LAS YBARRA Y EL COLECCIONISMO
Nicolás de Chamfort decía que las pasiones hacen vivir al hombre, la cordura sólo le hace durar. Sin entrar en el paroxismo que desencadenó este moralista francés y huyendo de aquellas clamorosas estridencias y desarmonías, adelanto que la historia que aquí presento se centra en una pasión: la posesión de belleza. Habitualmente, se ha estudiado el gusto por el arte desde una perspectiva masculina. Con las clásicas excepciones –Louisine Havemeyer, Isabella Stewart Gardner, Gertrude Stein o Peggy Guggenheim-, poco se menciona la faceta de coleccionista de arte en mujeres nacidas en el siglo XIX y principios del XX, y mucho menos en España.
Este libro, Las mujeres Ybarra, que está formado por biografías que se encadenan formando así la trazabilidad de un linaje español, centra su atención en todos aquellos aspectos que complementan la actividad principal que ha hecho triunfar a esta familia: la empresarial. La política matrimonial desarrollada por los Ybarra acrecentó el ambiente propicio para que, en paralelo, se fueran formando la sensibilidad, la comprensión, el conocimiento y el desarrollo de la facultad de juzgar valores estéticos, que son imprescindibles para la creación de una colección coherente y sólida. El circuito cultural en el que había que estar inmerso para acceder a la información adecuada era reducido y de élite. Las Ybarra contaban con todos estos requisitos para poder rodearse, con buen criterio, de aquello que complace al ojo y deleita el espíritu.
De las primeras generaciones que recoge el libro, debo destacar la figura de Emilia Osborne Guezala (1866-1952), que procedía de dos ramas genealógicas de élite: una intelectual, era sobrina nieta de la escritora Fernán Caballero (Cecilia Böhl de Faber), y otra empresarial, era nieta del fundador de las Bodegas Osborne, Thomas Osborne Mann. Tras enviudar de un breve matrimonio con el hijo de Miguel Tenorio de Castilla -secretario personal de la reina Isabel II-, esta mujer de sólida formación inglesa casó con un hijo del I conde de Ybarra, quien ya fue un reconocido amante del arte. Así lo demuestran la cantidad de obras de arte que legó a sus descendientes, entre ellas una pintura destacada dentro del romanticismo sevillano titulada “El conde de Ybarra y su familia visitando una galería pictórica”, firmada por Francisco de Paula Escribano en 1856.
En la siguiente generación, el abanico se diversifica enriqueciendo el panorama cultural de esta numerosa familia. Destacan, entre ellas, Josefa Lasso de la Vega Quintanilla (1884-1967), cuya memoria se mantiene entre sus nietos sentada de riguroso negro delante de una de los retratos más soberbios que ha dado el siglo XIX español, el de Gustavo Adolfo Bécquer pintado por su hermano Valeriano. Esta obra fue propiedad de esta familia hasta 1995, que fue adquirida por la Junta de Andalucía, exhibiéndose ahora en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. También demostró un elevado interés por el arte Dolores Medina Lafuente (1897-1977), que representa ese nuevo modelo de mujer que despertaba en Madrid en la primera mitad del siglo pasado, y entre cuyos mayores intereses estaban viajar, cazar, conocer y poseer arte. Aparece representada con un retrato de Fernando Álvarez de Sotomayor, que hoy es propiedad de una de sus nietas.
Entre todas ellas, sin embargo, destaca la única biografiada de la cuarta generación por ser la que sigue con la rama condal. María Pepa Mendaro Romero (1911-1999), IV condesa de Ybarra, fue la mujer de uno de los principales coleccionistas españoles del siglo XX, José María Ybarra Lasso de la Vega; sin embargo, el interés del libro es, precisamente, desvincularla de ese estado para ser ella misma la protagonista. La vida de María Pepa giró en torno a la embriaguez del corazón. Fue algo así como un principio de poesía equivalente a la aspiración humana por alcanzar siempre una mayor belleza.
Este interés por el arte en su más alta acepción toma cuerpo hoy en su quinto hijo. Éste es, a día de hoy, la personificación del alma del verdadero coleccionista que, con verdadera pasión, con criterio y con insistencia, anhela la pieza hasta hacerla suya. Gracias a su labor, así como la de algún otro coleccionista –no muchos en España, desgraciadamente-, se puede mantener el concepto que ya vislumbró Goethe: “Lo que llamáis espíritu del tiempo no es más que el espíritu de estos hombres, donde los tiempos se reflejan”. Y no continúo detallando este espíritu, porque Goethe, como todos hasta fechas muy recientes, hablaba de hombres y yo aquí pretendía hablar sólo de mujeres, de ellas, de las Ybarra. Clara Zamora Meca
* Clara Zamora es autora del libro “Las mujeres Ybarra. Nido y nudo”.