La fascinación temprana de Juan Luis Goenaga por la naturaleza
El Museo de Bellas Artes de Bilbao acoge desde mañana la exposición Juan Luis Goenaga. Alkiza, 1971-1976, comisariada por el historiador Mikel Lertxundi, del departamento de Archivo y Documentación del museo, que fue el autor de la gran monografía sobre el artista publicada en 2018. En esta muestra, patrocinada por Petronor y centrada en la obra temprana de Goenaga (San Sebastián, 1950- Madrid, 2024) se reúnen alrededor de un centenar de piezas de ese lustro largo en los años 70, caracterizado por su efervescencia creativa, su afán por experimentar con técnicas y materiales a partir de la fascinación que sentía por la naturaleza y el paisaje vasco.
En la presentación estuvieron presentes el presidente de la Fundación del Museo de Bellas Artes de Bilbao y alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto; el director del Museo de Bellas Artes de Bilbao y el comisario de la exposición, Miguel Zugaza y Mikel Lertxundi; los hijos de Juan Luis Goenaga, Bárbara y Telmo; el presidente de Petronor, Emiliano López Atxurra, y Josune Begiristain.
Goenaga tuvo una gran vinculación con el Museo de Bilbao, no solo por adquirir sus obras desde los años 70 o la organización de exposiciones, que incluso se reforzó con el Premio Xabier Sáenz de Gorbea a la dedicación artística que le entregó en 2022.
En el recorrido encontramos las distintas series que desarrolló Juan Luis Goenaga durante ese fecundo período creativo: Itzalak (sombras), 1972-1973; Belarrak (hierbas), 1973; Larruak (pieles) y Hari-matazak (madejas), 1974; Sustraiak (raíces), 1974-1976 y Marroiak (marrones), 1976 y Kataratak (cataratas), 1976. Todas ellas tienen un hilo conductor común a partir de la abstracción de los valores y los paisajes vascos.
Durante esos años. Goenaga demostró su afán experimental al innovar tanto con técnicas tan diversas como el óleo, esmalte, cera, tinta, gouache y acuarela aplicados sobre lienzo o papel; cajas objetuales y fotografías, en unos casos de elementos vegetales y en otros, imágenes con las que documentaba las intervenciones land art de pequeño formato que el artista hacía durante sus salidas inmersivas en el bosque.
Durante la preparación de la exposición el artista donostiarra estuvo colaborando activamente junto a sus hijos, Bárbara y Telmo, pero murió repentinamente a mediados de agosto, lo que convierte a este evento en un homenaje a su trayectoria plástica. Las obras reunidas, alrededor de un centenar, proceden en gran medida de la colección del artista, junto a otras que provienen de colecciones particulares de Gipuzkoa y Bizkaia y de museos e instituciones vascas: Museo de Bellas Artes de Bilbao, Museo de Arte Contemporáneo del País Vasco Artium Museoa, Museo San Telmo, Fundación Kutxa y Colección BBVA.
Como en otros artistas vascos de distintas generaciones -de Oteiza a Mendiburu- y activos en esos años, la orografía, la vegetación, la mitología, la etnografía y el legado de la prehistoria vasca ejercieron en Goenaga una enorme fascinación. Todo ese sustrato de conocimientos y emociones los fue incorporando a su obra como un rasgo distintivo al instalar su casa-taller en el caserío de Otsamendi en la pequeña localidad de Alkiza (Gipuzkoa). La humedad de los terrenos calizos, el lento discurrir de los arroyos, la vida en el bosque y las tradiciones en los caseríos y ferrerías incidieron en su visión singular de una cierta Arcadia.
La pintura de esos primeros años tenían un carácter empírico que se reflejaba en todas sus manifestaciones creativas, mientras que las fotografías en blanco y negro de hojarascas, ramas y hierbas fueron adquiriendo el carácter de los pioneros de la fotografía científica al usar un primerísimo primer plano que, como un microscopio, capta detalles de luz y textura.
En otras imágenes, documenta sus composiciones de surcos y alineaciones de piedras y palos que, en plena naturaleza y como pequeños monumentos, evocan vestigios y signos de la primera humanidad. Un land art en el que Goenaga traduce las lecturas de Pío Baroja, del padre José Miguel de Barandiarán y Jorge Oteiza, que le conectan con el animismo vasco y los enigmas ancestrales.
Juan Luis Goenaga elegía colores terrosos, verdes o grisáceos que conectaban también con esta visión ascética y esencial de la naturaleza y él los aplicaba en composiciones casi monocromas de elementos de figuración mínima. Hierbas y ramas que se sucedían en una reiteración obsesiva hasta cubrir enteramente la superficie del lienzo o papel como un mantra visual. Al final de este periodo, Goenaga introducirá una nueva energía en su obra que dará paso a imágenes rojizas con las que cierra su particular historia natural de estos años.