Interiores con historia de Diego de Mora
Martínez Avezuela ha presentado en colaboración con la galería Caylus una exposición monográfica de Diego de Mora, artista especializado en vistas interiores. La muestra podrá visitarse hasta el 19 de enero en la sede de Caylus.
Todos las casas tienen historias que contar, pero rara vez lo hacen de forma autónoma. De todos los géneros narrativos –y no narrativos– de las artes plásticas tradicionales hay uno que es probablemente el menos conocido por el público actual, pero que también tuvo una enorme difusión durante poco más de 60 años durante el siglo XIX: las imágenes de interiores.
Diego de Mora –cuyo estudio publicamos en ARS 49– dedica su práctica artística a un revival de ese género que tuvo una vida tan corta: «Existe en Europa desde 1815 a 1880, son fechas curiosamente concretas. Anteriormente ya existían escenas de interiores, pero en ese momento ganan mucho protagonismo por la pasión que existía por la vida doméstica».
Esa fijación llegaba a todos los rincones de la sociedad, desde los más elevados –como aquellos artistas que trabajaban para la reina Victoria o los zares de Rusia– hasta una cohorte de mujeres anónimas que, confinadas en una vida de puertas para dentro, canalizaban su afición a la pintura retratando su ámbito más privado y del que se sentían extremadamente orgullosas.
Tal y como cuenta De Mora: «La industrialización permite que muchas familias con medios relativamente modestos tengan casas muy elaboradas. En el siglo XVIII era imposible, excepto para la gente muy rica. En el XIX esas mujeres pintan lo que tienen a su alrededor, hay decenas de miles de acuarelas de este tipo hechas por aficionadas».
El pariente más cercano de este género en la actualidad es el dibujo arquitectónico, pero la obra de De Mora tiene una diferencia fundamental: la luz. «Me esfuerzo en crear una atmósfera. No solo para reflejar el estilo de la decoración sino la vida de quienes habitan el espacio».
Las habitaciones que representa con acuarela están más cerca de ser retratos, tanto de las viviendas como de sus propietarios, –algunas veces literalmente, como con el caso de Juan Abelló en Zanona– que de cualquier otro concepto.
Es por esto que prácticamente todos son espacios reales que existían tal y como los vemos ahora en el momento en el que los inmortalizó.
La exposición organizada por Martínez Avezuela en colaboración con Caylus presenta por primera vez una ruptura en las normas del artista: «Generalmente hago vista de interiores de casas por encargo. Como mucho he hecho reconstrucciones de interiores que ya no se conservan, pero con El gabinete chino de la Casita del Príncipe de El Escorial la historia es diferente, nunca se llegó a realizar».
Del capricho de inspiración china –concretamente basado en las residencias de los comerciantes de Cantón– solo se conservaban planos, alzados y muestras de color.
«Es interesante porque muestra el cambio de sensibilidad respecto al color que ocurrió en la última década del siglo XVIII, cuando se pasó de los colores pastel a los más saturados. Una buena referencia de una habitación parecida que sí se llegó a realizar es la Palazzina Cinese de Palermo, o el Royal Pavilion en Brighton», explica el autor.
La pieza más reciente de la exposición es otra reconstrucción, en este caso de una habitación que sí existió, pero de la que ya no quedan más que fotografías. Se trata del Cuarto de baño de la duquesa de Alba en el palacio de Liria, decorado por Armand-Albert Rateau a principios de los 20. «Quedó destruido en la Guerra Civil. Las piezas se subastaron hace una década y en las imágenes en blanco y negro se perdía el efecto de suntuosidad, del oro, casi bizantino».
Otras veces la reconstrucción no cuenta con tantas referencias, lo que ha llevado al artista a utilizar un recurso que observó en Antonio López: dejar inacabadas parte de las obras. Con esto no solo consigue que la composición no resulte abrumadora por la cantidad de detalles, sino que también permite que se aprecie el trabajo de las zonas acabadas (además de no falsear la realidad cuando se desconoce por completo).
En el caso de Salón rojo París 1970 las lámparas solo aparecen silueteadas. «Sabía que eran de la Real Fábrica de La Granja, había algunas fotografías pero eran muy malas». Utiliza este recurso de manera recurrente incluso cuando todos los elementos se conservan en la actualidad, como ocurre en el Château d’Anet.
A De Mora también le gusta introducir «pequeños accidentes» que permiten identificar los interiores como espacios reales y no ensoñaciones. «Una mancha de humedad, una lámpara torcida… El cuadro es un documento y una obra artística al mismo tiempo. Los personajes que aparecen son los propietarios».
Coleccionistas que cuando hacen sus encargos no suelen limitarse a una sola vista de sus casas. «He llegado a hacer series de hasta ocho dibujos de una misma propiedad. En esos casos, además, intento que guarden una proporción en cuanto a las dimensiones originales de los espacios». Por otro lado, anima a los comitentes a que no expongan estas vistas de interiores en el lugar que representan. «Si no, ¡se puede convertir en el juego de las siete diferencias!», bromea.
Una serie presente en la muestra son las cuatro acuarelas del palacio Contarini-Polignac, cuya elaborada decoración es fruto de la visión de una de sus antiguas propietarias, la heredera de la fortuna de las máquinas de coser Singer: Winnaretta Singer. Esta mujer es solo uno de los personajes que un ojo experto y entusiasta en historia puede relacionar con las obras de Diego de Mora, que ganan con estas referencias una capa más de significado.
La exposición se podrá visitar hasta el 19 de enero en la sede de la galería Caylus.