La línea, el color y la forma en Soledad Sevilla
El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía presenta en las salas del edificio Nouvel una retrospectiva muy necesaria de Soledad Sevilla (Valencia, 1944), Ritmos, tramas, variables, comisariada por la catedrática de Bellas Artes de la Universidad de Murcia e historiadora del arte, Isabel Tejeda, y que cuenta con el apoyo de la Comunidad de Madrid. Las dos estuvieron acompañadas por Manuel Segade, director del Museo Reina Sofía, y Gonzalo Cabrera, director general de Cultura de la CAM. La muestra viajará al IVAM tras su clausura en Madrid.
La muestra en el Reina Sofía, que permanecerá abierta hasta el 10 de marzo, incluye más de un centenar de obras, que abarcan casi seis décadas de su trayectoria artística, desde piezas de los años 60 ligadas al Centro de Cálculo de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), hasta la actualidad, con una serie de trabajos muy recientes, algunos de ellos realizados específicamente para esta muestra, relacionados con sus orígenes y su admiración por uno de sus grandes referentes, Eusebio Sempere. En el recorrido hay 11 obras que pertenecen al Reina Sofía, pero también los préstamos de Patrimonio Nacional, del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo o de la colección de la propia artista, entre otras.
Soledad Sevilla ha desarrollado a lo largo de sus 60 años de carrera un lenguaje basado en la pureza de la línea y el color y en la construcción de formas a partir de módulos geométricos. La trama, la línea, los ritmos y las variaciones son elementos constantes en todas sus etapas, conforman el cuadro que, según ella misma dice, siempre está pintando: «Es una teoría que compartimos muchos artistas, que estamos pintando siempre el mismo cuadro, y aunque podría parecer que son diferentes etapas unas y otras, es una unidad que se repite». Junto con el gran formato, que desarrolla a partir de los años 70, la expresión de las emociones a través de la luz y la oscuridad son también señas de identidad del trabajo de esta artista premio Velázquez en 2020.
El centenar largo de obras que sintetizan su prolongada carrera se disponen en 10 salas con un discurso cronológico, que comienza con sus primeras obras geométricas de finales de los años 60 y terminando con sus últimas creaciones de 2023 y 2024 en las que retorna a sus orígenes. Ese discurso temporal se combina con un relato circular según afirma Isabel Tejeda: «He intentado generar un relato que atravesara todas las piezas, conectando las últimas con las primeras, el módulo, la línea, la geometría de Soledad Sevilla que yo considero no fría sino emocional. Porque se trata de una artista que busca crear un vínculo emocional con la obra como el propio Sempere, Yturralde, Agnes Martín o Rothko». Y añadió que la artista ha sido muy generosa y colaborativa para hacer posible esta muestra que nos ha permitido incluir algunos trabajos poco conocidos o inéditos.
Soledad Sevilla se formó en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sant Jordi (Barcelona) entre 1960 y 65 y dada su curiosidad participó en los seminarios del Centro de Cálculo de la Complutense de Madrid, un espacio que unía transversalmente arte y ciencia para facilitar la experimentación computacional en el arte, entre otras disciplinas. Muy pronto se desvinculó del ordenador como herramienta plástica. En la presentación subrayó que no le gusta explicar con palabras -algo que hace muy bien- sus exposiciones porque cree que «los artistas hablamos con la obra».
En las dos primeras salas cuelgan obras de la abstracción geométrica en sus primeras creaciones, donde usa metacrilato transparente y de color, a partir de una serie de módulos que van cambiando de posición y creando una trama que va conformando espacios. Un ejemplo significativo lo observamos en Mondrian (1973), donde Soledad Sevilla juega con la geometría del color para conseguir una imagen tridimensional, una ilusión espacial. Sobre esta base desarrolla una nueva concepción basada en el color y en la búsqueda de la profundidad, una pintura que vibra y que plasma en grandes telas sin título. Y cómo no una serie de obras blancas y ligeras de 1978 y 79 donde ella alterna la simetría, negativos y retículas enmarañadas.
La Universidad de Harvard le concedió una beca de investigación entre 1980 y 1982. Y al no tener un estudio amplio para trabajar grandes formatos empezó a experimentar sobre rollos de papel Kraft con progresiones de líneas que van creciendo y se convierten en dibujos de lápiz sobre papel que llegan a alcanzar los 12 metros. En esa época Soledad Sevilla asistió en Cambridge (Boston) a una serie de cursos sobre la Alhambra o las obras de Velázquez que le impresionaron y le llevaron a redescubrir estos grandes hitos culturales españoles desde otra perspectiva.
Tras su paso por Harvard, la artista valenciana vuelve a España e inicia una senda más subjetiva, espacial y emocional, creando algunas de sus obras más emblemáticas, como Las Meninas (1982). Y en una línea similar trabajó en la serie La Alhambra (1984-86), que constituye un trabajo de reinterpretación del conjunto monumental en el que intenta pintar el aire generando profundidad a través de la reiteración de las tramas cruzadas, acercando la abstracción a cierta sensación de figuración. Tanto en la sala tercera, donde se exponen la serie de las Las Meninas, como en la cuarta con la serie La Alhambra hay una cierta interacción que concierne a los que observamos esos conjuntos de obras.
