Los bronces del rey de Benín
Los Bronces de Benín son el conjunto de obras saqueado por Gran Bretaña más conocido. En los últimos años, han copado titulares porque cada vez más instituciones occidentales se han involucrado en el proceso de su devolución al Estado de Nigeria. Ahora, el gobierno del país africano ha transferido la titularidad del conjunto al monarca heredero del reino de Benín, Oba Ewuare II.
Si Reino Unido decidiese devolver el retrato de Felipe IV de castaño y plata que José Bonaparte sacó de El Escorial cuando todavía era propiedad de la Corona ¿quién sería el titular legítimo? ¿El Estado? ¿Patrimonio Nacional? ¿Felipe VI?
En el caso de nuestro país la respuesta está clara, dado que la titularidad de los bienes artísticos de las antiguas colecciones reales depende de Patrimonio Nacional. La institución funciona como heredera. Al fin y al cabo, somos parte de esos países occidentales en los que el arte reunido por los monarcas ha pasado a ser de todos los ciudadanos. Pero en el caso de los bronces de Benín no está tan claro.
Su restitución es de las más mediáticas de los últimos años. Se trata de varios miles de relieves creados entre los siglos XIII y XIX en el reino del mismo nombre situado al sur de la actual Nigeria. Pero su relación con occidente comenzó en 1897.
Ese año, las fuerzas británicas enviaron una expedición a la ciudad de Benín –capital de uno de los últimos reinos independientes de África– como represalia por la guerra comercial en la que estaban inmersos.
Esta maniobra, que se saldó con un número indeterminado de muertes y la destrucción de la urbe, también arrebató del palacio real del Oba –título equivalente a rey– el conjunto que hoy conocemos como bronces de Benín.
Las célebres piezas se dispersaron y fueron a parar a diferentes colecciones occidentales. El conjunto más numeroso, con un total de 900, se encuentra en el British Museum.
Recientemente ha habido gestos en la devolución de los bronces al Estado nigeriano. Pero el momento definitivo llegó en diciembre del año pasado, cuando Alemania firmó la entrega de 1.100 placas.
Este acuerdo contempló que algunas de las piezas permaneciesen en depósito en el país europeo, para que los visitantes de los museos pudiesen seguir conociendo la riqueza de la cultura Edo.
Por su parte, el gobernador de la provincia correspondiente al antiguo reino de Benín ha apostado por la creación de un museo de arte de África occidental para acoger los bronces.
Hasta ahí los acontecimientos se habían desarrollado tal y como todas las naciones occidentales implicadas esperaban. Es decir, esa importante parte de la historia de Nigeria iba a pasar a ser propiedad de sus ciudadanos, quienes podrían disfrutar de ellos en un museo público.
El problema ha surgido cuando el gobierno del país ha entregado la titularidad de todas las placas –las que se han entregado y las que no– al heredero del rey de Benín, Oba Ewuare II. Este ha manifestado su interés en que sean depositados en un palacio o museo de su propiedad.
Hasta el momento de su expolio, los bronces fueron propiedad de los monarcas. Y tal y como recoge The Art Newspaper en las declaraciones de Barbaby Phillips, autor de Botín: Gran Bretaña y los Bronces de Benín: «Para muchos habitantes de la provincia Edo, es justo y apropiado que esos objetos vuelvan a manos del Oba, ya que fueron robados a su tatarabuelo. Sin embargo, ha causado confusión entre muchos museos europeos que negocian acuerdos con la Comisión Nacional de Museos y Monumentos de Nigeria (NCMM). También ha sorprendido a la NCMM».
Este caso recuerda a la reciente devolución del Ecce Homo y la Mater Dolorosa de Dieric Bouts a Polonia. Las piezas proceden de la colección Czartoryski, a quienes se las arrebataron los nazis, pero la restitución en la que ha estado involucrado el Museo de Pontevedra se ha cerrado con el Estado polaco y no con los herederos.
En un momento en el que estos procesos no van sino a aumentar, la opinión pública occidental debe tomar una decisión si no correcta o justa, al menos, coherente. La salida de obras de colecciones de museos para ir a manos de los herederos –que las tendrán a su disposición para venderlas, si quieren– ¿puede juzgarse en función de quiénes sean estos? Si los descendientes de Vollard han podido vender obras que estaban en el Orsay ¿podría el rey de Benín vender los bronces? ¿Tendría alguien derecho a detenerle? Héctor San José.