El gusto holandés del duque de Wellington en Apsley House
Una exposición comisariada por Teresa Posada Kubissa reúne hasta diciembre 18 pinturas de artistas del Siglo de Oro holandés en la residencia londinense del militar y estadista.
Apsley House, la residencia palaciega de Arthur Wellesley, I duque de Wellington, –actual museo de su colección y residencia de sus herederos– acoge hasta finales de año Las obras maestras holandesas de Wellington.
La exposición reúne 18 pinturas del Siglo de Oro neerlandés que ejemplifican el interés coleccionista del estadista inglés.
Tal y como cuenta Posada en el catálogo de la muestra, es curioso que, a pesar del perfil tan público del duque, esta faceta de comprador de arte no haya sido explorada en profundidad.
Aunque para nuestro país no es ningún secreto su predilección por la pintura, debido a los regalos diplomáticos que recibió de parte de Fernando VII (algunos de ellos todavía expuestos en Apsley House). Estos comenzaron tras la entrada triunfal del general inglés en Madrid en 1812 y su estancia en el palacio de La Granja.
Allí, su curiosidad por la colección real no pasó inadvertida, y el intendente de la provincia de Segovia se encargó de presentarle “12 de las mejores y más artísticas pinturas que [pudo] encontrar […] en nombre del gobierno nacional”.
La comisaria cuenta cómo Wellington comenzó a comprar pintura –precisamente holandesa– en 1816, poco tiempo después de que los obsequios del citado monarca le proporcionasen un fondo artístico formidable.
En concreto, fue tras la batalla de Waterloo, nombrado ya comandante en jefe de los Ejércitos Aliados en Francia, cuando Wellesley compró muchas de estas obras en ventas públicas en París a través de su agente, Chevalier Féréol de Bonnemaison, un conocido pintor y comerciante de arte.
No obstante, Wellington escogía personalmente todas las pinturas que adquiría, revelando un ojo entrenado.
Esto queda reflejado en obras costumbristas como La fisgona de Nicolaes Maes, La reunión musical de Pieter de Hooch, El baile del huevo y La fiesta de bodas de Jan Steen.
Pero también están presentes otros géneros característicos de la pintura holandesa, como el paisaje, representado en Fantasía arquitectónica de Van der Heyden o Soldados de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales embarcando en la torre Montelbaans de Ámsterdam de Ludolf Bakhuizen.
La muestra es un amplio estudio, aunque no exhaustivo, tal y como menciona Posada en el catálogo: “Esta publicación no aspira a ser un catálogo razonado, sino una compilación inicial”.
Especialmente importante ha sido la publicación, por primera vez, de muchas de las obras holandesas que Fernando VII regaló a Wellington (de las que se recogen 41).
Entre ellas hay pinturas de Dirck van Bergen, el taller de Gerard ter Borch, Jan Both, Martinus de la Court, Karel du Jardin, Jan van Kessel, Aert van der Neer o Nicolas Maes, entre otros.
Aunque las atribuciones aún son “propuestas preliminares” a la espera de un trabajo en mayor profundidad, este catálogo permite hacerse una idea incipiente del gran número de obras que salió de nuestro país con destino a la colección de Wellesley, que van mucho más allá de las obras maestras conocidas por todos.