Mapfre resucita la ‘siniestra’ exposición de mujeres de Peggy Guggenheim
Celebrada en su sede madrileña, la muestra homenajea, 81 años después de la original, a la que organizó la mecenas estadounidense donde mostraba exclusivamente a creadoras femeninas.
Sigmund Freud definió lo siniestro como el sentimiento que se produce cuando algo cotidiano o familiar cambia. No es solo que de repente sea distinto a como sido hasta ahora, sino a como esperábamos que siguiera siendo de forma indefinida. Este concepto aparece en muchas de las obras presentes en 31 mujeres. Una exposición de Peggy Guggenheim, que podrá contemplarse en la Fundación Mapfre hasta el 5 de enero.
En algunas como Los catorce puñales de Kate Sage, donde dos personajes tapados con sábanas deambulan por unas escaleras, resulta evidente que hay algo siniestro. También en Costumbres españolas, un pequeño lienzo de Dorothea Tanning en el que una mujer con la espalda desnuda y un vestido largo levita ante una puerta abierta, donde otro personaje se esconde tras un par de enormes alas angelicales.
Hay otras piezas menos extrañas a simple vista pero más inquietantes si cabe, que desconciertan al espectador de una forma difícil de explicar, llegando a incomodarle. Son creaciones menos fantasiosas y más pequeñas, pero se adecúan mejor a la definición que hizo de lo siniestro el padre del psicoanálisis.
El ejemplo perfecto es Recuerdo del desayuno con pieles de Meret Oppenheim, obra en la que se ven, tras un pequeño vidrio ovalado, una taza y una cucharilla de café representadas no con pigmentos, sino con piel sintética que recuerda a una monstruosa criatura animal.
Esta forma de tomar lo doméstico para retorcerlo, de representar dos objetos típicos de la cocina y cubrirlos de pelo de criatura salvaje tiene mucho que ver con el papel que las mujeres artistas desempeñaron durante el siglo pasado, algo que sin duda debió antojarse perverso a más de uno: en lugar de cumplir las funciones que se esperaba de ellas –ser esposas, madres y amas de casa– escogieron una profesión de por sí arriesgada e incierta como es el ejercicio de las artes.
Por supuesto, tampoco era habitual que las mujeres fuesen galeristas ni mecenas como lo era Peggy Guggenheim, que sin embargo fue una figura clave del siglo pasado. Por tanto, debía resultar no solo siniestro, sino tremendamente incómodo que una galerista dedicase su espacio a una exposición en la que únicamente se exhibía artistas del género femenino. Pero sucedió en 1943, y este es el hito que celebra la Fundación Mapfre.
A pesar de que el catálogo de aquella muestra celebrada en Arts of the Century no contenía fotografías, sino solo nombres y títulos, y de que muchos de ellos eran muy ambiguos –como Composición o Naturaleza muerta–, la fundación Mapfre ha realizado esta muestra con obras de las 31 artistas que sí sabemos participaron entonces.
Actualmente, todos los lienzos, dibujos y esculturas que forman el recorrido pertenecen a la colección The 31 Women Collection de la empresaria norteamericana Jeanne Seagal. Ella continúa la estela de Guggenheim, coleccionando a las mismas mujeres que esta última reunió en aquella exposición pionera integrada en su mayoría por artistas surrealistas y abstractas.
Esto se debe a que los jurados que escogieron a las participantes junto a Peggy fueron Max Ernst o Duchamp, quien colaboró estrechamente con la mecenas en toda la muestra. Además, también influyó el hecho de que, en teoría, el surrealismo era un movimiento que abogaba por la igualdad entre ambos géneros (aunque en muchos casos acabó tratando a las mujeres como musas u objeto de creación, en lugar de como creadoras propiamente dichas).
Muchas de las participantes –como Leonora Carrington, Frida Kahlo, Dorothea Tanning o Leonor Fini– se han ganado su lugar en la historia del arte con el paso del tiempo, o al menos están en ello, pues me atrevería a decir que el público español no conocía a Tanning antes de su exposición en el Museo Reina Sofía.
Otras son aún poco conocidas, lo cual demuestra el sentido que sigue teniendo celebrar esta muestra en la que solo se exponen mujeres, a pesar de la controversia que esto levanta cada vez que sucede.
Ya en 1971, en su artículo ¿Por qué no ha habido mujeres artistas?, la historiadora Linda Nochlin señaló el papel secundario que estas habían ostentado en la historia del arte –a menudo escrita por varones– debido a su género, subrayando el esfuerzo que se estaba llevando a cabo para subsanar esos años de olvido.
Esa es, sin duda, parte del sentido que tienen estas exposiciones, pero hay más. En ocasiones, cuando las mujeres son mencionadas en el relato, lo son como una figura accesoria de un artista varón más famoso del que fueron esposas, musas o colaboradoras. Dando a entender que su papel en la historia es importante por la cercanía con ellos.
Esta muestra madrileña subraya su papel independiente, pues aunque Peggy Guggenheim se rodease de hombres en el jurado de las artistas que participarían en la muestra, se acordó que su opinión primara por encima del resto; lo cual tiene sentido, si tenemos en cuenta que le interesaba mostrar la visión femenina de las vanguardias, tanto desde el punto de vista de las creadoras como desde el galerismo y comisariado.
Para terminar, la exposición evidencia también los lazos entre mujeres, lo fructífero de su colaboración y la voluntad de utilizar todos los medios a su alcance para darse visibilidad unas a otras. Sofía Guardiola