EL UNIVERSO POÉTICO DE BILL VIOLA
En las últimas décadas he tenido la oportunidad de ver varias exposiciones de Bill Viola (Nueva York, 1951), uno de los artistas más relevantes en el desarrollo del videoarte. Desde su exhibición en las salas de la Fundación la Caixa a su puesta en escena en la Real Academia de San Fernando, pasando por su anterior exhibición en el Guggenheim hace ya varios años o una más reciente en el Palazzo Strozzi de Florencia. En todas ellas siempre me ha llamado la atención su proceso evolutivo, su rico conocimiento de la historia del arte y también su capacidad para innovar y transmitir al espectador una reflexión sobre los temas universales que nos afectan a todos: la noción del tiempo, el lugar que ocupamos en el mundo y el significado de nuestra existencia. Lo ha sabido hacer combinando instalaciones monumentales con otras más íntimas para dotarlas de un gran alcance artístico.
Ahora de nuevo, el Museo Guggenheim Bilbao presenta Bill Viola: retrospectiva, comisariada por Lucía Agirre. La exposición, que ha contado con la ayuda de Kira Perov, esposa y colaboradora del artista, permite ver su evolución durante más de cuatro décadas, desde que comenzó a experimentar con el videoarte en los primeros años setenta, ayudado por su profesor Jack Nelson y posteriormente por David Ross, uno de los primeros conservadores de esta disciplina artística, y también por lo que le aportó trabajar como asistente de Peter Campus y Nam June Paik, al que el museo bilbaíno también dedicó una muestra a comienzos de este siglo. La retrospectiva permanecerá abierta hasta el 9 de noviembre.
A Viola siempre le interesó lo místico, la poesía y la filosofía, tanto las de la cultura occidental como la oriental, y a partir de esa curiosidad fue aplicando las técnicas del video para indagar sobre la condición humana, el nacimiento, el desarrollo y la muerte, así como el renacimiento y la transfiguración, dos temas muy presentes en toda su trayectoria, apoyándose sobre todo en el video pero también en la música, porque Viola en ese carácter interdisciplinar ha sabido colaborar en proyectos musicales de gran envergadura como en la ópera Tristán e Isolda, dirigida por Peter Sellars, en la que el videoartista neoyorquino creó una impactante producción audiovisual que primero se estrenó en París en 2005 y nueve años después en el Teatro Real de Madrid.
En la presentación de la exposición bilbaína, Juan Ignacio Vidarte, director del museo, agradeció a Bill Viola y a Iberdrola –principal patrocinador– por hacer posible esta gran exposición de un artista muy vinculado al centro en sus 20 años de historia. Por su parte, Rafael Orbegozo, director del gabinete de Presidencia de Iberdrola, destacó «las almas del tiempo» que recorren la trayectoria artística de Viola. Kira Perov subrayó la espiritualidad y la emoción que proyectan el ritmo de la vida y la capacidad para sugerir las transformaciones importantes para el ser humano en las composiciones de Bill Viola. Por último, Lucia Agirre, comisaria de la retrospectiva, introdujo los principales elementos conceptuales que nutren la trayectoria plástica de uno de los grandes artistas contemporáneos de nuestro tiempo. Añadió, asimismo, que Viola siempre nos plantea preguntas en ese eje temporal que va del nacimiento a la muerte.
El recorrido se inicia en la galería 204 con Cuatro canciones (1976), donde Viola narra alegóricamente cuatro historias para ilustrar la interacción del individuo con su entorno. Ya están presentes la repetición, el ritmo lento largas disoluciones, que también están presentes en Levitación en la chatarrería. Carl Jung le inspiró en La verdad a través de la individuación de la masa y en esa composición reflexiona sobre cómo a veces una pequeña acción lo puede cambiar todo.
