El éxodo y el arte
La asociación cultural De Origen ofrece al público la exposición Éxodo sin título en el número 26 de la calle Santiago Estévez del barrio de Carabanchel de Madrid. La muestra cobra sentido tras el viaje realizado por parte de esta asociación en colaboración con el Centro de Acercamiento a lo Rural (CAR), el propio barrio de Carabanchel, la Fundación Cirat y la Galería Xavier Fiol.
La exhibición es un retrato de la memoria colectiva, que tiene su origen en la travesía del 11 de septiembre realizada a modo de «romería» popular y evoca el recuerdo traumático que vivieron en España miles de personas debido al éxodo rural. Ese abandono del campo que afectó principalmente a regiones como las dos Castillas, Extremadura o Andalucía. Y que hizo que ciudades como Madrid, se llenara de nuevos barrios periféricos, unas espacios que reflejan el asentamiento humano más austero, con construcciones de los años 50 y 60 realizadas con materiales muy primarios.
La arcilla que se recogió durante el camino, simboliza esa materia prima, sencilla y primigenia con la que se construyeron dichas viviendas en las que vivían hacinadas las clases más humildes: trabajadores que habían abandonado el campo atraídos por la industria que despegaba durante ese período.
Dicho tránsito comenzó en las inmediaciones de Cuenca y fue protagonizado por una caravana de músicos, artistas, alfareros y pastores a los que se fue uniendo gente durante la travesía.
La inauguración de la exposición se produjo tras la llegada de la comitiva, con más de 150 personas y tres grupos en los que estaban organizados: un cuerpo de músicos, un grupo de bailarines y un tercero indefinido de alfareros. Coincidiendo con su llegada a la periferia de la ciudad convocaron al vecindario y a otros cuerpos sociales y artísticos que se unieron a esta caravana hasta transformarse en un evento festivo. La progresiva atracción de personas a la comitiva se produjo por la grabación de todo el viaje y la transmisión en directo por radio.
En la sala inferior de la muestra se puede ver la parte material del recorrido, representada por dos carros de los que tiraban unas mulas que hicieron posible el transporte de la arcilla y de unas plantas recogidos en el trayecto. Frente a los carros está la pieza central de la exposición, una obra a modo de relicario, que recoge toda la manufactura colectiva. Quizá esta representación constituye la metáfora poética en cada una de las piezas de arcilla que en muchas ocasiones se visibilizan en esos barcos de arcilla, que terminan siendo un hogar compartido por toda la afinidad de las personas que realizaron ese viaje.
En la misma sala se encuentra la obra Monumento al progreso de Luis Cabanas, materializada en un monolito de cemento y semillas , de modo que fragua los componentes del campo y la ciudad. Esta pieza está hecha con material del viaje, y por ello se inscribe en una especie de laboratorio sobre el paisaje y territorio.
Lo interesante del monolito de cemento y semillas es que es un monumento al progreso; la escultura se irá fragmentando a lo largo del tiempo al ser una estructura sin cimientos, las propias semillas al crecer crearán surcos agrietando el cemento. De este modo se representa un producto capitalista en estado de destrucción por naturaleza. Lo árido es reemplazado por lo fértil, es un producto que tiende a su desaparición.
Las pinturas alojadas en los laterales son unos polípticos realizados por el artista Mateo Revillo. En ellos la pintura se pone en riesgo ante sus propios márgenes, al tener movilidad en múltiples direcciones, es posible romper los márgenes y se encuentran en diálogo con la pared. Pero la pintura sobrepasa la pared y no se encuentra enmarcada en ella. Se trata de una figura geométrica de forma irregular realizada a cuchillo. Al desplegarse, adquiere una forma orgánica y pasa a ser una ruina más del espacio.
La segunda planta incluye una serie de fotografías de medio formato, hechas, reveladas y escaneadas en el propio camino y que constituyen escenas extraordinarias que relatan vivencias del viaje y que se reflejan como testimonios pasados.
En el centro de esa misma sala, hay dos esculturas de theremines, que suponen un juego entre el corpóreo y lo intangible. Se puede apreciar sin hacer uso del tacto, excluyendo la erotización que se da entre el músico y su instrumento. Son instrumentos activados por una proximidad variable, cuerpos migratorios en tránsito entre dos puntos fijos y enfrentados.
Si se esboza la relación con los paraísos perdidos, la muestra pone de manifiesto una de las capacidades más importantes del ser humano: la adaptación, que se nutre además de la ensoñación colectiva. Una escultura social y un tejido de afectos en expansión que reflexiona acerca de la transformación del paisaje y el diálogo entre el campo y la ciudad. Esta romería de extrarradio produjo un viaje con una gran carga emocional, fruto de los recuerdos, que enlaza con los barrios nuevos e integra la cultura y las experiencias de aquellos que sufrieron esa sensación de pérdida en los años cincuenta. J.M. Escudero y redacción de ARS Magazine