El rejuvenecido ‘Caballero’ de Carpaccio

El rejuvenecido ‘Caballero’ de Carpaccio

El rejuvenecido ‘Caballero’ de Carpaccio

El Museo Thyssen-Bornemisza ha presentado, dentro de su programación en conmemoración del nacimiento del barón, el nuevo montaje del Joven caballero en un paisaje de Vittore Carpaccio tras su restauración. La pintura ocupa temporalmente la misma sala en la que el público pudo ser testigo de los trabajos de conservación. Gracias al minucioso proceso y los análisis que lo han acompañado, se ha podido desentrañar un poco más la historia de esta pintura y su simbolismo.

La restauración ha sido siempre una disciplina imprescindible en los museos pero, tradicionalmente, también ha sido una muy poco visible. Quizá por eso los talleres en los que se rehabilitan las obras de arte suscitan tanto interés entre los visitantes, que especulan sobre cómo serán esos procesos que dan marcha atrás el reloj y –casi– nos permiten verlas como en el momento de su creación.

Las instituciones, cada vez más conscientes de esta fascinación, han ido abriendo camino en la difusión de los trabajos de conservación. Primero con montajes expositivos en los que se incluían además estudios técnicos: radiografías, reflectografías infrarrojas, estratigrafías… Pero desde hace algún tiempo, se ha puesto al alcance del público no solo la documentación, los resultados y conclusiones, sino que se ha visibilizado el mismo proceso. En este campo el Thyssen es un pionero.

Vittore Carpaccio, Joven caballero en un paisaje, imagen antes y después de la restauración. Fotografía: Hélène Desplechin

Ya en 2012 el público pudo contemplar la restauración in situ del tintoretto que cuelga de las paredes del atrio de entrada. El año pasado le tocó el turno a una de sus piezas más icónicas, y que está llamada a una nueva etapa de reconocimiento por parte de los visitantes: el Joven caballero en un paisaje de Vittore Carpaccio. En la sala 11, en la segunda planta de la pinacoteca, las restauradoras Susana Pérez y Alejandra Martos instalaron su «puesto de campaña» para devolver a su ser a la amarillenta pintura. Aunque sus trabajos se vieron interrumpidos durante el confinamiento y hasta la reapertura de los museos, y esto provocó un retraso en el calendario del Joven caballero.

Si todo hubiese salido como estaba planeado, a estas alturas debería haber estado prestado a la National Gallery de Washington, para la primera retrospectiva en Estados Unidos de Carpaccio organizada en colaboración con el Palazzo Ducale de Venecia. Afortunadamente, las fechas de estas exposiciones han sido retrasadas, y la capital americana podrá contar con este lienzo a partir de noviembre. Esa es la fecha tope para poder contemplar la pieza en el montaje temporal –con aires de capilla– que ha diseñado arquitecto Juan Pablo Rodríguez Frade en la sala 11.

Esta intervención da una nueva vida a una de las principales obras del Thyssen, que fue adquirida por el padre del barón en los años 30. Una temprana atribución a Durero fue descartada en 1919, confirmándose durante la última restauración integral de la pieza a finales de la década de 1950. La cartela con el famoso monograma del artista alemán resultó ser un añadido posterior. Ha sido con los restos de esa intervención hace más de 60 años con la que se han enfrentado la pareja de restauradoras. Un barniz oxidado y amarillento que distorsionaba no solo los colores, sino los volúmenes de la pintura, reintegraciones que ocultaban los añadidos perimetrales de la tela –cuyas dimensiones originales habían sido aumentadas– y un reentelado que funcionaba como soporte accesorio de la pintura.

Proceso de barnizado a brocha de la obra. Fotografía: Hélène Desplechin

Según explicaron en la presentación Pérez y Martos, decidieron mantener ese reentelado, ya que su retirada habría supuesto más problemas que beneficios, retirar el barniz envejecido y reintegrar las faltas mediante acuarela (incidieron, cómo no, en la necesidad de acometer estos trabajos con técnicas reversibles y discernibles frente al original, tal y como exigen los códigos modernos de la profesión). Un punto interesante dentro de esta descripción técnica fue la confirmación de que no había grandes «lagunas» –faltas de pintura– sino una gran cantidad de pequeños picotazos, constatando un excelente estado de conservación.

Simultáneamente, se realizó un similar trabajo con el marco de la mano de la restauradora María Jofre, y una gran cantidad de análisis técnicos sobre la pintura. Gracias a las radiografías y reflectografías infrarrojas –entre otras técnicas– se pudo constatar la existencia de un gran número de correcciones en dibujo y pintura. Hay una serie de cambios muy detallados en las figuras: la silueta del armiño armiño, la posición de la mano del caballero que empuña la espada, su expresión o la dureza de sus facciones.

Pero también hay otras correcciones más ambiciosas y que impactan en mayor medida la composición: la adición del tocón de roble que rebrota en el primer plano, el cambio o borrado de otra figura de un ciervo que permanecía arrodillado al lado de la orilla y una de las más llamativas, el añadido del segundo caballero y su montura, que en origen era de menores dimensiones, más lejano y se movía en dirección contraria.

Todos estos detalles, además de la confirmación mediante el análisis de los pigmentos de que la cartela donde figura el nombre del artista es coetánea al resto del cuadro, reafirman la atribución. Sin embargo, sigue sin estar tan clara la identidad del retratado. De las múltiples teorías argumentadas hasta la fecha, se prefiere la que propuso Augusto Gentile: Marco Gabriel. Este personaje fue un militar leal a Venecia capturado y ejecutado durante la defensa de Modone frente al Imperio Otomano. La abundante simbología del retrato cuadraría con la historia de este hombre de armas: las múltiples referencias a la muerte y reencarnación, a la estrategia militar, el honor y la lealtad.

Ubaldo Sedano, jefe de restauración del museo, incidía sobre esa noción: «Todos los elementos están ahí para ensalzar al retratado». El director de la institución, Guillermo Solana, por su parte recordaba la importancia de la pieza dentro de la colección: «Fue comprada al coleccionista americano Otto H. Kahn junto con un retrato de Botticelli, que ya no pertenece al museo, y al retrato grupal de Frans Hals, que es una de nuestras mejores piezas». Sin duda tras esta restauración y puesta en valor, el Joven caballero reafirmará su condición de icono dentro del Thyssen. Héctor San José.

Imagen infrarroja del armiño. Se muestran con líneas rojas los cambios que realizó el artista sobre el animal. Fotografía: Hélène Desplechin