El GIF antes del GIF: Paul Pfeiffer en el Guggenheim Bilbao
El museo ha inaugurado Prólogo a la historia del nacimiento de la libertad, una monográfica del artista multidisciplinar Paul Pfeiffer que ha contado con el patrocinio de BBK. Se trata de la mayor exposición del creador en nuestro país que ha reunido una treintena de obras que describen sus 25 años de trayectoria. Se podrá visitar hasta el 16 de marzo.
Los vídeos cortos definen hasta tal punto el día a día de la mayoría, que los hemos naturalizado como una forma más –o quizá una de las más importantes– de comunicar ideas, noticias, relatos…
Pero a finales de los años 90, en los primeros momentos de los ordenadores personales, nadie pudo haber imaginado lo cautivadores que podían ser cinco segundos de vídeo en bucle. Nadie con la excepción de Paul Pfeiffer.
El artista hawaiano comenzó entonces a utilizar los primeros programas de edición de vídeo que se pusieron a disposición del público general. Aunque la dificultad para usar estas herramientas era muy superior a la actual. Eran poco intuitivas y requerían mucho empeño si se quería dominarlas.
Y el resultado tampoco eran tan perfecto como ahora. Al menos, no tan automático. Pero esa cualidad manual es algo que apreciar sobre todo en las primeras obras de Pfeiffer, con las que abre la exposición que le dedica el Guggenheim de Bilbao con el patrocinio de BBK, Prólogo a la historia del nacimiento de la libertad.
Esta es la exposición más importante que le dedica una institución de nuestro país y recorre 25 años de su carrera a través de unas 30 obras.
El título hace referencia a la intervención del director Cecil B. DeMille antes del comienzo de Los diez mandamientos, la que era en ese momento la película más cara producida en Estados Unidos.
«Me interesa la referencia cultural porque se trata de una de las historias más antiguas de la historia occidental: el Éxodo. Es un símbolo de la transformación de una sociedad, de la creación de un nuevo futuro, de no repetir los errores del pasado», comentó el artista durante la presentación de la muestra.
Juan Ignacio Vidarte, director general del Guggenheim Bilbao, en la primera rueda de prensa tras la elección de Miren Arzalluz como su sucesora, señaló la relación de Pfeiffer con la historia del propio museo: «Corre paralela en el último cuarto de siglo».
La exposición comienza con algunas pequeñas pantallas –impresas en 3D por el artista– dispuestas a distintas alturas que reproducen segmentos cortos de vídeo de retransmisiones deportivas, como combates de boxeo de Muhammad Alí o partidos de baloncesto.
Tanto la escala como el medio de reproducción de las piezas es importante. Pfeiffer disfruta subvirtiendo nuestras expectativas, miniaturizando escenas grandiosas o poniendo fuera de nuestro alcance llamativos juegos ópticos.
Pero, probablemente, una de las cosas más importantes en su trayectoria sea el deporte y cómo se relaciona el público con el espectáculo. Desde púgiles camuflados que permiten fijar nuestra atención en todo lo que ocurre a su alrededor durante una pelea, a encestadores triunfales que se han quedado solos en la pista, suspendidos en el aire, como si se tratasen de santos en éxtasis.
Ese componente religioso, en el que se entrelazan el estrellato, la devoción y un público enfervorecido también es otro hilo conductor de la muestra.
Desde los primeros vídeos ya mencionados, titulados Fragmento de una crucifixión (a partir de Francis Bacon) o Juan 3:16 –versículo que habla sobre cómo el amor de Dios a la humanidad se manifestó a través de Cristo–, pasando por no una, sino tres tallas desmontadas que representan a Justin Bieber crucificado, y rematando en una habitación bañada por el sonido de una afición futbolística durante un partido histórico.
Los gritos resuenan en las blancas paredes vacías de la sala más grande de la exposición; todo respira un aire trascendental en un equilibrio de fuerzas entre el objeto de admiración y el público admirador.
Sin embargo, Pfeiffer, no se deja arrastrar por un mensaje de sinceridad sin mácula. La manipulación está en la raíz de su trabajo. Siempre hay un giro que nos lleva al simulacro.
Como en el mencionado sonido del partido de fútbol. Supuestamente, se trata de la grabación del estadio en el que se jugó la final de la Copa del Mundo de fútbol de 1966 en la que Reino Unido ganó la competición (por primera y última vez).
Pero en realidad, se trata de una recreación grabada en varios cines de Filipinas, una falsificación que se descubre con un vídeo –oculto al visitante al entrar en la sala– donde se puede ver el partido en blanco y negro al lado de las caras de los espectadores filipinos a los que se escucha realmente.
Este efecto de superposición, que revela un significado más allá del evento real, se da también –y de manera mucho más cruda– en En directo desde Neverland, donde un grupo de estudiantes filipinos vestidos de blanco dobla a Michael Jackson en sus declaraciones televisadas tras las acusaciones de abusos sexuales vertidas contra él.
La sensación de que algo no va bien, de que hay un significado más allá de la superficie, es constante en su obra, como declaró la comisaria Clara Kim, Curator Jefa & Directora de Curatorial del Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles (MOCA): «Pfeiffer nos hace mirar más allá de lo familiar».
Según explicó Marta Blàvia –curator del Guggenheim Bilbao que colaboró con Kim y con Paula Kroll, asistente curatorial del MOCA– el artista consigue esto con tres elementos fundamentales: «Las imágenes, que están plagadas de detalles y significados; los soportes, que son escultóricos y descolocan al espectador, y el espacio, que juega con nuestra experiencia».
Estos son los ingredientes con los que Pfeiffer reflexiona sobre nuestro mundo y nuestra percepción. Es un heredero de Warhol que ha entendido el poder del medio de comunicación, su manipulación, su efecto en el público y el papel de este. Pero también es uno que ya no necesita convencer, su obra es el mundo en el que vivimos.