La Colección Costakis en el Museo de Arte Ruso de Málaga
La exposición Utopía y vanguardia. Arte ruso en la Colección Costakis abrió sus puertas el viernes pasado en la sede de la Colección del Museo Ruso de Málaga. Comisariada por Maria Tsantsanoglou, directora del MOMus (Museo de Arte Moderno de Salónica) se exhiben 450 obras y un centenar de objetos, que revelan la pasión de George Costakis por el arte ruso de vanguardia. La muestra permanecerá abierta durante más de un año.
El Museo de Arte Ruso de Málaga, tras el éxito de la presentación de la Colección Castañé el pasado año, ahora presenta una parte muy relevante de la Colección Costakis, que reúne más de medio centenar de piezas, entre obras de arte y objetos de archivo originales que testimonian la pasión por el arte ruso de vanguardia de George Costakis (Moscú, 1913- Atenas, 1990).
Aunque Costakis no poseía una sólida formación artística, su intuición estética le llevó a interesarse por el arte experimental ruso a partir de contemplar una obra de Olga Rozanova en 1946. A lo largo de tres décadas, Costakis reunió meticulosamente una colección relevante de obras de la vanguardia rusa, rescatando numerosas piezas del olvido y la destrucción. Él estaba convencido que «algún día la gente necesitará y aprenderá a valorar este arte».
Tras ese posicionamiento de resistencia durante los años 60 y 70 en defensa del arte ruso, en 1977 Costakis regresó a Grecia, aunque dejó una parte de su colección en la Galería Tretiakov de Moscú. La otra parte, alrededor de 1.300 obras, fue adquirida por el Estado griego en el año 2000 y se convirtió en la colección principal del Museo de Arte Moderno de Salónica (MOMus). Además, la familia del coleccionista ofreció como donación al espacio museístico su archivo, con importantes documentos del periodo de la vanguardia rusa, también presentes en esta nueva exposición en Málaga.
El recorrido por la exposición permite una lectura amplia porque no solo se exhiben un gran conjunto de obras de arte, sino también porque una aproximación a la mirada de un coleccionista como George Costakis. La vanguardia rusa no solo fue un potente movimiento artístico, ya que supuso una gran experiencia cultural y social. Y por ello abarca un período muy amplio, desde el simbolismo y el postimpresionismo hasta el suprematismo y el constructivismo, donde dejaron su huella artistas como Kazimir Malevich, Liubov Popova, Larionov, Ivan Kliun, Klucis, Filonov, entre otros.
Todos ellos aportaron su legado personal a la evolución del arte moderno y llegaron a imaginar un futuro en el que el arte llegaría a trascender las fronteras tradicionales e influir en la arquitectura, el diseño y los objetos cotidianos. Sus ideales utópicos se basaban en la creencia de que el arte podía impulsar el progreso social y remodelar el mundo.
El simbolismo y las tendencias postimpresionistas en Europa ejercieron una fuerte influencia en los jóvenes artistas rusos de principios del siglo XX, como lo demuestran los grupos Rosa Azul y Vellocino de Oro. Pintores como Vrubel y Borisov-Musatov fueron introduciendo técnicas innovadoras tanto en la composición como en la organización de la superficie pintada.
En 1910, el grupo de artistas conocido como Vellocino de Oro se disolvió y fue reemplazado por el grupo la Sota de Diamantes. Artistas como Malévich, Tatlin, Popova, Exter, Kliun, Larionov y Goncharova, entre otros, se asociaron con este nuevo grupo y exhibieron sus obras en varias exposiciones. Las pinturas de este periodo mostraban claramente la influencia de Cézanne, los cubistas franceses y el orfismo.
El cubofuturismo ruso, por otro lado, representó un desarrollo distintivo y autóctono, adoptando elementos del cubismo francés y el futurismo italiano, pero con una visión única y audaz que caracterizó el arte ruso de ese período. Artistas como Popova, Morgunov, Lentulov, Kliun, Udaltsova, Exter y Rozanova adoptaron, durante el período 1912-1916, elementos del cubismo francés, al tiempo que daban a sus composiciones un agudo sentido del movimiento al estilo de los futuristas italianos.
Kazimir Malévich, uno de los artistas más radicales de la vanguardia rusa, fue pionero en el suprematismo, un movimiento que buscaba la supremacía de la forma y el color sobre cualquier contenido figurativo. El suprematismo debutó en la exposición Última exposición futurista 0,10 celebrada en Petrogrado, actual San Petersburgo, en 1915.
El realismo de Malévich mostraba una representación fantástica «a la que uno debe llegar distanciándose de los aspectos visibles de la vida». Fundó el grupo Supremus, al que se unieron muchos artistas de la tendencia cubofuturista como Iván Kliun, Liubov Popova, Nadezhda Udaltsova y Olga Rozanova, y dirigió la escuela Unovis (Afirmadores del Nuevo Arte), una institución cuya misión era utilizar el arte para cambiar la percepción estética. La obra de Malévich, Cuadrado negro (1915), se convirtió en el emblema del movimiento suprematista, al poner punto final al arte antiguo y ser el comienzo del nuevo.
Otro de los movimientos relevante de la vanguardia fue el constructivismo ruso, que hizo su aparición a principios de la década de 1920. Encabezado por figuras como Alexei Gan o Vladímir Tatlin, importante pintor y escultor, que exploraban la relación entre el arte y la vida cotidiana a través de numerosas disciplinas artísticas. Los constructivistas se propusieron crear nuevas condiciones para la vida de las personas, con la ayuda de una nueva estética basada en la creación de formas y construcciones simples, lógicas y funcionales. La aplicación del constructivismo en la producción masiva de objetos cotidianos sentó las bases para el diseño contemporáneo y llegó a denominarse ‘arte productivo’.