Inicios complicados, dos guerras y adquisiciones de la National Gallery en su bicentenario
El pasado 10 de mayo la National Gallery de Londres cumplió 200 años. Hacemos un repaso por toda su trayectoria, desde algunas de sus compras más destacadas a la labor de varios de sus directores, pasando por la repercusión que tuvieron en la institución cultural los acontecimientos políticos más relevantes de la historia reciente.
El 10 de mayo de 1824 nacía en Londres un nuevo museo: la National Gallery. Pocos años después, en 1832, se inició la construcción del edificio actual, diseñado por William Wilkins. Ahora el museo celebra su bicentenario siendo todo un referente del arte; pero sus comienzos, sin embargo, no fueron fáciles.
Sir Charles Lock Eastlake, primer director de la institución, llegó a capitanearla escogido por la Reina Victoria después de una primera época turbulenta, en la que el patronato tomaba de forma unánime todas las decisiones. Esto llevó, por ejemplo, a que se perdieran grandes oportunidades de compra, ya que se rechazaba de forma sistemática casi cualquier adquisición que no fuese de pintura renacentista.
Por esta razón, la Cámara de los Comunes decidió crear la figura de un director que pudiese imponerse frente al patronato. Eastlake, quien anteriormente había ocupado el cargo de máximo responsable de la Royal Academy of Arts, destacó por ser, además de gestor de la entidad, artista y teórico.
En la primera faceta destaca la obra que le hizo famoso, un retrato de Napoleón cautivo tras ser derrotado en Waterloo. Y en el ámbito teórico cabe mencionar las traducciones de autores como Goethe, además de sus ensayos sobre pintura al óleo.
Fue Eastlake quien consiguió ampliar la restrictiva cronología de las obras del museo, comprando sobre todo piezas medievales italianas. Hizo grandes adquisiciones, como las tres tablas que componen Batalla de San Romano de Paolo Uccello, y reunió una colección privada, paralela a la del centro que lideraba, con obra que sabía que no interesaba al patronato. Su sueño era que, algún día, esas piezas que adquiría para él formasen parte de los fondos de la National Gallery de Londres, lo cual ocurrió a su muerte (gracias a los esfuerzos de su viuda y de su amigo y sucesor en la institución, William Boxal).
Así, fue creciendo poco a poco la colección británica, tanto en cantidad como en cronología. En 1885 se adquirieron Madona de los Ansidei de Rafael y Retrato de Carlos I a caballo de Van Dyck, poniendo punto final a la que se conoció como «la época dorada de las adquisiciones», pues el gran desembolso llevó a suspender las compras durante varios años.
A principios del siglo XX, el Reino Unido se sumió en una profunda crisis agrícola, que llevó a que muchos nobles y terratenientes tuviesen que vender su patrimonio. Esto hizo que numerosas obras de gran valor salieran al mercado, el problema era que los museos británicos no podían competir con el elevado interés –y capacidades económicas– de los compradores estadounidenses.
Para detener el flujo de salida de piezas de excepcional calidad fuera del país, se creó la Fundación Nacional de Colecciones de Arte, una sociedad de donantes cuya primera adquisición fue la que es, aún hoy en día, una de las obras más importantes del museo: la Venus del Espejo de Velázquez, incorporada en 1906.
Al repasar la historia de la National Gallery de Londres y de la pintura mitológica de Velázquez, resulta imposible no mencionar el atentado que sufrió a manos de la sufragista Mary Richardson en 1914. Esta quería protestar por el encarcelamiento de la activista feminista Emmeline Pankhurst y acuchilló el lienzo; un acto que días más tarde fue imitado por otra sufragista, que hizo lo mismo a cinco lienzos de Giovanni Bellini, causando que el museo cerrara hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial.
Posteriormente, durante la Segunda Guerra Mundial, la colección del museo fue evacuada, primero a distintos puntos de Gales. Con el recrudecimiento del conflicto se pensó en trasladarla al otro lado del Atlántico, concretamente a Canadá, pero Churchill no lo permitió. En una carta al entonces director de la institución, Kenneth Clark, escribió: «Entiérrelas en cuevas o sótanos, pero ninguna pintura debe dejar estas islas». Finalmente se requisó una cantera para ocultarlas. Algunas de ellas sufrieron daños, lo cual impulsó investigaciones sobre cómo afectaban los cambios de temperatura a los lienzos.
Mientras tanto, en Londres, el museo continuó siendo el principal faro cultural de la ciudad: se celebraron recitales musicales para elevar el ánimo de la población y se estableció la iniciativa «La obra del mes», que consistía en traer un único cuadro mensualmente desde la cantera galesa hasta el centro para que el público pudiera contemplarlo.
Al finalizar el conflicto, la situación económica complicó mucho las adquisiciones, aunque con la colaboración ciudadana se consiguieron dos piezas vitales para el museo: el cartón de Burlington House, que muestra a la Virgen y el Niño con Santa Ana y san Juanito firmado por Da Vinci y La muerte de Acteón, de Tiziano. En 1985 se construyó el ala Sainsbury, que ha sido recientemente reformada con motivo del 200 aniversario.
Con la llegada del siglo XXI se produjeron nuevas compras importantes como La Virgen de los claveles de Rafael y Diana y Acteón y Diana y Calisto, ambos de Tiziano. Del mandato del responsable actual, Gabriele Finaldi –que fue antes director adjunto del Museo del Prado– destaca, entre otras cosas, la elevada calidad de las exposiciones temporales. Entre ellas es inevitable mencionar, por ejemplo, la de Frans Hals, que tuvo lugar a finales del año pasado y principios de este, y que supuso la primera monográfica en Londres del artista holandés en los últimos 30 años.
Con motivo del bicentenario, se están organizando multitud de actividades, desde performances en directo de diversos artistas hasta conciertos, pasando por video mapping en la fachada y exposiciones temporales que, durante este año, acercarán las obras del museo a diversas pinacotecas de todo el país. Sofía Guardiola