La Trienal de Brujas, un museo al aire libre por tiempo limitado
La ciudad belga se convierte de abril a septiembre en un enorme centro de arte y arquitectura gracias a las instalaciones de 12 artistas internacionales, entre ellos Mariana Castillo Deball (México) e Iván Argote (Colombia). En esta ocasión, la cita cultural trata de buscar nuevas significados.
Cada tres años conviven en la provincia de Flandes Occidental las imponentes iglesias góticas junto a las sugerentes instalaciones de arte contemporáneo y arquitectura. Así es la Trienal de Brujas –del 13 de abril al 1 de septiembre–, que este año celebra su cuarta edición bajo el título Spaces of Possibility (Espacios de Posibilidad). Al mismo tiempo, un total de 18 obras distribuidas a lo largo de los 67 kilómetros que constituyen la costa belga, dan paso a otra cita cultural: la Trienal de Beaufort (del 27 de marzo al 3 de noviembre).
En 1998, la UNESCO reconoció Brujas como Patrimonio Mundial de la Humanidad, por lo que la conservación y la no construcción son fundamentales para mantener el encanto de esta ciudad flamenca. Dicha situación dio lugar a interrogantes sobre cómo hacer frente al cambio y apostar por la sostenibilidad desde una perspectiva conservadora.
¿De qué manera ocupar los lugares originales, manteniendo su esencia pero dándoles un nuevo significado? Como respuesta a esa pregunta nació la Trienal de Brujas que, a través de la intervención de espacios públicos con instalaciones arquitectónicas, redescubre la urbe desde una perspectiva contemporánea.
Una de las propuestas más interesantes es Earthsea Pavilion de Studio Ossidiana, dirigido por Alessandra Covini y Giovanni Bellotti. Esta construcción de seis metros funciona como un organismo vivo que respira, cruje bajo nuestros pies, huele y se transforma dependiendo de la estación del año. Esto es posible gracias a los materiales empleados como plantas, semillas de flores, ostras o conchas. «Es una especie de experimento botánico», indica la propia Covini.
Mariana Castillo Deball es otra de las autoras que plantea su instalación pensando en la naturaleza. El punto de partida de Firesong for the bees, a tree of clay es la relación de las abejas con los humanos. Así, construye un hábitat para estas pequeñas polinizadoras compuesto por varias colmenas de cerámica y una estructura de madera, al tiempo que abre el debate sobre la importancia de estos insectos en las urbes.
Los canales continúan siendo un lugar predilecto para los artistas y este año se ocupan con dos intervenciones. La primera es Who? del colombiano Iván Argote, que profundiza sobre la identidad y la ausencia con dos botas de bronce a ras del agua. La obra invita al espectador a imaginar qué historias trae consigo el dueño del calzado, a qué ha venido o incluso a quién pertenecen esas botas.
La segunda pertenece a la arquitecta Sumayya Vally, que trae a colación el pasado comercial y colonial de la ciudad belga en África con Grains of Paradise. Un total de 15 piraguas flotan en el Lago del Amor, a la altura del puente de Minnewater. Cada uno de estos botes está trabajado con la técnica del quemado de madera y se ha llenado con plantas y especias como pimienta de malagueta, originaria del Golfo de Guinea y muy popular entre los habitantes de la Brujas medieval.
Siguiendo la conexión y la tradición que la ciudad tiene con el mar, Ivan Morison plantea Star of the sea, una red de túneles emplazada en la playa de Zeebrugge y cubierta parcialmente por arena. Tal y como ha planteado el creador su construcción, la obra se expone al cambio constante, que incluye la inundación de sus túneles con la subida del mar.
Alejado de la costa, pero con un movimiento que recuerda al de las olas, se encuentra The Joyful Apocalyse, una estructura de andamiaje de nueve metros de altura que simula un teatro, por lo que visitante sentirá que se mueve entre bastidores. Johnny Leya, uno de los arquitectos, cuenta que el montaje les llevó cuatro días, mientras que plantear el proyecto fue un trabajo de año y medio. Pese a la rigidez que presenta en primera instancia la obra, las múltiples telas que ondean con el aire aportan cierto movimiento a la arquitectura. Lo más interesante sea, quizá, esa reflexión que plantean los creadores sobre quién juega el papel de actor y quién de público una vez dentro de este teatro.
La firma estadounidense SO-IL –formada por Florian Idenburg y Jing Liu– también apuesta por la sensación de movimiento con una estructura fija como es Common Thread. Nadie podría imaginar que bajo la persiana de un garaje se encuentra una enorme y alambicada construcción, cuyos túneles dan paso a un jardín perteneciente a un monasterio capuchino. Esta red de pasillos, que desembocan en amplias membranas, está hecha con materiales textiles, botellas de plásticos recicladas y elementos impresos en 3D.
La Trienal de Brujas también ha acogido propuestas que resignifican antiguos espacios de la ciudad, como es el caso de Under the carpet, que simula ser el viejo camino que unía el antiguo Hospital de San Juan y la Clínica Minnewater.
Por su parte, los arquitectos japoneses Shingo Masuda y Katsuhisa Otsubo hacen un guiño al característico ladrillo que se observa en las distintas construcciones de Brujas con su Empty drop.
La cuestión del equilibrio también está presente con la instalación The tower of balance, un campanario de 18 metros de altura que consta de tres plataformas de madera y está rematado por una campana en la parte superior que cualquier valiente de las alturas puede hacer sonar.
Por su parte, la libanesa Mona Hatoum explora con su Full Swing las ideas de sometimiento y libertad. En torno al columpio se construye un imaginario del objeto móvil como elemento liberador frente a las opresiones de los poderes políticos, institucionales y económicos.
El broche a esta cita cultural lo encontramos en Raamland de los suecos Daniel Norell y Einar Rodhe, quienes han construido un lugar de encuentro mediante el uso de materiales de segunda mano. Esta instalación aúna, precisamente, las dos ideas fundamentales de la cuarta edición de la Trienal de Brujas: las posibilidades que ofrece un espacio para resignificarlo al mismo tiempo que se apuesta por la sostenibilidad. Nerea Méndez Pérez