INGRES, RENOVADOR DEL DESNUDO CLÁSICO

INGRES, RENOVADOR DEL DESNUDO CLÁSICO

INGRES, RENOVADOR DEL DESNUDO CLÁSICO

El Museo Nacional del Prado presenta la primera retrospectiva sobre el pintor francés en nuestro país, prácticamente ausente de las colecciones españolas, con fondos del Louvre y el museo de Montauban.

Ni neoclásico ni académico. Jean-Auguste Dominique Ingres (1780-1867) fue un artista inclasificable que bebió de todos los estilos sin adscribirse a ninguno, un verso suelto en la pintura francesa de inicios del XIX que entonces se debatía entre emoción y realismo, color y dibujo. El autor de La gran Odalisca fue un excelente pintor pero también “uno de los mayores dibujantes de la historia”, según Vincent Pomerè, comisario de la exposición que desde mañana puede verse en la pinacoteca madrileña.

Cerca de 60 obras, entre dibujos y lienzos, se exhiben en las salas del Prado para mostrar la trayectoria y evolución de “un autor original que buscó siempre cosas nuevas”. Formado en el clasicismo más académico junto a Jacques-Louis David y bajo la tutela de su padre –también pintor y dibujante, además de escultor–, el joven Jean-Auguste Dominique se significó pronto como un autor ambicioso, singular y ajeno a cualquier etiqueta. Pasó 18 años en Italia aprendiendo de los grandes maestros, Rafael por encima de todos. Miró al pasado sin perder de vista sus ansias renovadoras, por eso inspiró a pintores del futuro como Matisse, Picasso o Dalí.

“El arte necesitaría de alguien que lo reformase y me gustaría ser ese revolucionario”, escribió el pintor en una ocasión. Eso es precisamente lo que hizo a lo largo de su dilatada carrera durante más de ocho décadas: actualizar los modelos tradicionales, tanto en el desnudo como en el retrato. Este último es, precisamente, el hilo conductor de la muestra, que se organiza por temas y sigue un recorrido cronológico. Ejemplos como La condesa d’Haussonville (1845) o La señora Moitessier (1844-1856) demuestran que Ingres no se conformó con pintar a sus modelos y buscó juegos ópticos como el reflejo del espejo, el estudio de los pliegues del vestido o la atención por el detalle.

Si el género del retrato le dio de comer –”me han puesto a pintar a todo París”, se quejaba–, el del desnudo alimentó su espíritu, pues es aquí donde encontró su expresión más íntima como artista. Basta contemplar esa espalda interminable de la gran Odalisca (1814) o las piernas cruzadas de la joven al fondo de Interior de un harén (1828) para comprender la frescura y originalidad de estas composiciones. El desnudo masculino tampoco escapó de su pincel renovador, que en Edipo y la Esfinge (1808-1825) muestra al rey tebano extrañamente inclinado hacia el monstruo, para susurrarle la respuesta del acertijo.

El recorrido de la exposición se completa con varias escenas religiosas –soberbia la de Jesús entre los doctores (1862) que remite a los filósofos de Rafael en cuanto a colorido y composición–, pinturas de historia como la de Francisco I acoge los últimos suspiros de Leonardo da Vinci (1818), e incluso de troubadour, una variante de la pintura de historia ambientada en la Edad Media (Paolo y Francesca (1819) entre ellas). El artista exploró las diversas propuestas estéticas de su época y cultivó todos los géneros, incluido el retrato oficial, como el majestuoso Napoleón I en su trono imperial (1806) que se muestra en el segundo apartado de la muestra.

Ingres repasa así la trayectoria del autor nacido en Montauban, que permaneció fiel a su propio estilo, a pesar de sus afinidades –más o menos confesas– con el Neoclasicismo, Romanticismo y Realismo. No obstante, la historia ha querido ver en él al perfecto enemigo de Delacroix. Se detestaban sí, pero no porque cada uno de ellos encarnase una escuela –Neoclasicismo el primero y Romanticismo el último– sino porque eran competidores. Por eso Ingres apodaba a su compañero “el apóstol de lo feo” mientras este le correspondía llamándole “cerebro defectuoso”. Rivalidades de ‘revolucionarios’ de la pintura.

El broche final de la muestra lo pone su célebre Baño turco (1862) y varios dibujos sobre esta pintura. Una orgía de cuerpos y gestos que tardó años en desarrollar, cuyo resultado final habla de la destrucción/reconstrucción de la forma y la línea, esa que influirá en el arte posterior.

Ingres podrá visitarse hasta el 27 de marzo de 2016. Sol G. Moreno @solgmoreno

Ruggiero libera a Angélica. 1819. Óleo sobre lienzo. Musée du Louvre, París.
La condesa d’Haussonville. 1845. Óleo sobre lienzo. The Frick Collection, Nueva York.
La familia Foriester. 1883. Grafito sobre papel. Museo del Louvre, París.
La gran Odalisca. 1814. Óleo sobre lienzo. Musée du Louvre, París.
Napoleon I en su trono imperial. 1806. Óleo sobre lienzo. Musée du Louvre, París.
Louis-François Bertin. 1832. Óleo sobre lienzo. Musée du Louvre, París.
Baño turco. 1862. Óleo sobre lienzo. Musée du Louvre, París.