La otra España negra de Siquier y Solana
Entre pinturas, estampas y fotografías, el Museo de Bellas Artes de Asturias ha reunido 112 obras pertenecientes a José Gutiérrez-Solana y Carlos Pérez Siquier. Una crónica sobre la España negra y desposeída que acude a los márgenes desde lienzo y el papel, porque solo desde ahí se puede contar la historia de los personajes anónimos y excluidos.
Aunque Solana y Siquier nunca se conocieron, cruzan sus caminos en una exposición inédita en el Museo de Bellas Artes de Asturias. El primero, un pintor nacido en Madrid en 1886 y fallecido en 1945; el segundo, un fotógrafo que vino al mundo en 1930 en Almería y se despidió del mismo en 2021. Dos figuras que se expresaban a través de distintos lenguajes, pero que estaban unidos por una misma sensibilidad: retratar a esos personajes excluidos, anónimos y marginados de la España del siglo XX.
De la España negra a la España desposeída: Solana – Pérez Siquier es una muestra organizada en colaboración con Fundación Mapfre y comisariada por Leyre Bozal, que se articula en tres ámbitos. El primero está destinado al primero y reúne diez lienzos pertenecientes a su etapa de madurez. Entre 1917 y 1938, el creador madrileño se dedica a pintar procesiones, bodegones, seres inanimados, tipos populares y, por supuesto, las carnavaladas y la muerte.
De esta última temática podemos ver Máscaras bailando del brazo (1938), una de sus obras maestras, ya que sintetiza gran parte de los valores de su pintura. Realizado en París, donde el artista se encontraba exiliado a causa de la Guerra Civil, permaneció inédito hasta su adquisición por Fundación Mapfre.
También está presente el Osario (1931), un cuadro mucho más oscuro que nos sirve para comprender algunos de los fantasmas de su niñez. En ocasiones se ha dicho que los traumas sufridos por Solana durante su infancia han contribuido a configurar su extraña y morbosa producción.
Por ejemplo, conocemos que a la tierna edad de cinco años quedó impresionado al ver morir a su hermana María de las Glorias un día de Navidad. Un año más tarde, justo cuando él se encontraba solo en casa un domingo de carnaval, irrumpieron en el comedor un par de “destrozonas”, máscaras vestidas con ropas de mujer astrosas y grotescas. Todo ello, junto a la temprana muerte de su padre, debieron de marcar a un joven Solana que convirtió a la parca en el tema predilecto de sus cuadros.
El segundo espacio está dedicado a su etapa de grabador. En él se han reunido treinta estampas: veintiséis de los veintiocho aguafuertes catalogados y cuatro de las siete litografías que se conservan de él. Nuevamente, son las carnavaladas, los personajes desfavorecidos y las escenas del extrarradio las protagonistas de sus creaciones.
La España que Solana retrata es cruda y desesperanzadora, pero destaca por un estilo tremendamente característico en el que supo unir la tradición de la pintura española –con influencias de El Greco, José de Ribera, Velázquez y Goya– sin despegarse de las escenas más contemporáneas del siglo XX.
La tercera y última área de la exhibición está reservada para Carlos Pérez Siquier. En concreto, para una de sus series en blanco y negro más famosas, La Chanca, que el fotógrafo llevó a cabo entre 1957 y 1963 en este barrio almeriense. También está presente otra selección de instantáneas que realizó en color a mediados de los años sesenta.
En las fotografías apreciamos la mirada humanista de Siquier, muy influida por el neorrealismo italiano, que pone el foco en una España que se había alejado de la guerra, pero no de la pobreza. No obstante, el autor no se regodea de la crudeza ni la situación paupérrima de sus personajes, todo lo contrario, siempre los retrata con dignidad.
Asimismo, ya se puede ver el Abrazo de San Francisco de Asís al Crucificado del pintor barroco Francisco Ribalta, una pieza que el Museo de Bellas Artes de Valencia ha cedido en préstamo como parte del programa “La obra invitada”. Realizado hacia 1620, este lienzo de grandes dimensiones pertenece al periodo de madurez del autor.
Ribalta se inspira en los modelos grabados del flamenco Hieronymus Wierix para crear una composición totalmente original. En ella vemos al santo en éxtasis y siendo testigo de la crucifixión de Jesús, quien suelta una de sus manos del madero para despojarse de la corona de espinas y posarla sobre la cabeza de Francisco de Asís.
Se trata de una escena muy física en la que el santo, además, abraza el cuerpo de Cristo y aproxima sus labios a la herida sangrante del costado. Se trata de una alegoría del sacramento de la Eucaristía, que hace referencia al rito de la transubstanciación, eje central de la liturgia católica. Nerea Méndez Pérez