Tras esa fase de experimentación que tuvo en Boston optó por un conjunto de instalaciones tridimensionales en el espacio. En ellas hay una intención de trasladar poéticamente sus experiencias sensibles. Y en la sala quinta encontramos algunas de gran relevancia como Leche y sangre (1986), un montaje de claveles rojos en hileras paralelas que recorren el espacio y que constituye el origen de sus instalaciones de hilos. Y la instalación Mayo 1904-1992 (1992), que se realizó en el castillo de Vélez Blanco (Almería) recreando su claustro renacentista, actualmente en el Metropolitan Museum de Nueva York, mediante una proyección de luces que se encendían al atardecer y se desvanecían al alba.
También vemos en la misma sala la obra En ruinas II (1993), donde se genera un cambio en su forma de pintar. De la línea pasa a utilizar pinceladas muy cortas, golpes de pincel. Con esta nueva pincelada, que da una sensación como de relieve, podemos ver y acceder a la sexta sala en la que está presente la serie Insomnios (2002-2003), cuatro obras de gran formato, de hasta 8 metros, que destacan por su longitudinalidad y semejanza con las tapias cubiertas de vegetación, donde se conjuga el blanco y el negro con matices rojos y negros.
Soledad Sevilla ha tenido insomnio casi toda su vida y eso ha condicionado que ella trabaje con la oscuridad, el sueño, el duermevela y la luz. A veces en esa falta de luz ella lo vea todo más claro, aunque sigue siendo fiel a una pincelada donde la repetición y la trama van generando luz, espacio y ambiente.
En la sala siete, y como contraste a la sensación que proyecta Insomnios, la mirada se centra en un grupo de pinturas luminosas de los años 90 que exploran también el motivo de las vegetaciones colgantes sobre muros, donde aplica Soledad Sevilla otra nueva pincelada, como una hoja diminuta. La luz diurna se refleja en la naturaleza en obras como Díptico de Valencia (1996) y Hotel Triunfo (1998).
Su acercamiento a la naturaleza continúa en le recorrido y ahí como un deslumbramiento aparece en la sala octava la primera instalación física, El tiempo vuela (1998), relacionada con el género artístico de la vanitas. Consiste en 1.500 mariposas azules de papel, posadas en las paredes de la sala y montadas sobre un mecanismo de reloj que hace que giren segundo a segundo, generando un ambiente sonoro y de movimiento que evoca el paso del tiempo. La instalación debe su título a un poema de Antonio Machado evocando el fragmento: “Y es hoy aquel mañana de ayer”.
En la sala novena se pueden admirar las series Nuevas Lejanías (2016) y Luces de Invierno (2018), en las que la artista reflexiona sobre su propia vida, sobre su llegada a un “invierno personal”, sin hacer concesiones a la melancolía y la nostalgia. Ha trabajado a caballo entre Barcelona, Madrid y Granada, ciudad en la que ahora tiene su estudio. Hay un objetivo en este conjunto de obras para rescatar la memoria de los secaderos de tabaco de la Vega de Granada, o los plásticos de los invernaderos cuyos movimientos, velando la realidad, reproduce. A través del color y la luz filtrándose, Soledad Sevilla trabaja en estas obras la trama del plástico, lo efímero y las huellas del transcurso del tiempo.
En la misma sala, saliendo de la pares, destaca por lo especial una escultura que evoca con una fiel reproducción los secaderos de tabaco en neopreno, papel y metal.
En la última sala, la décima, admiramos las series más recientes, realizadas entre 2022 y 2024, desde los doce bocetos de Horizontes, a Horizontes Blancos, pasando por las ocho obras de Esperando a Sempere, que ha creado para esta retrospectiva, y que suponen un reencuentro con sus orígenes y algunos de sus grandes referentes como Eusebio Sempere, del que también se incluye un pequeño gouache propiedad de Soledad Sevilla, y que le sirvió de inspiración y génesis de estos últimos trabajos.
En el conjunto de obras con los que concluye la retrospectiva retorna a la línea más pura con lápiz, tinta o rotulador, pero abandona la perfección e interviene con su propio cuerpo, su gesto consciente, dejando que fluyan fallos, ondulaciones o excesos de tinta. A medio camino entre una línea recta con regla y una a mano alzada, trabaja la degradación del color. Un modo de conectar y de ahí el sentido circular de conectar lo primero con lo último de su producción, que revela su libertad para ir cambiando el rumbo a lo largo de los años.
Entre los edificios Sabatini y Nouvel, Soledad Sevilla ha creado para esta retrospectiva una instalación, Donde estaba la línea, en la que a través de 160 hilos paralelos de algodón, ha creado una trama traslúcida (retícula) donde juega con la luz que entra por las ventanas y la arquitectura de la sala, haciendo surgir un nuevo espacio que conecta la parte nueva con la antigua del Reina Sofía. Al terminar de transitar por las obras que resumen una de las trayectorias más decisivas de la escena artística española me ha dejado una sensación de emoción, vitalidad y de pulsión creativa. Merece la pena ‘sentir’ esta retrospectiva de Soledad Sevilla.