La bailaora Josefa Vargas, invitada de excepción del Romanticismo
El lienzo pintado por Antonio María Esquivel abandona temporalmente el Palacio de Las Dueñas en Sevilla para mostrarse en el museo madrileño, que atesora una de las mayores colecciones del pintor. Engalanada para la ocasión, ‘la Terpsícore gaditana’ acapara todo el protagonismo en la sala XXV, gracias a un montaje escenográfico creado para la ocasión.
No es la primera vez que el Museo del Romanticismo acoge una obra invitada de la Fundación Casa de Alba, pero sí que se estrena dedicándole un espacio propio y exclusivo. Esta vez ha querido situar el lienzo –La bailaora Josefa Vargas de Esquivel– de forma aislada, sin integrarse con el resto de piezas de la colección permanente, aunque ya desde el comedor se vislumbra su figura.
El programa La Obra Invitada se inauguró hace nueve años precisamente con otro préstamo de esta misma institución, un retrato de Eugenia de Montijo realizado por Franz Xaver Winterhalter que ahora es el centro de atención del recorrido temático sobre la emperatriz en el Palacio de Liria.
Desde entonces, varios pinturas de artistas decimonónicos como Valeriano Béquer o Madrazo han pasado alguna temporada en el museo, que también ha alojado el corsé de la reina Isabel II y un collar de esmeraldas, diamantes y platino. Este año da la bienvenida a Pepa Vargas, bailaora de flamenco inmortalizada por Antonio María Esquivel en 1850, poco después de su llegada a la capital para formar parte de la compañía coreográfica del Teatro de la Comedia (en 1849).
La bailaora nació en Cádiz en 1828 y desde muy temprano manifestó tener dotes para la danza (con 11 años ya debutaba en los teatros de Gibraltar y Algeciras). Trabajó con las mejores bailarinas en Sevilla e inició una gira por Galicia, Aragón y Valencia hasta recalar en la Corte, donde cosechó grandes éxitos en el Teatro de la Comedia. Ahora regresa temporalmente a Madrid –hasta el 27 de febrero de 2022– para recordarnos no solo su propia figura, sino la del retratista y de paso la historia del bolero.
Y es que su presencia en la sala XXV no es casualidad. Tiene mucho que ver con el año temático de la danza que celebra el museo en 2021 y que culmina los días 1-3 de diciembre con el congreso internacional «Un siglo de danza en España (1836-1936). Identidades, repertorios, imaginarios y contextos».
Caber señalar que el bolero se hizo popular hacia mediados del siglo XIX, cuando se convirtió en el baile nacional por excelencia durante el Romanticismo. Se basa en los bailes populares andaluces, especialmente en ese «braceo a la española» que se aprecia en la pintura de Esquivel y en el ballet clásico (basta con mirar la posición de las piernas de la retratada). Tampoco falta cierta influencia de las danzas cortesanas, en una mezcla de estilos que se refleja en el vestuario, que combina la falda corta, con las castañuelas, el corpiño y las zapatillas de danza clásica.
Pintado por Esquivel en 1850, este retrato es un interesante ejemplo del género que tantas alegrías dio al autor. Llega procedente de la Fundación Casa de Alba y se conserva en el Palacio de Las Dueñas, tras ser adquirido por Cayetana Fitz-James Stuart en 1977. Su aire costumbrista se complementa a la perfección con el resto de retratos burgueses e infantiles del mismo artista expuestos en la colección permanente.
Aunque Josefa Vargas cuelga sola de una pared, sin ninguna otra pintura que le robe protagonismo. Se muestra en medio de un montaje cargado de teatralidad, con varios flecos negros que recuerdan a las mantillas españolas y que forman el telón perfecto para acoger esta obra invitada. Sol G. Moreno