Entre la psicodelia y la mística ‘outsider’ de Michaux
Más de 200 piezas, entre documentos, objetos musicales y creaciones propias, ilustran la ingente producción del escritor y pintor belga afincado en París, que al final de su vida se recluyó en su casa y rechazó fotografiarse públicamente durante los últimos 20 años.
El signo y la palabra. Esas fueron las dos armas que utilizó Henri Michaux (Nabur, 1899- París, 1984) para hacer frente a su vida, cargada de curiosidad, experimentación y soledad (especialmente durante sus últimos años, en los que se recluyó –literalmente– en su casa parisina). La crítica literaria le pondera como uno de los últimos grandes poetas franceses, mientras que el mundo del arte le considera precursor de la cultura psicodélica: sus composiciones realizadas bajo los efectos de las drogas y sus dibujos mescalínicos así lo confirman.
Admirado por muchos e incomprendido por otros, la figura de Michaux sigue siendo, aún hoy, objeto de estudio. Prueba de ello es la muestra monográfica que le dedica el Museo Guggenheim Bilbao, que pretende ofrecer una mirada panorámica en torno a sus tres grandes temas: la figura humana –conócete a ti mismo–, el alfabeto –con el que se expresaba verbalmente– y la psique alterada (mediante el uso de sustancias alucinógenas).
Henri Michaux: del otro lado propone un recorrido sereno y silencioso por los tres asuntos que tanto preocuparon al pintor, obsesionado por el conocimiento introspectivo del ser humano, la filosofía y la música. Varios centenares de obras procedentes de diversas instituciones ocupan las salas del tercer piso del museo, que se convierte así en una crónica visual de lo que el autor expresó en libros como L’infini turbulent o Misérable miracle.
Produjo febrilmente miles de obras sobre papel de las que hoy apenas alcanzamos a conocer la totalidad. Esta exposición, organizada en colaboración con los Archivos Michaux de París, abarca 70 años de actividad creativa, con especial hincapié en sus series más conocidas. No faltan sus Fondos negros, de los años 30, ni sus Movimientos rítmicos, muy parecidos a las producciones caóticas y expresionistas de Pollock, o sus célebres Dibujos mescalínicos, algunos de ellos inéditos.
El propio Michaux contaba que «pintaba para sorprenderse». Se dejaba llevar por el azar y la vorágine del proceso pictórico para terminar sus creaciones, a menudo pobladas de manchas indefinidas y formas fantasmagóricas. En realidad, nunca creyó que el resultado final -la obra de arte- pudiese controlarse, por eso se limitó a experimentar con el material y provocarle mediante el gesto. De ahí la riqueza de técnicas: acuarela, tinta china, rotulador, frottage al óleo, gouache, etc.
Aunque comenzó estudiando Medicina, pronto abandonó la carrera para enrolarse en un barco francés rumbo a Brasil. Comenzó a dibujar a edad muy temprana, como demuestran las ilustraciones que incluía en sus libros desde 1939. Sin embargo, no sería hasta la década de los 40 cuando se atrevió en serio con el pincel, tras entrar en contacto con el surrealismo de Paul Klee y Max Ernst. Tal vez porque hasta ese momento había despreciado la pintura por representar solo la realidad (comparaba a los artistas con «las primmas donas, se toman demasiado en serio y tienen toda su parafernalia: los lienzos, los caballetes y los tubos de pintura»). Sus viajes por Oceanía y el conocimiento de las culturas que allí conoció, «le permitieron el tránsito al otro lado», en palabras del comisario Manuel Cirauqui, de la poesía a la pintura.
También fue tardío en el descubrimiento de las drogas, que comenzó a utilizar hacia mediados del siglo pasado, cuando ya tenía casi 60 años. Lo hacía aparentemente con fines científicos siempre en compañía de otros poetas y bajo supervisión médica.
Henri Michaux: del otro lado podrá visitarse hasta el 13 de mayo. Sol G. Moreno