Majestuoso teatro
El Museo del Prado reúne más de 100 obras de Paolo Veronese (Veronés) una exposición monográfica de uno de los maestros más brillantes y admirados del Renacimiento veneciano. TEXTO: Fernando Rayón
Veronés ya está en el Prado. El museo presenta, hasta el 21 de septiembre, una gran muestra que cierra el programa de investigaciones, restauraciones y exposiciones iniciado hace más de dos décadas con Bassano (2001), Tiziano (2003), Tintoretto (2007) y Los retratos de Lorenzo Lotto (2018); dedicado a la pintura del Renacimiento veneciano, uno de los conjuntos fundacionales más importantes de la antigua colección real y del actual museo.
Comisariada por el director del Prado, Miguel Falomir, y por Enrico Maria dal Pozzolo, profesor de la Università degli Studi di Verona, la muestra pone de manifiesto el “majestuoso teatro pictórico” –según lo definió Carlo Ridolfi– creado por un artista de gran libertad formal y conceptual. Veronés supo plasmar como pocos el “mito de Venecia” con una belleza y elegancia que ha seducido durante siglos a coleccionistas y artistas, desde Felipe IV a Luis XIV, y desde Rubens a Velázquez, Delacroix o Cézanne.
El más de un centenar de obras que integran el recorrido proceden de prestigiosas instituciones internacionales como el Louvre, Metropolitan de Nueva York, la National Gallery de Londres, la Galleria degli Uffizi o el Kunsthistorisches Museum de Viena. Un conjunto en el que destacan, especialmente, los colores de las piezas recién restauradas o limpias, entre ellas las del Prado.
Paolo Veronese triunfó en vida; una vida por cierto sin escándalos, que le permitió desarrollar una idea orgánica y totalizadora del arte, capaz de abarcar una enorme cantidad de referencias estéticas y culturales. Su gran calidad técnica le permitió crear un universo propio y trasladarlo con sofisticados recursos a composiciones que siempre fascinan.
Los gestos, indumentarias, colores, los personajes exóticos, los espacios de imponentes arquitecturas… todo contribuye a que el espectador se imagine dentro de sus composiciones. Fue también un magnífico fresquista –en la muestra podemos ver dos piezas de un desaparecido palacio de Módena–, retratista y creador de escenas mitológicas.
La libertad con que representó estas últimas solo es comparable a la originalidad de sus grandes y complejas escenas religiosas. A la muestra del Prado han viajado algunas de ellas y enamora pensar cómo cada personaje del conjunto responde a los cuidadosos dibujos –hoy la mayoría perdidos– con que preparaba cada escena.
Es bueno recordar que, en el Renacimiento, la invención de cada escena se concebía como el hallazgo de una solución original formal y técnica a un problema de representación.
En la práctica, consistía en saber relacionar elementos tomados de diferentes fuentes y combinarlos con expresiones diversas para crear composiciones inéditas, empleando materiales nuevos o utilizando de manera innovadora los tradicionales.
No obstante, era frecuente que un cliente pidiera que un trabajo emulara otro anterior o que el artista repitiera sus ideas. Veronés –en castellano– se inspiró tanto en la antigüedad clásica como en autores anteriores y contemporáneos; además, reutilizó constantemente sus propias invenciones, interpretando iconografías poco difundidas en la pintura véneta del siglo XVI.
La exposición incluye seis secciones cronológicas y temáticas. La primera, De Verona a Venecia, atiende a la formación en su ciudad natal.
La segunda, Maestoso teatro. Arquitectura y escenografía, aborda su modo de entender el espacio y narrar historias, aunando la tradición veneciana, así como las nociones teatrales y arquitectónicas de Palladio y Daniele Barbaro.
La tercera, Proceso creativo. Invención y repetición, ahonda en el modo como dirigió uno de los talleres más fecundos y de mayor calidad de la época.
Alegoría y mitología es el título de la cuarta sección, que muestra su excelencia en las alegorías y las fábulas mitológicas, donde se reveló como el único artista capaz de competir con Tiziano. Capítulo aparte merece El último Veronese, donde se aborda su década final. Es entonces cuando asistimos a un cambio notable en su pintura, con composiciones inestables de colorido más sombrío y un uso a menudo simbólico de la luz, donde el paisaje cobra nuevo protagonismo.
El recorrido concluye con una sección dedicada a su legado: Haeredes Pauli y los admiradores de Veronese. A la muerte de Paolo, su hermano Benedetto (1538-1598) y sus hijos Gabriele (1568-1630) y Carletto (1570-1596) mantuvieron el taller; pero también hay otros artistas que asumieron su legado.
La exposición se centra, asimismo, en los inmediatamente posteriores: El Greco, los Carracci y Pedro Pablo Rubens, entre ellos. Pero sus lecciones se prolongaron hasta el siglo XX e incluyen a creadores tan dispares como Velázquez, Tiépolo, Delacroix o Cézanne.
Paolo Veronese (1528-1588) es magnífica. Quizá en la primera parte se acumulen un exceso de cuadros que el verde veronés de las paredes suaviza. Excelente la circulación y un catálogo que quedará para la historia. En él hay interesantes estudios y muy novedosos sobre el taller de Veronés, la ausencia de los dibujos que nos han llegado, su técnica y proceso creativo… Tiene disponibles versiones en inglés y castellano. También un acierto.