EL ÚLTIMO CANTO DEL ACADEMICISMO
La Fundación Mapfre presenta una selección de la pintura francesa de la segunda mitad del siglo XIX procedente del Musée d’Orsay
Silenciados, despreciados y enterrados en los museos. Ese ha sido el destino de los pintores académicos franceses que participaron en el Salón de París durante la segunda mitad del siglo XIX. Autores como Cabanel o Bouguereau fueron olvidados de manera fulminante tras la irrupción de los impresionistas y su hambre de modernidad. Ellos, que habían superado las estrictas normas impuestas por el jurado de la Academia de Bellas Artes, no consiguieron superar la barrera invisible del tiempo, que les condenó a un discreto segundo lugar.
Más de 150 años después, y gracias a la exposición El canto del cisne, estos últimos supervivientes del art pompier gozan de nuevo de las miradas del público. El Musée d’Orsay ha desempolvado su colección de pintura académica para mostrarla en la Fundación Mapfre de Madrid, que presenta cerca de un centenar de lienzos llenos de refinamiento y armonía, herencia de la tradición clásica. Por primera vez en 30 años, las obras de Gérôme, Meissonier, Henner o Baudry salen de Francia y se muestran a los ojos de un público moderno, carente de los prejuicios conservadores de entonces.
El manantial de Ingres da la bienvenida al visitante con su belleza sensual y su cuidado estudio del dibujo –el pintor estuvo retocando el lienzo durante 50 años–, un desnudo poético y a la vez mitológico sobre el nacimiento de los ríos. La obra, que se expuso en el Salón de París en 1856 y 1861, causó cierto malestar en Londres (1862), donde estuvo a punto de ser retirada por su falta de decoro. Resulta curioso que sea precisamente este artista quien inicie el recorrido de la muestra, pues encarna las incongruencias de un sistema caduco y regulado que tan pronto le permitía ser jurado de las obras premiadas anualmente, como le rechazaba sus propias pinturas en el Salón.
Quien siempre contó con el apoyo del público y la crítica fue Jean-Léon Gérôme, cuyo lienzo Jóvenes griegos poniendo dos gallos a pelear cuelga frente a la obra de Ingres. Ambos pintores, a los que se suman Sain y Alma-Tadema, dejan constancia desde las primeras salas que existe una gran diversidad de formas y estilos dentro de los llamados pompiers, término peyorativo inventado por un crítico, harto de ver tantos “musculosos muchachos con casco de bombero y mozas desnudas”. Eso explica que el recorrido de la muestra no siga un orden cronológico y que los comisarios hayan optado por dividirla en grandes temas, los mismos que la Academia impuso como géneros: el desnudo, la pintura de historia, el retrato, la pintura religiosa y la mitológica.
Autores tan distintos como Corot, Courbet, Moreau, Puvis de Chavannes e incluso Renoir -sí, él también- tienen cabida en este recorrido por la historia francesa del arte oficial. Creadores con inquietudes diversas, maneras diferentes y soluciones únicas con un nexo común: haber expuesto en el Salón alguna vez. El reto de todos ellos fue buscar un equilibrio entre la tradición que veneraban y la modernidad hacia la que se dirigían, la herencia clásica y las formas contemporáneas, la norma y su excepción.
Unos lo consiguieron mejor que otros. Como señala Pablo Jiménez Burillo en su texto del catálogo, “no es posible entender la existencia de los impresionistas sin la presencia de Corot”, de la misma forma que considera “la decadencia de Moreau” como “uno de los ingredientes del surrealismo”. Dos pintores tachados de académicos que contribuyeron, no obstante, a la vanguardia desde su pintura idealizada, esteticista y clásica. La suya y la del resto de artistas presentes en esta muestra, será la última pintura regida por la pesada losa de la tradición. Como el canto del cisne, la dulce melodía del academicismo morirá con estos pintores. Lo hará en sus manos, pero dejará un poso imborrable en la historia del arte.
El canto del cisne. Pinturas académicas del Salón de París. Colecciones Musée D’Orsay se podrá visitar hasta el 3 de mayo. Sol G. Moreno