamientos estéticos de ambos, así como su evolución artística. El comisario Javier González de Durana ha organizado la muestra de manera cronológica, estableciendo el punto de partida en 1948, justo cuando se cruzan los caminos de estos artistas, por cuanto supone de reinicio para cada uno ese año. El primero regresaba a España tras su estancia latinoamericana, mientras que el donostiarra pensaba en marcharse a París para dedicarse a la escultura y aprender la vanguardia europea. Un momento decisivo, por tanto.

Una persona se pasea por la exposición y contempla las obras de Oteiza.

El recorrido concluye en 1969, con Oteiza consagrado acabando una de sus obras más emblemáticas en el Santuario de Aranzazu; y Chillida –que también trabajó en este monasterio– coronado en Europa gracias a su primera gran pieza pública en el edificio parisino de la UNESCO.

Durante las décadas que cubren ambas fechas, un camino que evoluciona de manera conjunta los primeros años, en los que ambos autores exploran la figuración humana (aunque desde diferentes perspectivas). Cuando alcanzan su madurez y ya tienen fama internacional, en torno a 1955, esa senda parece bifurcarse.

Oteiza, seducido por las formas de Henry Moore, exploró el hueco y el espacio ausente de expresividad con un «propósito experimental». Por su parte Chillida, que miraba a Julio González, mantuvo viva la tradición del trabajo de la forja y empezó a «cortar el hierro» hasta crear un lenguaje más cercano al Informalismo.

Resulta curiosa la trayectoria de ambos artistas, tan diferentes en personalidad y manera de concebir la escultura. Oteiza, de temperamento fogoso, trabajaba por series y se interesaba por un plano más metafísico. Chillida, en cambio, se enfrentaba a cada pieza sin un punto de partida concreto en busca de la expresividad, pero siempre con calma serena.

Lo cierto es que ambos confluyeron en ciertos puntos. Dejaron sus respectivas carreras para dedicarse de lleno a la escultura; el primero abandonó Medicina, mientras que el segundo dejó de lado la Arquitectura. Los dos quisieron salir de España para conocer la vanguardia y obtuvieron reconocimiento internacional en los mismos años. Coincidieron en el Santuario de Aranzazu y, ya en edad madura, quisieron crear su fundación para mantener vivos sus respectivos legados (Oteiza la creó en Alzuza y Chillida en Hernani).

La exposición, que cuenta precisamente con la colaboración especial de ambas instituciones –Fundación Museo Jorge Oteiza y Chillida Leku–, podrá visitarse en la sede de la Fundación Bancaja en Valencia hasta el 9 de marzo de 2022. Sol G. Moreno

El comisario de la exposición, Javier González Durana (izquierda) y Rafael Alcón, presidente de la Fundación Bancaja durante la presentación de la muestra.