La elegante mirada de Ricard Terré en la Real Academia de San Fernando
Hoy se ha presentado en la Sala de Fotografía del Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando una exposición singular de la obra de Ricard Terré (Sant Boi de Llobregat, 1928- Vigo, 2009), que reúne un conjunto de quince fotografía, trece de ellas donadas por su hija Laura Terré, y dos por el Ministerio de Cultura, así como material bibliográfico y de hemeroteca que proceden de la colección Pedro Melero/Marisa Llorente. Se trata de una voz sensible, humana y siempre atenta a lo que transciende y perdura.
En el acto de presentación han participado el director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Tomás Marco; acompañado por Víctor Nieto, académico delegado del museo; Publio López Mondéjar, académico y foto-historiador; y Laura Terré, hija del fotógrafo.
Ricard Terré nació en el seno de una familia cultivada. Polifacético e interesado por la literatura, las artes, el jazz y los deportes más recios, como si fuera un fellow británico. En sus años de formación cultivó la pintura y la caricatura y cuando tenía 27 años empezó a atraerle la fotografía, a través de la Asociación Fotográfica de Catalunya, cercano a Ramón Masats, y fue cuándo fue consciente del verdadero valor de esa disciplina artística. Se dedicó a ella durante 15 años, entre 1955 y 1970, y doce años más tarde volvería a retomar su mirada con el encuadre que la cámara le ofrecía. Siempre estuvo interesado en explorar las posibilidades que la fotografía le permitía para legarnos una expresión tan singular.
Terré era una persona reflexiva, honesta y profundamente humana, que entendió pronto que la realidad es mucho más que su apariencia, aunque a veces no pasa de ser un espejo alejado de la percepción de nuestra propia mirada. En su inmersión personal en las simas de lo real, no buscó nunca el artificio, ni siquiera la belleza, que nunca le interesó y que es, quizás, la única virtud que nuestros sentidos alcanzan a percibir. Para él la fotografía era un espacio de libertad que le liberaba de su quehacer profesional. Y sabía que la técnica no justificaba una fotografía sino la expresión que transmitía. Y en ese sentido llegó a decir que «hay muchas fotografías que no he hecho con la cámara pero sí con la mente».
Según comenta Publio López Mondéjar, de la sección de Artes de la Imagen, de la Real Academia de San Fernando, Ricard Terré fue «un verso suelto entre los miembros de su generación. Aunque inició pronto su cercanía con el grupo Afal y sus fotógrafos más destacados, se distingue de ellos en su decidida voluntad de descifrar la realidad, de penetrar en sus ámbitos más penumbrosos. Mediante un limitado catálogo de temas -la muerte, el rito, la religión-, su obra tiende a la intemporalidad. La suya es una fotografía sensible y despojada, atenta siempre a lo inmanente, a lo que está llamado a perdurar».
Y añade que «fue un outsider vocacional, ajeno a los círculos burocráticos y oficialistas de su tiempo, indiferente a pompas y vanidades. En el breve tiempo en que practicó la fotografía, su interés se centró en el hombre, o al menos en su huella. Con el tiempo, se ha ido reconociendo su obra respetuosa, indulgente y personalísima: la de un hombre considerado y de principios, consciente de que una sociedad que olvida la tolerancia y la misericordia es una sociedad enferma».
Hay algunas imágenes de la serie Mort poètica de les coses petites (1998), donde no aparecen explícitamente personas pero que si están implícitamente, ya que son objetos que nos acompañan y que según Ricard Terré el hombre ha despreciado. Son instantes captados para reafirmar lo que hay transcendente en el ser humano a través de esos elementos tal vez olvidados.