Masats, el hombre que transformó la fotografía española
El pasado lunes, 4 de marzo, nos dejó a los 92 años el artista catalán Ramón Masats, uno de los mejores fotógrafos españoles del siglo pasado. Fue reconocido, sobre todo, por su peculiar visión del mundo y por su carácter renovador en una disciplina que se encontraba anquilosada en nuestro país.
Hay dos hitos en la carrera del fotógrafo Ramón Masats que no solo le han perseguido durante toda su vida, sino que seguirán haciéndolo ahora que ha fallecido, a los 92 años.
Uno de ellos es su fotografía más famosa: esa imagen en la que puede verse a un seminarista jugando un partido de fútbol y, concretamente, tirándose al suelo para parar un gol con la sotana puesta. Esta instantánea ha sido reproducida hasta la saciedad, tanto por su toque humorístico como por ser un símbolo perfecto de la España de los 60, cuando fue tomada. La metáfora de un país demasiado centrado en la religión y en el fútbol.
El autor estaba tan cansado de que le hablaran de esa instantánea, que cuando alguien la mencionaba en su presencia se limitaba a suspirar, hastiado. «¡Ah, el cura!».
El otro acontecimiento de la carrera del catalán que resuena con fuerza todavía, presente en muchos de los titulares que han invadido los medios de comunicación tras su muerte, es una frase que su compañero de generación, el también fotógrafo Carlos Pérez Siquier dijo para halagarle: «Es el Cartier-Bresson español». Gracias a esta declaración –o, mejor dicho, por su culpa– se habla de Ramón Masats en alusión al «instante decisivo», que el francés enunció para explicar su trabajo.
No obstante, y con permiso de Siquier, el fotógrafo catalán no necesita ser descrito con esa fórmula tan manida en la que se atribuye a un autor las bondades de otro, en lugar de hablar de su propio trabajo. El autor, además, es mucho más que una imagen icónica, más incluso que su habilidad para captar con sentido del humor la ironía de las situaciones.
Fue uno de los fotógrafos más importantes del siglo XX español, y uno de los renovadores de una disciplina que se encontraba en nuestro país demasiado encorsetada, donde la imaginación parecía jugar un papel secundario.
En este sentido, destaca el viaje que realizó por la península entre 1955 y 1965, fotografiando los símbolos más icónicos de nuestro país –asociados con la parte más rancia de la tradición–, tratando de darles un nuevo significado y de explicarlos a su particular manera.
Masats no tenía formación reglada. Empezó a interesarse por la fotografía durante el servicio militar, robó dinero a su padre para comprar una cámara y se sirvió de su intuición para comenzar a capturar imágenes. Quizá fuese eso, precisamente, lo que le convirtió en un artista tan destacado. La Academia de Bellas Artes de San Fernando le describe, de hecho, como «el fotógrafo más brillante y conocido de su generación».
Al no verse limitado por la formación técnica, se dedicó simplemente a mostrar al mundo su visión personal, a ofrecer un punto de vista que nadie más podía capturar.
Ejemplo de ello fue un concurso al que se presentó al inicio de su carrera, cuyo tema era la fotografía animal. La instantánea que presentó solo mostraba, en primer plano, el lomo de una vaca. El encuadre cortaba sus patas, su cola y su cabeza. Por supuesto, la imagen no fue entendida y no ganó el certamen, pero se convirtió en emblema de lo que sería la carrera del autor: uso original de los encuadres y, sobre todo, una mirada fresca y novedosa.
Xavier Miserachs, con el que coincidió en la prestigiosa Sociedad Fotográfica de Cataluña, dijo de él: “Impulsivo y vital, llegó a la Sociedad sin formación estética propia, pero tenía un instinto extraordinario. Ningún prejuicio teórico coartaba su aproximación a la realidad. Jamás he vuelto a encontrar a alguien que comprendiese tan rápidamente para qué sirve una cámara”.
Además de su especial visión, Masats destacó por la amplitud de sus intereses temáticos, que lo convirtieron en uno de los más afamados fotoperiodistas nacionales. De retratar a la alta sociedad pasaba al sórdido mundo del boxeo, de los Sanfermines a los cementerios y de los visitantes del Museo del Prado a los obreros de la construcción en plena faena. Todo parecía interesarle. De hecho, al atravesar su lente, todo parecía convertirse en algo interesante digno de ser contemplado. Ahora que ha fallecido nos queda su ausencia, pero también la belleza y la verdad de esas instantáneas capturadas por la persona que más rápido aprendió para qué sirve una cámara. Sofía Guardiola