En la galería siguiente, la 205, encontramos tres piezas en las que el observador de sus imágenes debe enfrentarse a sus propias percepciones y a su propia existencia, desde El estanque reflejante (1977-1979), con esa tensión entre fotografía y película, hasta Una historia que gira lentamente (1992), en la que vemos en primer plano a un hombre repitiendo cánticos- casi una salmodia-, en un giro continuo y sin tregua, y llegando a otra obra de ese mismo año, Cielo y Tierra, en el que ahonda en el ciclo de la vida, indivisible del nacimiento y la muerte, y donde incluyó imágenes de su madre en los últimos días de su vida y de él mismo poco después de su nacimiento.
En la siguiente sala el desierto adquiere toda su condición extrema en Chott el.Djerid (1979), capaz de proyectar los espejismos que el calor genera en el paisaje. Sin embargo la presencia humana es esencial en obras de la serie Espejismo, tales como Caminando por el filo, Vidas y Encuentro, todas ellas de 2012, grabadas en alta definición, donde alterna sutiles cambios cromáticos con la luz del desierto para crear un paisaje alucinatorio. Además también incluye Velos, una composición que formó parte del pabellón de Estados Unidos en la 46ª Bienal de Venecia, con imágenes de una mujer y un hombre en variados paisajes nocturnos.
Uno de los momentos estelares de la exposición se da en la sala 207 donde se exhiben piezas de pequeño y mediano formato de su serie Las Pasiones, que le llevó a realizar creaciones tan impactantes como La habitación de Catalina, Cuatro manos o Rendición. La primera está inspirada en la predela que el pintor sienés del siglo XV, Andrea di Bartolo Cini, hizo de Santa Catalina de Siena orando y que en cierto modo vemos cómo se van desarrollando el ritmo del día y de las cuatro estaciones en el interior de esa habitación. En Cuatro manos, capta el lenguaje gestual de manos de joven, persona madura y anciana, mientras que en Rendición, un díptico donde fusiona imágenes hasta llegar a componer patrones abstractos de luz y color puros. Y siguiendo la estela de La Visitación de Pontorno, otro gran pintor del Cinquecento italiano, creó El saludo, una obra coral en la que con una cámara superlenta supo extraer toda la fuerza del lenguaje corporal de tres mujeres que se emocionan y que van realizando sutiles movimientos con sus ropas y donde van produciéndose cambios lumínicos en un decorado que semeja una ciudad italiana del Renacimiento.
Posteriormente encontramos La ascensión de Tristán y Mujer fuego, ambas de 2005, que fueron concebidas originalmente para acompañar la ópera de Wagner, Tristán e Isolda, pero a las que luego Viola les añadió sonido para que tuvieran entidad propia. En la primera como expresa el artista, “describe la ascensión del alma hacia el espacio tras la muerte”, y en la segunda vemos una silueta femenina ante una gigantesca pared en llamas, que posteriormente nos conduce al azul del agua que a veces contemplamos en Venecia.
En las dos últimas salas, la 202 y la 208, se pueden observar una instalación monumental, Avanzando cada día (2002) en cinco pantallas en las que el artista reflexiona sobre la individualidad, la sociedad, la muerte y el renacimiento, y homenajea al Libro de los Muertos egipcio, pero también a los frescos de Giotto y Luca Signorelli. Una obra magna en la que Viola esboza algunos de los temas esenciales que se han representado a lo largo de la historia del arte: la senda de la vida, el diluvio, el viaje al Hades, la primera luz y el fuego, entre otros. Y por último, en la sala 208, El nacimiento invertido (2014), que plasma las cinco fases del despertar a través de una secuencia de violentas transformaciones. “Los fluidos representan la esencia de la vida humana: tierra, sangre, leche, agua y aire, y el ciclo vital desde el nacimiento hasta la muerte, que aquí se ha invertido, en una transformación de la oscuridad a la luz”, según describe Bill Viola.
Durante todo el fin de semana, del 30 de junio al 2 de julio, el Guggenheim abrirá sus puertas, fuera del horario de apertura general, de 20:30 a 23:30 con acceso gratuito, gracias al apoyo de Iberdrola. Julián H. Miranda
*Más información en ARS 35, «Bill Viola, el maestro del clasicismo digital«, donde Miguel Bonet hace un recorrido detallado sobre las piezas presentadas en la muestra.