Historia de una amistad, en recuerdo de Enrique Valdivieso
Odile Delenda, historiadora del arte francesa y especialista en Zurbarán, recuerda al catedrático y su mujer, Carmen, que fallecieron el pasado domingo en su residencia de Sevilla y con los que compartió una amistad durante cuatro décadas. TEXTO: Odile Delenda
Enrique, Carmen y sus tres hijas, especialmente la encantadora Olimpia casada con un amigo nuestro francés, han formado parte desde hace unos 40 años de mi vida. Eran lo que llamo con mucho cariño mi “familia española”. Conocí a “Valdi” en Sevilla a finales de los años 1980 cuando preparábamos con Jeannine Baticle –entonces Conservadora General del Louvre–, la memorable exposición monográfica de Zurbarán de Nueva York y París en 1987-1988 de la que fue comisaria. Fuimos a almorzar en su histórica casa de Mateos Gago. Recuerdo que llevamos caramelos para las niñas, entonces aún muy pequeñas.
El todavía joven profesor Valdivieso era uno de los mejores conocedores de las iglesias y conventos de la ciudad hispalense. Nos introdujo, con toda generosidad en aquellos lugares que conocía como nadie, gracias a su enorme dedicación al arte sevillano.
Carmen y Enrique nos recibieron a Jeannine y a mí como verdaderas amigas. Fue una estancia inolvidable. Por eso, cada vez que yo volvía a Sevilla –varias veces al año– para consultar sus archivos o visitar los lugares donde había trabajado el pintor de Fuente de Cantos, Enrique me recibía en su casa y me acompañaba a los templos que describía con su enorme erudición.
Con él aprendí mucho. Era una magnífica persona. Muy especial por su talante y conocimientos. Y yo me sentía muy honrada de ser su “amiga francesa”. Y así siguió siendo a lo largo de los años. Los vi por última vez en la Semana Santa de 2024. Su dramática pérdida y la de Carmen me ha producido un enorme impacto. Una pena muy grande. Me gustaría también recordar que, para mi catálogo razonado de Francisco de Zurbarán, Enrique Valdivieso me ayudó enormemente a separar lo que era obra original del propio maestro de lo que pintaron los alumnos de su taller.
Gracias a Dios, en general estábamos plenamente de acuerdo en estas delicadas atribuciones. Participé en su memorable muestra de Zurbarán de 1998, centenario del nacimiento de nuestro pintor y eso propició que coincidiéramos en muchas las manifestaciones y celebraciones del evento: exposiciones, coloquios, seminarios y un largo etc.
Diez años después, en 2008, como continuación de todo aquel trabajo, le invité a mi casa una semana para volver a revisar todos los cuadros que figuran en mis dos volúmenes de Zurbarán. Fueron días muy agradables: nos reíamos mucho porque Enrique no solo era un gran sabio, sino una persona muy divertida y culta. Me ayudó también mucho porque yo había querido dar mucha importancia al obrador del maestro y resultó que en el 98-99 % de los casos estábamos de acuerdo en lo que había pintado el maestro y qué cosas eran de sus discípulos.
Adiós, mis queridos amigos: ¡Que descanséis en paz!